La teoría universal

(Esta película forma parte de la Sección Oficial del 20 FESTIVAL DE CINE EUROPEO DE SEVILLA – SEFF’2023).

El tema del multiverso (la posibilidad de que, según las teorías de la física cuántica, puedan existir varios, muchos, quizá infinitos universos paralelos a este en el que –supuestamente...- escribimos estas líneas) está en los últimos años muy de moda, no solo en franquicias fantasiosas y supermillonarias como las del Marvel Cinematic Universe (Vengadores, Dr. Strange, etcétera), sino incluso también en otro tipo de films a años luz de esos presupuestos astronómicos, como en aquella curiosísima y baratísima Coherence (2013). Por no hablar que el último film multioscarizado, Todo a la vez en todas partes, de los Daniels, iba de eso, bien que con una notable capacidad para la guasa y el cachondeo.

Pues ni guasa ni cachondeo hay en esta circunspecta La teoría universal, como cabría imaginar en el cine hecho por esos cabezas cuadradas también conocidos como alemanes. Timm Kröger (Schleswig-Holstein, 1985) es un director de fotografía germano que desde hace unos años se ha pasado también a la realización cinematográfica, siendo este su tercer largometraje en tal disciplina, no habiendo brillado especialmente en los dos anteriores. Aquí sitúa su historia a principios de los años sesenta del siglo XX, con un prólogo datado 10 años después, cuando el científico Johannes Leinert acude a un programa de televisión, un “talk show” de la época, buscando hablar de su libro (¿de qué nos suena esto?...), pero finalmente, ante el recochineo del presentador-entrevistador, abandona en directo el plató de televisión. Diez años atrás vemos cómo surgió el tema del libro, durante un congreso al que acude Leinert con su director de tesis, en un hotel suizo en los Alpes, donde sucederán una serie de extraños acontecimientos, con personajes que se desdoblan, otros (o los mismos...) que aparecen muertos y fuertemente desfigurados, mujeres que tocan el piano y después desaparecen sin dejar rastro... todo esto con una mina de uranio de por medio, una clandestina organización nazi haciendo de las suyas y unos policías helvéticos que hablan con voz de pito y son más torpes que los inspectores Gadget y Clouseau juntos...

Viendo esta pesada película que avanza como un elefante oxidado, uno se pregunta qué podría haber hecho con estos mimbres un Alfred Hitchcock en plena forma, el de los años cuarenta o cincuenta, con esta historia que deja intuir (pero muy torpemente...) la posibilidad de otros universos que tuvieran intersección con el nuestro, donde casi nadie es inocente y casi todos son sospechosos, donde hay uranio de por medio... Pero, claro está, Hitch lleva más de cuatro décadas bajo tierra, y Kröger no le llega ni a la suela del zapato a aquel viejo gordo y genial...

Porque La teoría universal es una película pesada, aburrida, cuadriculada hasta decir basta, sin imaginación alguna... y, cuando intentan echársela, mejor que no lo hicieran... Busca Kröger un cierto aire kafkiano, sin mucha suerte, como tampoco consigue aproximarse en la fotografía, como parece evidente, al clásico del cine de espías El tercer hombre. Sobre la fotografía en blanco y negro, es cierto que está muy cuidada (recordemos que el director procede de ese oficio, así que lo conoce bien), pero el tono expresionista que busca denodadamente con fuertes contrastes de luces y sombras tampoco aporta gran cosa a la historia, aunque intente ser el paisaje más o menos alucinado en el que se desarrolla esta más bien lunática trama.

A los intérpretes, en general bastante desconocidos por estos pagos (salvo David Bennent, el niño protagonista de El tambor de hojalata), se les nota entregados, en ocasiones demasiado entregados (léase sobreactuados).

Así las cosas, querido lector, ¿me perdonarás el horrible titulillo de esta crítica? Gracias...

(28-11-2023)