CINE EN SALAS
Wes Anderson (Houston, 1969) es uno de los cineastas más inclasificables del cine USA del último cuarto de siglo XXI. Desde que debutó a finales de la pasada centuria con Academia Rushmore, su cine peculiar (por llamarlo de alguna manera...) vuelve de vez en cuando a las carteleras cinematográficas, un cine extraño, extravagante, estrafalario, enigmático (se nos acaban los adjetivos que empiezan por “e”...), un cine que a veces da en la tecla e interesa (estamos pensando en Fantástico Sr. Fox y La crónica francesa), pero que otras veces se nos da, literalmente, una higa (pensamos en Asteroid City y –lo has adivinado, lector- esta La trama fenicia).
Porque el cine de Anderson es tan evanescente (vaya, otro adjetivo en “e”...), tan absurdamente absurdo (perdón por el pleonasmo, totalmente intencionado...) que la frontera entre caer en gracia o querer ser gracioso es débil no, lo siguiente... Depende de muchas circunstancias, sobre todo que la trama que se le haya ocurrido al director y a su habitual coguionista (Roman Coppola, hijo de Francis Ford) enganche al espectador. Aquí nos tememos que no ha sido el caso, como intentaremos explicar...
La historia (si la podemos llamar así...) se ambienta supuestamente en los años cincuenta, según un rótulo que aparece al principio del film. Conocemos a Zsa-zsa Korda, un empresario europeo al que le tienen puesto los puntos bastante gente, que desea su muerte y (lo que es peor) además pone los medios para ello. Pero Korda debe tener algún antecedente gatuno, porque no hay forma de matarlo... El empresario, con tropecientos hijos varones, decide dejar su herencia a su única hija, Liesl, que es monja. Paralelamente, sus negocios se van al garete por cierta jugada bursátil (más bien abstrusa: aquí casi todo es premeditadamente abstruso, y eso que no empieza por “e”...), con lo que Korda quiere recomponer “la brecha” (vamos, el déficit de su patrimonio que le ha dejado casi en la indigencia) con varios amigos, conocidos o gente que pasaba por allí, para lo que, junto a su hija, monja y heredera, acomete un viaje por todo el mundo para recabar esos apoyos, mientras sus enemigos siguen poniéndole trampas y haciéndole putaditas..
Anderson es especialista, o al menos eso parece, en plantear historias más bien majaderas, pero en las que supuestamente se refiere a temas más prosaicos, más evidentes, más reales. Aquí parece que los temas serían, por un lado, la figura del potentado, quizá tomando como inspiración a algunos de los gurús informáticos de las últimas décadas (obviamente, Musk, Bezos, Zuckerberg, Jobs...), aunque este Korda no parece que se dedica a las tecnologías “high-tech”, sino a cosas bastante más perniciosas, como el comercio de armas; en cuanto a la reiteración con la que sus enemigos pretenden eliminarlo físicamente no vemos relación con nadie, salvo que nos acordemos de Trump y el “orejicidio” que perpetraron contra él en la campaña presidencial de 2024...; también habrá lugar para tratar (a su manera...) el tema de la familia, con ese hatajo de niños que tiene como prole, y sobre todo con la hija mayor, la monja de cara hierática, que bascula entre su fe y un pragmatismo bastante curioso, con esa querencia por volver al convento pero, a la vez, cierta fascinación por el peculiar mundo en el que se mueve su progenitor. Habrá también estopa para el capitalismo, en el que puedes pasar de millonario a indigente casi sin solución de continuidad (bueno, ya será menos...), con esas raras reglas que hacen que lo que hoy vale una millonada, mañana sea filfa (y viceversa...), además de algunas no sé si ironías o mitificaciones sobre la religión (la cristiana, mayormente), apareciendo hasta Dios Padre, con la cara de Bill Murray, que no sé si es incurrir en blasfemia... En fin, un batiburrillo en el que cabe de todo, en lo que más que un guion parecería la tormenta de ideas previa a cualquier planteamiento guionístico serio, pero sin pulir, sino tal cual se les ha ocurrido a Anderson y a Coppola Jr.
Visto lo visto, como decimos en el titulillo, puestos a hacer humor absurdo, preferimos mil veces a los hermanos Marx. También a Jacques Tati, al que parece que Anderson homenajea (o plagia, no queda muy claro...) en algunos momentos, con esos sonoros ruidos cotidianos, esos rítmicos zapatazos en el suelo, esos rostros circunspectos (los personajes de Wes no se ríen, ni siquiera sonríen, así se lo mande el médico...), esa frecuente filmación en perspectiva cónica, esa simetría tan ordenada en el encuadre como (des)ordenada (por no decir caótica) es la historia. En fin, hora y media larga en la que, si no entras en la película (y me parece que mucha gente se quedó fuera...), terminas perdiendo la cuenta de las veces que miras el reloj...
Sobre la película la crítica ha dicho, entre otras cosas, que es “recargada”... y tanto... Nos da la impresión de que las historias de Wes, que hace tiempo eran curiosas y con un punto de absurdez que no le venían nada mal, se están convirtiendo con el paso del tiempo en una especie de manierismo sobre sí mismo, lo que no deja de tener guasa (por no decir una palabra más gruesa...), en un tipo de cine en el que parece estar homenajeándose a sí mismo y buscando rizar el rizo y hacer el más difícil todavía. Y para el circo... ya está el circo...
Y eso que no hemos dicho nada de la cháchara en la que últimamente se han convertido los diálogos en las pelis de Anderson: ¿es que aquí no se calla nadie? ¿Es que todo el mundo tiene que estar diciendo tonterías/insensateces (táchese lo que no proceda...) todo el rato? ¿Qué pasó con el valor del silencio, esa especie en vías de extinción?
Y también como suele ocurrir en las pelis de Wes, aquí nadie se llame Pepe o María (o sus equivalentes anglosajones, Joe o Mary...), sino que todos responden a nombres de lo más peculiares: el prota se llama Zsa-Zsa Korda, siendo el nombre el de aquella vieja actriz multi-recauchutada, Zsa Zsa Gabor, y el apellido el de Alexander y Zoltan Korda, los productores y directores austro-húngaros que hicieron cine de aventuras en el Reino Unido; otro de los personajes se llama Excalibur, como la famosa espada de Arturo; el príncipe musulmán llevará el nombre de Farouk, como el débil rey de Egipto destronado por Nasser; y uno de los gemelos (una de las bazas que juega Korda para cubrir “la brecha”) se llama Reagan, como el actor que fuera presidente... eso sí, hay que reconocer que esta vez Anderson se ha cortado un poco, y hay muchos personajes con nombres corrientes o sin nombre, directamente...
Y eso que cualquier director mataría por tener un reparto como este, en el que cabe suponer que los divos correspondientes (Del Toro, Hanks, Johansson, Cranston, Dafoe, Murray, Cumberbatch...) se habrán rebajado sus elevados cachés considerablemente... Por supuesto, la envoltura formal es exquisita, con un preciosa fotografía en colores puros (otra de las constantes del cine de Wes...) del francés Bruno Delbonnel, y la partitura igualmente deliciosa del también galo Alexandre Desplat, habitual en las pelis de Anderson desde hace tiempo.
Pero terminamos casi como empezamos: en lo tocante al cine de humor absurdo, donde se pongan los Marx (y/o Tati, bien sûr, por supuesto...), que se quiten todos los Wes Anderson del mundo...
(02-06-2025)
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