Pelicula:

Hal Ashby rodó en 1973 El último deber, adaptación al cine de la novela The last detail, publicada en 1970 por Darryl Ponicsan. En ella se nos contaban las peripecias de dos infantes de la Armada yanqui a los que encargaban escoltar por medio Estados Unidos a un inexperto soldadito, condenado a ocho años por un quítame allá esas pajas. Ahora, Richard Linklater adapta otra novela de Ponicsan (que además coescribe el guion con el director), Last flag flying, publicada en 2005, en la que retoma, muy libremente, los personajes de los infantes de la Armada, treinta años después, aunque ya no se llaman igual ni tienen exactamente los mismos caracteres.

La acción se desarrolla en diciembre de 2003. A un bar de mala muerte de Norfolk, en Virginia, llega un cincuentón. Pronto se da a conocer: es Doc, y fue amigo del dueño del bar, Sal, treinta años atrás, durante la guerra de Vietnam, en la que combatieron dentro del cuerpo de la Armada. Doc convence a Sal para que le siga, augurándole una sorpresa. Así van al encuentro de Richard, un afroamericano que, de vivalavirgen, drogota y alcohólico cuando coincidieron en la guerra de Vietnam, se ha reciclado en digno pastor de la Iglesia Baptista. Doc confiesa a sus amigos que la razón de su visita es pedir a ambos que le acompañen a dar sepultura a su hijo, muerto días atrás en Irak, donde estaba destinado tras la invasión del país por parte de Estados Unidos et allii...

La última bandera nos devuelve a un Richard Linklater en plena forma. Su mejor cine lo ha hecho siempre “con actores y paredes”, como decía Vicente Aranda: su trilogía descreídamente romántica compuesta por Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013) es quizá lo más granado de su cine, un cine que se sustenta sobre todo en personajes y diálogos, en personajes creíbles y reconocibles. Su muy celebrada Boyhood (2014), sin embargo, no nos parece tan interesante.

En este su nuevo film, Linklater tiene una excelente base de la que partir; el guion elaborado por él mismo y el novelista Ponicsan tiene buenos mimbres, nos presenta a tres personajes-bombón, en especial el llamado Sal, un tipo cínico, un outsider que, sin embargo, sabrá en su momento hacer lo correcto; pero también el ahora reverendo Richard y el deprimido Doc, con su hijo de cuerpo presente, son notables roles, aunque queden a la sombra del expansivo Sal, del que Bryan Cranston, el inolvidable protagonista de la serie Breaking bad, hace toda una creación.

Film evidentemente itinerante (se le podría llamar “road movie”, si no fuera porque, en puridad, el viaje hecho por carretera por los tres protagonistas es el más corto, siendo el más dilatado el que realizan en tren), La última bandera nos habla de nuestros tiempos (aproximadamente: primeros de siglo, cuando no se sabía lo que era un Smartphone ni un Ipad, conceptos como la posverdad no existían, y si alguien hubiera dicho que Trump se convertiría en morador del Despacho Oval, se le hubieran reído en su cara...), y nos habla sobre todo de catarsis, de ponerse en paz con el pasado, de aprender a convivir con lo hecho, pero también de las mentiras del gobierno, de todos los gobiernos, que pastorean a sus jóvenes para convencerlos de la necesidad de guerras que, a la esproncediana manera, solo interesan a “ciegos reyes/ por un palmo más de tierra”.

Película finalmente liberadora, tiene el punto exacto entre el drama que asuela al padre que se ha quedado viudo y huérfano de hijo, y la cínica “joie de vivre” de Sal, que se resiste a ser el cuasi sesentón que ya es. Alguna escena, como la que los tres protagonistas desarrollan en la casa del soldado que, treinta años atrás, murió en extrañas circunstancias en Vietnam, por cierta negligencia por parte de ellos tres, resulta sentimentalmente devastadora: hay en ella un simple gesto, una mirada de Cranston, que remueve tan calladamente, que provoca una intensísima erupción emocional.

El conjunto es sólido, jugando también con temas trascendentes como Dios o su ausencia, el amor a tu tierra aunque los que la gobiernan no se lo merezcan, la verdad como arma de destrucción masiva, la posibilidad de redención, la necesidad de dignificar la muerte, con o sin última bandera.

Además de Cranston, soberbio, Fishburne compone un personaje interesante, aquel que fue un bala perdida y que, por mor del amor de una mujer, maduró y se hizo el hombre cabal que resulta ser en el film; y Steve Carell, que suele hacer más bien comedias de no demasiado fuste, aquí en un personaje un tanto ingrato, donde además no se le permite (creo que con buen criterio) dar rienda suelta a la pena del padre que acaba de perder a su único hijo.

Obra noble y sincera, con buen ritmo y competentemente filmada por un Linklater al que no vamos a descubrir ahora, ha tenido una fría acogida comercial en los USA, quizá porque el tono antibelicista y el retrato que se hace de la Armada, y por extensión del gobierno yanqui, no es precisamente benévolo. Esa Armada y ese gobierno cuyos representantes, como dice Doc, cuando fueron a comunicarles con toda prosopopeya, con toda pompa y circunstancia la muerte de su hijo, portaban hebillas brillantes, toda una sinécdoque del oropel militar y la fascinación por la guerra, ese jinete del Apocalipsis que, lejos de tener que esperar su llegada cuando toque el Día del Juicio Final, nos acompaña ininterrumpidamente desde Caín.


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125'

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La última bandera - by , Mar 10, 2018
3 / 5 stars
Hebillas brillantes