Esta película está disponible en el catálogo de la sección Cine de la plataforma Movistar+.
Jonás Trueba (Madrid, 1981) es hijo del director, guionista y productor Fernando Trueba y de la productora Cristina Huete. Su nombre no tiene que ver con el personaje bíblico de la ballena, sino que se trata de un homenaje a la peli de Alain Tanner Jonás, que cumplirá los 25 en el año 2000 (1976) y de su continuación, A años luz (1981), en la que supuestamente el tal Jonás ya habría cumplido los 25 tacos y, por tanto, estaban en el 2000. El segundo nombre de Jonás Trueba es Groucho, que no necesita mayor explicación. Su tío es David Trueba, y su extía política, Ariadna Gil. Quiere decirse que el cine es el mundo en el que se ha criado, e incluso creado como persona, Jonás Trueba, así que no era probable que se hiciera, no sé, cajero de Carrefour...
Pero el caso es que Jonás Trueba, al menos por ahora, no termina de dar con la tecla de lo que quiere hacer en el cine. Empezó con Todas las canciones hablan de mí (2010), y desde entonces ha desarrollado una ya relativamente larga carrera para su edad, con títulos como Los ilusos (2013) y La reconquista (2016), que han sido jaleados ditirámbicamente por (mayormente) la crítica madrileña, la de su tierra. Pero lo cierto es que, viéndose esta La virgen de agosto, que pasa por ser una de sus mejores películas, no se entiende tanto elogio, tanta loa que suena más bien a falsa, a “jabón” para el amiguete.
La acción se desarrolla en el mes de agosto de 2018 en Madrid, durante las fiestas populares de la Verbena de la Paloma. Eva, una actriz (bueno, dice que ya no lo es...) se queda en Madrid, en casa de un amigo que le ha prestado el piso porque se va a Valencia (como todos los madrileños...). Eva ha decidido quedarse ese agosto en la capital y disfrutarla. En sus paseos conocerá a gente y se reencontrará con otra a la que, como en la canción de Gotye, solía conocer...
La virgen de agosto es una película que llama la atención por lo sencillo de su planteamiento y de su planificación; con un buscado estatismo de la cámara, no hay subrayados, aunque tampoco elipsis, lo que hace que, como tanto cine moderno, se haga excesivamente larga, incluso discursiva. No ayuda tampoco el hecho de que haya mucho, demasiado diálogo, y que con frecuencia tengan ciertas ínfulas existenciales, filosóficas, un grupo de treintañeros que no tienen demasiado claro qué es lo que quieren (como la prota, me temo que también como el propio director...), y que se ven, deambulan, toman copas, van al cine, se acuestan juntos... sin que terminemos de enterarnos mucho de qué va la historia, más allá de la presentación de una ciudad escasamente poblada por la emigración masiva de los capitalinos a las playas de Levante y de Andalucía.
Hay, es cierto, una búsqueda de la sencillez, que con frecuencia termina en simpleza, que se le parece pero no es exactamente igual. Trueba Jr. juega casi siempre con planos estáticos, alargados a veces en exceso, en su vocación por mostrar apuntes del natural, escenas de la cotidianidad. Las escenas se llenan de diálogos, que a veces tienen sentido y son interesantes, pero en otras ocasiones naufragan espectacularmente (¿quién liga hablando del “contexto”?), quizá buscando seguir la huella del Rohmer de las Comedias y Proverbios o los Cuentos de las Cuatro Estaciones; no hay que decir que, por supuesto, todo se queda en la intención, sin llegar ni de lejos a la gracia alada del cineasta francés. Porque, entre otras cosas, Rohmer jamás incurría en la cháchara, y nos tememos que Jonás sí; tampoco ayuda el hecho de que los diálogos están improvisados por los intérpretes sobre una idea inicial, buscando una frescura que, sin embargo, se vuelve en su contra, haciéndose reiterativos y confusos.
Se agradece que Trueba huya de la postalita y nos ahorre las típicas escenas con los paisajes urbanos más típicos de Madrid, desde la Cibeles a la Puerta de Alcalá, centrándose en barrios populares en los que en algunos momentos ensaya una extraña mixtura entre los chulapos y chulapas ataviados a la antigua usanza por las Fiestas de la Paloma, y los chicos de hoy, con sus pantalones piratas, sus vaqueros y sus pintas “casual”. Estructurada en varios capítulos, denominados con las fechas de agosto del 2 al 14, la película parece proponer el itinerario vital de una chica que está en lo que parece una fase de “reseteo”, de replanteamiento vital, entre lo que se ha quedado atrás (su vocación de actriz, a la que ha puesto fin, o eso dice ella) y su incierto porvenir, del que no sabe gran cosa y del que quizá quiere saber algo más en esos días de la canícula agosteña en un Madrid semivacío.
Jonás solo se permite algún toque personal, como esa imagen de la prota reflejada sobre el espejo que blinda a la Dama de Elche en el Museo Arqueológico Nacional, dos imágenes hieráticas, dos imágenes de mujer con miles de años entre ellas, pero al final dos mujeres, quizá hablando de la eternidad de lo femenino. También hace Trueba Jr. que su protagonista mire varias veces a cámara, rompiendo la cuarta pared, en un recurso que debe utilizarse con mucho cuidado y que aquí, ciertamente, ni aporta nada ni está justificado.
Por otro lado, gusta de La virgen de agosto su ausencia de fatuidad, a pesar de lo exquisito, a veces, de algunos diálogos, y eso es un punto a su favor, como cierta vocación costumbrista, en un tiempo actual en el que ese tema se suele obviar para no perder la atención del espectador, mal acostumbrado por el ritmo vertiginoso que imponen los productos televisivos.
Con frecuencia etérea, también inasible, La virgen de agosto quizá sea el camino de perfección que ha de recorrer la protagonista para, como se dice en uno de los diálogos del film, hacerse una persona de verdad (lo que quiera que sea eso...).
Itsaso Arana, protagonista absoluta y también autora del guion (que se intuye con más referencias autobiográficas de las que quizá quiera confesar...), es una actriz de cierto recorrido, aunque no ha tenido ningún éxito relevante; tiene una belleza como de vecinita de al lado, e interpretativamente nos parece interesante. Vito Sanz, fetiche del cine modesto y progre madrileño, hace un papel algo distinto al que suele, lo que es de agradecer, porque hasta ahora solía ser más bien el mentecato o el pagafantas de la peli.
(23-03-2020)
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