Tras los tres primeros capítulos de la serie Comedias y Proverbios (a saber, La mujer del aviador, La buena boda y Pauline en la playa), Eric Rohmer nos regaló esta deliciosa Las noches de la luna llena, que parte del proverbio (será francés, porque en España no existe como tal) “quien tiene dos mujeres pierde el alma, quien tiene dos casas pierde la razón”. En todo caso, el proverbio galo tendría algo que ver con nuestro refrán “casa con dos puertas mala es de guardar”, aunque parece claro que el sentido no es exactamente el mismo. En el filme lo que es difícil de guardar son los sentimientos. La protagonista, buscando ensanchar a tientas su libertad, terminará por perder a la persona que quiere. Y no es un final fortuito: los personajes de Rohmer se desenvuelven en sus filmes ejerciendo plenamente su libre, su soberano albedrío. Su privilegio es equivocarse, pero, ¡ay de quién les niegue ese privilegio…!
En contra de lo que ocurría en su anterior Pauline en la playa, donde los intérpretes eran en su mayoría muy jóvenes, aquí Rohmer opta por actores y actrices ya algo más entrados en años, veinteañeros y treintañeros que se desenvuelven sin embargo con los mismos problemas, las mismas empanadas mentales que los adolescentes cuando tienen que enfrentar ese sinuoso, escurridizo sentimiento al que hemos dado en llamar amor. Está Fabrice Luchini, uno de sus incondicionales, que trabajó para Rohmer en seis ocasiones, pero también Pascale Ogier, hija de la actriz Bulle Ogier, que murió inesperada, trágicamente a la tan temprana edad de 26 años.
Las características del ciclo Comedias y Proverbios, presentes también en este cuarto capítulo, como en el resto de la serie, podrían definirse como la sencillez en la puesta en escena, la abierta exposición de los sentimientos y las relaciones entre los seres humanos en cuanto a los temas tratados, pero también un concepto más amplio, que engloba a la serie y a su autor: estamos ante un cine civilizado, ante una obra que sorprende por su madurez y por la plenitud de sus ideas. Las Comedias y Proverbios fueron, en fin, un prodigio de clasicismo y a la vez de modernidad, tan diáfanas en su exposición como en sus temas. Tan lejos de las habituales (sálvese quien pueda) hamburguesas de plástico yanquis como del tamtan africano, Rohmer representa desde su serenidad el genuino rostro de Europa, una identidad propia reafirmada en imágenes de cinematógrafo y civilización.
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