CINE EN SALAS
[Más de tres décadas después de su estreno, vuelve con todos los honores a las salas de cine esta película canadiense que en su momento fue todo un acontecimiento cinéfilo, por lo que recuperamos su crítica]
Hay películas que llegan al corazón: son casi siempre románticas, o sentimentales, o melodramáticas; van directamente a ese extraño órgano que, contra toda lógica, nos mantiene con vida. Otras, más racionales, incluso racionalistas, se dirigen al cerebro; son las que apelan a la razón, al intelecto, para exponer (a veces también para “imponer”…) sus tesis: políticas, sociales, ideológicas, religiosas… Incluso hay cintas que, pícaras ellas, se dirigen específicamente a la entrepierna, procurando alegrar las pajarillas a los espectadores.
Pero esta especialísima Léolo es otra cosa: pertenece a la rara estirpe de las películas que se dirigen directamente a nuestras vísceras y, no contenta con metérsenos tan adentro, nos vacía simbólica, metafóricamente, de nuestros más oscuros órganos. Porque esta prodigiosa obra de Jean-Claude Lauzon es como un purgante, algo que nos remueve la sentina para abandonarnos después vacíos como una cáscara de nuez, como si hubiéramos tragado uno de los amargos laxantes que el padre de Léolo obliga a tomar a toda la familia.
Doce años en la vida de un niño inmerso en un clan familiar donde la locura cotidiana ha tomado franca, aviesa carta de naturaleza. Una vida oscura en un arrabal de Montréal, en el irredento Canadá francés, en una casa donde paisaje y paisanaje van de consuno. En el primero, el paisaje, en lo que resulta ser un hogar sucio y dejado de la mano de Dios. En el segundo, los personajes que lo habitan, con un abuelo permanentemente enganchado a la italianita que ilumina la vida de Léolo; un padre que trabaja de IBM (ya saben: “y veme por esto, y veme por lo otro”...) en la acería local; una madre enorme en su matriarcado, único oasis en un grupo de locura; un hermano que quiere suplir con músculos en el cuerpo la carencia de materia gris en el cerebro; una hermana, gruesa y esquizofrénica, una mole condenada al letargo de por vida; y Léolo...
Léolo, que tiene una rara sensibilidad, una excepcional percepción para conocer a qué clase de mundo ha ido a parar, y que escribe, escribe como si fuera lo único, lo último que puede hacer antes de que la locura se cebe también en él. “Porque sueño, yo no lo estoy (loco)”, repite, una y otra vez, casi hipnóticamente, el niño que vive para la secreta esperanza de salir de un universo rabiosamente enfermo y patético. Y sale uno del cine sintiéndose vacío, como si lo hubieran eviscerado sin dolor, sin darse cuenta siquiera, con un gusto amargo en la boca, como si hubiera apurado hasta las heces un cáliz lleno de ajenjo. Y es que el tema de Léolo es la imposibilidad de huir de la vida, una historia casi determinista, un puñetazo de plano en pleno plexo solar que no da plazo al resuello. En una palabra: fascinante.
El caso de su director, Jean-Claude Lauzon, merece capitulo aparte: nacido en Montréal en 1953, murió en un accidente de aviación en 1997, a los 43 años, dejando tras de sí una obra muy reducida en número de títulos pero en buena medida apasionante, habiendo sido el coguionista de El declive del imperio americano (1986), la notable película de Denys Arcand que puso el cine canadiense en el mapa, cuando hasta entonces apenas si había tenido relevancia internacional. Lauzon debutaría en la dirección de largometrajes con el duro thriller de redención Fronteras de la noche (1987), que llamó poderosamente la atención en su país, donde consiguió un buen número de premios, preanunciando la atmosfera viciada, asfixiante de su siguiente (y última…) obra, esta desasosegante, única, inolvidable Léolo.
Qué hubiera podido hacer Lauzon si no hubiera muerto en aquel estúpido accidente de aviación, es una incógnita. Con un antecedente como Léolo cabría imaginar una obra plagada de mundos inexplorados, personajes irrepetibles, radiografías de la sociedad desde perspectivas inimaginables. Su muerte, además de la tragedia vital que supuso, lo fue también en cuanto a la pérdida de la creatividad de un autor sin parangón.
(05-03-1993)
107'