El wéstern clásico no fue solo cosa de John Ford, Howard Hawks, Anthony Mann, o William Wyler, por citar a los grandes maestros del género. Hubo también otros cineastas que, sin llegar a esas cimas, aportaron un buen número de títulos de interés. Uno de ellos fue, sin duda, Bud Boetticher (Chicago, 1916 – Ramona, 2001)), un director siempre a cargo de productos modestos que él sabía resolver con economía, eficiencia y sentido común. Aunque su carrera, como solía ocurrir en el Hollywood clásico, fue ecléctica, dirigiendo films de todo tipo, donde su estilo sobresalió fue precisamente en el wéstern, en especial durante los años cincuenta, década en la que hizo varias películas justamente recordadas; no es que fueran grandes obras maestras, pero consiguió hacer de la modestia una virtud, de la falta de recursos una suerte de ascetismo estilístico. Con títulos como Horizontes del Oeste (1953), El desertor de El Álamo (1953), Cita en Sundown (1957), Buchanan cabalga de nuevo (1959), y esta Los cautivos (1957), entre otras, Boetticher se confirmaría como un solvente cineasta, firme, seguro y capaz de sacar adelante historias clásicas y a la vez con un punto esquinado, un toque innovador, distinto al cine del Oeste que se hacía en la época.
Los cautivos se abre con una secuencia cuasi idílica: Brennan, un ganadero que se ha establecido por su cuenta en una pequeña propiedad, dejando de ser el capataz de un rico ranchero que quiere a toda costa su vuelta, llega a una estación de postas, regentada por un hombre viudo que tiene un hijo con el que Brennan hace buenas migas; la buena relación entre los tres es patente, de auténtica amistad y aprecio. Ya en el pueblo, el vaquero pierde el caballo en una apuesta contra su antiguo jefe, que busca la forma de recuperarlo. De regreso a la casa de postas, en la diligencia al haber perdido el caballo en la apuesta, Brennan se encuentra con que una banda de pistoleros ha matado a su amigo el viudo y su hijo y los han arrojado al pozo...
El guion se basa en una historia de Elmore Leonard, un escritor que ha proporcionado materia argumental para un buen número de películas interesantes (citaremos algunas de ellas: El tren de las 3:10, Un hombre, Mr. Majestyk, Jackie Brown...). La película se centra en la difícil situación en la que se encuentra un hombre al ser capturado por un grupo de facinerosos; además de cuidar de sí mismo, el hombre habrá de intentar hacer lo propio con la mujer que viaja en la diligencia, recién casada con un hombre al que solo le interesa el dinero de su suegro, un cobarde integral que presentará el envés del protagonista, un hombre honesto a carta cabal pero en absoluto un héroe, alguien anónimo compelido, a riesgo de perder la vida, a hacer lo correcto cuando toca.
Con buenos diálogos a los que sin duda no es ajeno tanto el material original de Elmore Leonard como el buen guion de Burt Kennedy (él también, a su vez, humilde director de wésterns, al estilo de Boetticher), con una puesta en escena sencilla, sin aspavientos, la película admira por su impecable ritmo narrativo, sin desmayo, aunque no haya mucha acción, más que en momentos puntuales. El film aporta además algunos personajes muy interesantes: así, la reciente esposa, ya talludita, que sabe que su marido, un egoísta integral, se ha casado con ella por ser rica y para aprovecharse de su posición social, una mujer de baja autoestima al creerse vieja, fea e inútil; el sibilino jefe de la banda, un tipo que no tiene precisamente serrín en la mollera y sabe que su posición de pistolero no tiene recorrido, confesando al protagonista su envidia por él, anhelando tener alguna vez una pequeña propiedad; el pistolero encarnado por Henry Silva (perito en villanos, como sabemos), un tipo que disfruta tirando de gatillo, un sádico que prefiere a la gente antes muerta que viva. Toda una galería de personajes con carne y sangre, bien servidos por actores solventes como Randolph Scott (que trabajó con frecuencia con Boetticher), Richard Boone, Maureen O’Sullivan (qué lejos ya de su Jane de la serie cinematográfica del Tarzán de Johnny Weissmuller) y el mentado Henry Silva.
Es justo reconocer que también contribuyen al buen resultado de la película las localizaciones, habiendo sido rodada en Alabama Hills, unas espectaculares colinas de formación calcárea de California que han sido utilizadas con frecuencia en el cine por sus singulares, imposibles formas de piedra caliza.
(10-06-2020)
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