Pelicula:

CRITICALIA CLÁSICOS


Disponible en Movistar+.

Ya en 1933 un realizador todoterreno como Michael Curtiz llevó al cine un relato de Charles Belden bajo el título de Mystery of the Wax Museum, que tenía como protagonista femenina a una actriz rubia conocida entonces como "la reina del grito" (por sus seriales truculentos) y de nombre Fray Wray, que se haría famosa en esa misma fecha como la apurada protagonista de King Kong, en la primera y más apreciada cinta de las andanzas del gigantesco mono. Esa primera versión (y volvemos al museo) la produjo la Warner en un chapucero sistema que llamaron Technicolor Dos Colores, consistente en jugar sólo con el verde y el rojo para el cromatismo de la imagen. Y es curioso que -veinte años después- la misma historia volviese a las pantallas también de la mano de otro experimento técnico, el cine en 3-D, que en honor a la verdad tampoco ha convencido (con o sin gafas), a pesar de distintos intentos a lo largo de varias décadas.

Con un desarrollo argumental muy similar a la versión anterior, la dirección corrió a cargo de André de Toth, un correcto cineasta también inscrito en la larga lista de los nacidos en el antiguo Imperio Austrohúngaro que acabaron rodando películas en Hollywood, llegando a realizar una treintena de largometrajes, destacando con algunos westerns como Pacto de honor, con Kirk Douglas, o El honor del Capitán Lex, con Gary Cooper. Pero sin duda su film más popular y recordado fue éste que hoy comentamos, cuando la Warner (tras lanzar otra vez el 3-D con Bwana, el diablo de la selva), cambió de ambientes y se enfrascó en una turbulenta y enrevesada historia en torno a un museo de cera, donde lo malsano y los personajes desfigurados o monstruosos campan a sus anchas.

La cinta destaca enseguida por su espectacular fotografía en color, y por sus rebuscados personajes, desde el profesor Jarrod a las muchachas que se asemejan a las figuras del museo, que van desde Madame Pompadour, a Cleopatra, a Juana de Arco, o María Antonieta, sin olvidar al ayudante humano Igor (en alusión evidente al Doctor Frankenstein). Con calles llenas de niebla, lluviosas y oscuras, con sombras amenazantes, con rostros desfigurados ocultos bajo una máscara, con una policía que sospecha tras un repentino fuego (provocado por uno de los socios del museo para cobrar la prima) que casi lo destruye, y con varias persecuciones nocturnas realmente bien rodadas, vamos conociendo los entresijos rocambolescos que atrapan al espectador.

Unido todo ello a robos de cadáveres en la morgue, justifica temáticamente que el film pueda inscribirse en esa tendencia secular (que se inicia en la Edad Media) y que los franceses apellidaron como lo "fantastique", una corriente narrativa que no siempre puede considerarse como realista, más bien como fantasiosa, y dando lugar a la imaginación de cada lector o espectador. Y eso se da casi al detalle en este film que combina con modestia su tono comercial con el desafío de mostrar (cuando se proyectaba con sus Tres Dimensiones en la época de su estreno) efectos impactantes, como  vigas ardiendo que caen sobre los espectadores, pelotas de ping pong que salen de la pantalla sobre la sala, o primeros y espeluznantes planos de rostros desfigurados. Sin olvidar otras secuencias más frívolas y relajantes, como las bailarinas del can-can que invaden con sus piernas el espacio de la proyección, o ver cómo estalla una caldera de cera hirviendo sobre  los personajes, retomando el tono espeluznante.

No hemos nombrado todavía un elemento importante -que sostiene en buena parte la solidez del film- como es la interpretación de Vincent Price, un actor ya en ese momento con una importante carrera a sus espaldas, con títulos de calidad como Laura de Otto Preminger, o El castillo de Dragonwyck, el primer film que dirigió Joseph Leo Mankiewicz, y en ambas junto a Gene Tierney. Con su excelente interpretación en este truculento museo de cera afianzó su tendencia a papeles de corte misterioso o inusual, como La Mosca, o más directamente -ya en los años sesenta- como protagonista y destacado factor en el ciclo que un director de serie B -pero muy seguido por la crítica- como Roger Corman  le dedicó en esa década a varios relatos de Edgar Allan Poe. Así, Price se erige como factor esencial en seis películas de las que integraron el ciclo, y podemos verlo -por orden cronológico, desde 1960 a 1965- en El hundimiento de la casa Usher, El péndulo de la muerte (con Barbara Steele, y acaso la mejor), Historias de terrorEl Cuervo, La máscara de la muerte roja, finalizando con La tumba de Ligeia.

Pero también contamos con la presencia de Carolyn Jones, recordada junto a Kirk Douglas y Anthony Quinn en El último tren de Gun Hill, el espléndido western de John Sturges, y casi el estreno en pantalla - en el papel de Igor- de Charles Buchinsky, luego más conocido como Charles Bronson. Entre todos armonizan un reparto ajustado al estilo del film de André de Toth, que se despide con un tramo final lleno de tensión y de clímax, y que responde de lleno al tono bizarro de la película.

Terminamos diciendo que el nombre original de De Toth era mucho más largo y complicado (en húngaro, con cuatro palabras dificilísimas), que estuvo casado con siete esposas distintas (siendo la más famosa Veronica Lake), y que de adolescente perdió un ojo, lo que hacía que paradójicamente no pudiese apreciar el efecto de relieve de su cinta en 3-D cuando se estrenó. Eso sí, entró con  todos los honores en el selecto club de cineastas tuertos, como Raoul Walsh, John Ford, Fritz Lang o (en sus últimos años) Nicholas Ray... Casi nada...


(19-01-2025)


 


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88'

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Los crímenes del museo de cera - by , Jan 19, 2025
3 / 5 stars
Terror colorista y ardiente