Está visto que hay homenajes que mejor se podían quedar en la carpeta de temas imposibles. Y es que hacer en cine una vieja novela del guionista riojano podría considerarse, en principio, plausible, sobre todo si ese original literario incide con fruición, como es el caso, en algunas de las claves de la guionística azconiana: costumbrismo esperpéntico, humor negro, corrosividad antiinstitucional, despertar a la sensualidad de la vida.
Pero es que habrá que recordar que un guion no es sino una parte de una película, pero no la única, y no es la primera vez que una buena idea es desbaratada por una realización no competente. Porque los buenos guiones de Azcona brillaron gracias a la personalísima dirección de gente del talento de Berlanga, Ferreri, Fernán Gómez o Cuerda, entre otros. Vale, incluso de Fernando Trueba, en la época en la que aún no había perdido los libros. Pero José Luis García Sánchez es tan buen profesional, capaz de tocar cualquier género, como impersonal director, un hombre que ha hecho de todo pero no ha destacado, de verdad, en nada.
Así las cosas, Los muertos no se tocan, nene, resulta ser una comedia que se quiere a la manera berlanguiana, pero sin la rara capacidad del cineasta valenciano para hacer verosímiles historias absolutamente increíbles; véanse los casos de Plácido o El verdugo, que en otras manos podrían haber resultado incomestibles. Pero en ningún momento el filme de García Sánchez, ni por asomo, se acerca a la gracia alada de las comedias de Berlanga y Azcona, ni tampoco a otras a las que parece remitirse, las neorrealistas (a la española), también bastante negras, de Ferreri y Azcona (cfr. El pisito y El cochecito).
Los actores están teatrales, incluso la planificación lo es, lo que no deja de ser chocante en un cineasta cuyo currículo comprende más de veinte largometrajes para el cine y un buen puñado también de TV-movies y cortometrajes.
La tentación por el humor verde, y por el marrón, que es el último recurso del cómico que no sabe como hacer reír, termina de confirmar que, en este caso, se ha tomado el nombre de Rafael Azcona en vano, y que para este viaje no hacían falta tantas alforjas. Azcona, en la gala de los Goya de hace varios años en la que fue homenajeado dijo, con su habitual humor: cuando me muera os diré, ahí os dejo este muerto; quien le iba a decir que “este muerto” iba a proveer, de forma involuntaria, este último homenaje que, a la vista del resultado, nunca debió tributarse.
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