Pelicula:

CINE EN SALAS

Era de esperar que el cineasta coreano Bong Joon-ho, tras el exitazo crítico y comercial de su anterior Parásitos (2019), que consiguió 4 Oscars, entre ellos los correspondientes a Película y Dirección, y con una recaudación mundial de 254 millones de dólares, multiplicando por más de 20 su modesto presupuesto de 11,8 millones, fuera fichado por el cine norteamericano, siempre atento a captar a los talentos de otros países. De hecho, si al cine de Hollywood le quitáramos, desde el principios de los tiempos (o sea, a efectos del cinematógrafo, desde el 28 de diciembre de 1895), todos aquellos profesionales que nacieron fuera de Estados Unidos, el enorme volumen de películas inolvidables que ha generado el país se reduciría considerablemente...

Pero a veces ocurre que esos fichajes de talentos foráneos para la industria audiovisual yanqui se saldan con un fracaso estrepitoso, si no en cuanto a la calidad del producto, sí en cuanto a su rendimiento en taquilla. Teniendo en cuenta que el cine yanqui, salvo el ”indie”, maneja hoy día siempre cuantiosos presupuestos, el retorno en taquilla se hace imprescindible, y cuando no sucede, como en este caso, las cosas se pueden poner feas para los productores (en este caso, mayoritariamente, Brad Pitt, a través de su productora Plan B). Porque la película, con un presupuesto elefantiásico (para un film de estas características) de 118 millones de dólares, por ahora no ha recaudado en todo el mundo ni la mitad de esa cifra; es cierto que su estreno mundial ha tenido lugar hace todavía poco, pero las previsiones no son optimistas...

En cuanto a la película en sí, que es mayormente lo que nos interesa aquí, lo cierto es que nos parece que Mickey 17, teniendo cosas de interés, sin embargo dista mucho del excelente nivel presentado por Bong en su estupenda Parásitos, en la que conseguía el prodigio de hacer una película de corte social que, a la vez, resultaba muy amena, bien contada y con una historia sugestiva, original y resuelta brillantemente, de forma muy cinematográfica. Casi nada de todo eso hay en esta por lo demás esforzada y a ratos apreciable película.

La acción se desarrolla inicialmente en la Tierra, en el año 2054 (vamos, de aquí en treinta años, “grosso modo”). Conocemos a Mickey Barnes, un papafrita al que se la pegaría hasta el más lerdo de los estafadores, engañado por su amigo el “listo” Timo (esto es porque Mickey no sabía hablar español, si no, lo habría tenido claro desde el principio, con ese nombre...), asiático, el típico “enterado” que ve oportunidades económicas donde normalmente lo que hay son marrones; ambos se endeudan (mayormente Mickey, que para eso es el más carajote de los dos) con gente poco recomendable para un negocio imposible, y como no pueden pagar son perseguidos por los impíos prestamistas. Mickey, que ya hemos visto que tiene menos seso que un mosquito, se apunta a una expedición que va a colonizar un astro que se encuentra a varios años de distancia; como hay millones de personas que quieren formar parte de la expedición, a Mickey le ofrecen hacerlo pero como “prescindible”, firmando un contrato que permite que sea sometido a todo tipo de experimentos que pueden conllevar la muerte, tras la cual (previa toma de sus características físicas y mentales) sería “impreso” de nuevo, en una impresora 3D, tomando cada reimpresión un número consecutivo. El número 17 se encuentra en un momento dado en una situación en la que se prevé que va a morir, así que en la nave, que ya ha llegado al planeta, proceden a imprimir el 18... pero el 17 sigue en el mundo, así que, Houston, tenemos un problema...

Sobre la novela homónima original de Edward Ashton, publicada en 2022, Bong ha escrito el guion y llevado a la pantalla, también coproduciéndola, esta distopía que, desde luego, nos hace recordar aquello de “no des ideas...”. Porque si en el futuro realmente se inventara algo como esto, legalizar que se pueda experimentar con personas hasta la muerte, con sufrimientos indecibles, simplemente porque después se vuelven a reimprimir (de nuevo para poder ser otra vez torturado hasta morir), ciertamente no quiero conocer ese futuro. Por supuesto, Bong lo hace advirtiendo del sesgo que lleva nuestra ¿civilización?, en la que el ser humano cada vez importa menos y la rentabilidad a todo trance ha ocupado el lugar preeminente  que en otro tiempo fue habitado por los dioses.

Pero Mickey 17 tiene varios problemas, entre ellos uno de difícil solución, un metraje kilométrico, de más de dos horas y cuarto, cuando es evidente que la anécdota argumental no da para tanto, lo que hace que el ritmo narrativo sea irregular, con baches de interés notables, especialmente durante la primera hora, mientras vemos cómo al pobre idiota (aunque en el fondo es el más positivo, el más angustiosamente humano de los personajes) lo gasean, lo someten a virus mortíferos y dolorosísimos, etcétera, todo con la “excusa” de que, como después lo reviven vía reimpresión, pues no pasa nada... pero sí pasa, por supuesto: no ya la muerte, repetida hasta en 17 ocasiones, sino la forma de llegar a ella, manteniendo en cada nueva reimpresión el recuerdo vívido de todas esas sevicias que lo han matado repetidas veces. Una tortura inimaginable que ojalá no vean gente como Trump, Musk o Putin, no vayan a tener (aún más) malas ideas...

Por supuesto, hay una intencionalidad de denuncia por parte del cineasta surcoreano, no solo sobre esa deriva antihumanista en la que parece empeñado el ser humano, sino también en la acre crítica que hace de los politicastros como los personajes que interpretan Mark Ruffalo y Toni Collette, gente abyecta que hace de su piquito de oro (más bien el de ella, siendo él casi como el muñeco de la ventrílocua) la mejor forma de engatusar al personal para sus estrictos intereses particulares y para vivir a costa de los demás. Tampoco se salva la ciencia, entregada a la adulación del siniestro “boss”, convirtiéndose en el necesario mamporrero para sus fines execrables. Siempre con un tono ecologista que ya estaba en algunas de sus anteriores películas (pensamos en The host y en Okja), Bong presenta aquí a unas (en el fondo) adorables criaturas alienígenas que, a pesar de su aspecto como de gusanos de Dune (aunque considerablemente más pequeños...), en el fondo son infinitamente más pacíficos que la inmensa mayoría de los supuestos “homo sapiens” de la nave que  ha aterrizado en su planeta. Por supuesto, habrá también un palito para el ánimo colonizador del ser humano, empeñado en arrasar con cuanto territorio se le ponga a tiro, pero también para el pesimismo distópico que aparecía, por ejemplo, en su Snowpiercer. Y lo curioso es que la deriva en positivo que tomará la película (a veces es imposible no dar pistas...) queda como muy falsa, como muy poco creíble: quizá el pesimismo irredento de Bong case mal con la inevitable tendencia del cine “mainstream” a que el espectador salga de la sala con un buen sabor de boca...

Film parcialmente fallido, entonces, con algunas buenas ideas pero expuestas muy descompensadamente, Mickey 17 nos presenta un futuro relativamente cercano que resulta pavoroso: si las grandes corporaciones, tecnológicas o no, serán las que gobiernen el mundo no tardando mucho (de hecho, ya lo están empezando a hacer...), ¿no mandarán al humanismo al cuarto de los trastos inservibles? ¿No dejará de ser el ser humano el centro y eje del mundo para convertirse en pura carne de cañón infinitamente torturable, como este pobre diablo que, como todo quisque, no se leyó la letra pequeña del contrato que lo condenaba a una eterna existencia de tormento constante?

Buen trabajo de Robert Pattinson, que ha crecido, y de qué manera, desde aquel pasteloso vampiro de Crepúsculo, convirtiéndose en un actor que arriesga en cada nuevo empeño y que, a lo tonto a lo tonto, ya ha trabajado a las órdenes de lo más granado del cine internacional actual: Cronenberg, Herzog, Corbet, Gray, Eggers, Nolan, Reeves... Aquí tiene que interpretar diversos caracteres con la misma apariencia, y lo hace con solvencia y talento. Ruffalo y Collette se pasan tres pueblos en sus interpretaciones, pero lo cierto es que es lo que pedían a grito sus personajes, dos roles de esos de los que solemos decir que, si sus madres hubieran abortado, el mundo sería un poco menos malo...

A pesar del (más falso que Judas) “happy end”, sale uno de la película con la sensación de que la civilización que conocimos, imperfecta pero a ratos estimulante, tiene los días contados... Ojalá nos equivoquemos...

(14-03-2025)


Mickey 17 - by , Mar 14, 2025
2 / 5 stars
No deis ideas...