Hace 40 años que James Bond tiene 40 años, y lo cierto es que no se le nota nada. La película de 007 es ya una tradición bienal, aunque en este caso haya tardado tres años de un capítulo a otro, y lo cierto es que la serie del agente secreto más famoso del mundo ha encontrado hace tiempo un punto de equilibrio envidiable entre sus temas recurrentes (el espía con clase, capaz de portentosas escenas de acción, seductor con las mujeres, implacable con los villanos, usuario de "gadgets" prodigiosos, indespeinable...) y cierta capacidad para innovar, más bien exterior que interior: los directores de las películas hace tiempo que no tienen que ser necesariamente británicos (este Lee Tamahori, por ejemplo, es nada menos que neozelandés), en este nuevo episodio Bond no sólo se despeina, sino que sale con unas greñas horrorosas (por mor de su captura y tortura por parte de los malos, desde luego) y comparte protagonismo con otra espía "buena", una espléndida Halle Berry, casi al mismo nivel que el propio 007.
Esa afortunada mezcla de tradición y novedad confiere al producto un agradable tono de reencuentro con algo conocido pero del que a la vez esperamos cosas que nos sorprendan. Habrá, claro, inverosímiles escenas de acción, desde Cádiz disfrazada de La Habana hasta los hielos eternos de Islandia; habrá un villano algo descafeinado, como viene siendo habitual últimamente, en este caso con los rasgos de Toby Stephens, que parece más un anodino jugador de "cricket" que el temible y pérfido "amo del mundo" correspondiente; habrá, por supuesto, el "leit motiv" del malo, aquí un artilugio espacial, muy apropiadamente llamado Icarus, capaz de convertirse en un segundo sol que alumbre zonas umbrías del mundo o, si le plugue a su propietario, ser un arma mortífera para hacerse con el poder absoluto. Habrá, también, y como signo de los tiempos, una colaboración muy estrecha (nunca mejor dicho, revolcón incluido...) entre los servicios secretos inglés y norteamericano, como entre Bush y Blair en la vida real y, en definitiva, un capítulo más de un espectáculo garantizado, protagonizado por un viejo conocido que, como el turrón, nos visita siempre por Navidad... aunque sea cada dos años, más o menos...
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