El cine norteamericano sigue funcionando como una aspiradora de talentos. Ahora es David F. Sandberg, un cineasta sueco radicado hace ya años en Estados Unidos, quien ha dado en el clavo comercial (y no está mal en el plano artístico) con este Nunca apagues la luz, versión "king size" de su cortometraje de igual título del año 2013, tres cortos minutos que tuvieron un fuerte impacto en la cinefilia USA y propició una versión en largometraje que, dicho sea pronto, no se resiente del habitual defecto de los cortos transformados en largos, que no es otro que el alargamiento sin sentido de escenas y secuencias para completar un metraje estándar. En este caso, como lo interesante de aquel corto (cortísimo, diríamos...) era el planteamiento de un ser malévolo y fantasmagórico capaz de moverse como una exhalación en la oscuridad para desaparecer en cuanto hay luz, los guionistas tuvieron manos libres para imaginar una historia que pudiera cuadrar con esa siniestra y tan mortal capacidad.
Desde el punto de vista económico Nunca apagues la luz ha tenido un carrerón: con un coste que no ha llegado a los 5 millones de dólares, su recaudación, sólo en el mercado USA-Canadá ha superado de largo los 60 millones de dólares, a expensas de lo que consiga en la taquilla del resto del mundo. Artísticamente hablando el filme de Sandberg consigue su objetivo, crear terror a partir del miedo más atávico que pueda existir en el ser humano, el miedo a la oscuridad, terrible en nuestros tiempos infantiles y que, aún de mayores, aunque domeñado, nos hace sentir más de un escalofrío cuando lo oscuro nos acecha y nos envuelve. Sobre ese miedo atávico monta Sandberg su historia; no es un prodigio de guión, a ratos confuso y otras veces pillado por alfileres, pero lo cierto es que en este tipo de filmes lo que se pide es, sobre todo, intensidad emocional y capacidad para crear atmósferas, y ese objetivo está razonablemente cumplido.
Entrando en materia enseguida, como en los buenos filmes de terror que calientan el ambiente desde los primeros minutos, la película se desarrolla con aceptables niveles de narratividad y con una puesta en escena que a veces es incluso formalmente muy osada, como ocurre en varios planos en los que, sin cortar, se procede a unir dos espacio-tiempo distintos.
Serie B que colinda con la serie Z, sin que ello sea un desdoro (cuántas series Z, sobre todo del cine americano clásico, son realmente adorables), Nunca apagues la luz se constituye así en un filme indie de estimulante plasmacion, un interesante debut en la realización cinematográfica y una aportación a ratos bastante pavorosa al cine de terror.
Entre las influencias que se aprecian podríamos contar curiosamente la de dos filmes españoles estrenados en USA, Los otros y REC, pero también, en una onda de fanta-terror, se podría hablar sin temor a equivocarse de un tributo a un pequeño clásico del género, Pitch black, que jugaba con un planteamiento similar aunque en un contexto absolutamente distinto.
Entre los intérpretes me quedo con una Teresa Palmer a la que hemos visto recientemente en Triple 9, una actriz australiana a la que, es evidente, la cámara adora. Y Maria Bello ya está haciendo papeles de madre, Dios mío...
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