No digo nada nuevo, pero es verdad que la ciencia ficción es un género que se presta, y de qué manera, a filosofar sobre el ser humano, sobre lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos o podríamos ser. No hay que recordar más que algunos títulos, desde Ultimátum a la Tierra (versión de 1951, por supuesto, no la muy inferior de 2008) a Matrix, pasando por las iniciáticas 2001, una Odisea del Espacio y Blade Runner, por sólo citar algunos ejemplos evidentes de filmes de S-F de gran altura y cuyos temas giran sobre el ser humano, su lugar en el universo, su propia mismidad.
Oblivion parte de una novela gráfica que se ha encargado de llevar al cine su propio autor, Joseph Kosinski, cuya relación con el cinematógrafo hasta ahora se limitaba prácticamente a la dirección de Tron: Legacy, la secuela de aquella vieja (pero tan adelantada a su tiempo) Tron, rodada en 1982, cuando la informática estaba en mantillas y el concepto de teléfono móvil era de novela de ciencia ficción.
Diremos pronto que la historia de esta Oblivion es sugestiva. Año 2077: la Tierra, sesenta años antes, fue atacada por los llamados Carroñeros, una civilización alienígena que destruyó la Luna y, con ello, devastó la Tierra con grandes cataclismos naturales. Los terrícolas se defendieron de los invasores mediante armamento nuclear, ganando la batalla pero perdiendo el planeta, por lo que los supervivientes humanos emprenden el exilio a Titán, una de las lunas de Saturno, el astro del Sistema Solar más parecido a la Tierra; la expedición, transitoriamente en una estación espacial, está extrayendo grandes cantidades de agua para procurar energía atómica de fusión en la nueva Tierra Prometida. En ese contexto, una pareja de humanos, hombre y mujer, velan por el buen funcionamiento de las gigantescas máquinas extractoras de agua de los océanos, vigiladas permanentemente por drones, vehículos voladores no tripulados de letal eficacia armamentística. Pero cuando el hombre encuentre el cuerpo en hibernación de una mujer en una cápsula caída del cielo, todo empezará a resquebrajarse…
Kosinski se nos revela aquí como un interesante creador de historias: su novela gráfica aporta un notable imaginario postapocalíptico, y los giros que dará el guión resultan verosímiles, están bien encajados en el contexto y resultan excitantes. Pero, con independencia de la vistosa historia de ciencia ficción y acción, en Oblivion nos quedamos con otras cosas, que hablan del ser humano, del Hombre, con mayúsculas (si nos ponemos políticamente correctos, del Anthropós, el ser humano sin distinción de sexo). Así, se habla de la conexión especial entre el humano y la Tierra, su hogar, su útero materno (¡ay, Kubrick, ay, Clarke!), de la necesidad del contacto con la tierra (esta vez con minúscula), con la naturaleza; también del contacto con la obra artística, intelectual, que nos distingue de los animales, como ese libro de Lord Macaulay, Cantos Populares de la Antigua Roma, que se convertirá en el “leit motiv” del filme, con el bellísimo dístico puesto en boca del soldado romano Horacio en el Canto XXVII: “Y cómo puede morir mejor un hombre/ que afrontando riesgos temibles/ por las cenizas de sus padres/ y los templos de sus dioses”.
Se habla también, y de qué forma, de hasta qué punto el clon, cualquier clon, no es sino su original, su alma es la misma, como su mente, como su cuerpo. Filme finalmente hermoso en su epílogo moderadamente optimista, Oblivion no llega a ser la gran película que podría haber sido por algunos titubeos de guión, por algunos desajustes en la coherencia de la historia, por la sensación de que juega a dos barajas, la de hablar con seriedad de nosotros mismos, pero también la de reventar las taquillas.
No es, sin embargo, un filme fallido, mucho menos deleznable: entretiene y hace pensar, y eso, en estos tiempos, y en este tipo de cine que busca seguir haciendo de oro a su estrella, no es baladí.
Reconoceremos el esfuerzo de Tom Cruise en esta nueva película, aunque es inevitable que su archiconocido rostro nos impida verlo como un personaje diferente de los muchos que hasta ahora ha interpretado; tampoco es que Cruise sea dado a cambiar algo su caracterización (qué se yo, un peinado distinto, o pelo largo, o barba: siempre es el mismo rostro haciendo múltiples papeles con igual jeta…). Morgan Freeman tiene poco papel, pero resuelto con su habitual sabiduría; bien es cierto que la voz de su doblador en España no es precisamente afortunada, haciéndole hablar con una pachorra que no le beneficia lo más mínimo. Las féminas resultan adecuadas, quedándonos especialmente con Andrea Riseborough, cuyo personaje, anclado en las directrices que tiene marcadas a fuego en su memoria, es quizá el más desvalido de toda la trama, alguien que se verá arrastrada por la marea de la verdad, sin querer dejarse llevar por ella.
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