Tomando por base, como en la precedente Macbeth y en la posterior Campanadas a medianoche, el mundo dramático de William Shakespeare, Orson Welles rodó a lo largo de cuatro años su versión de Otelo en diversos escenarios y paisajes, esencialmente italianos y norteafricanos, con cuatro diferentes actrices haciendo de Desdémona, otros tantos directores de fotografía e incontables peripecias e interrupciones del film a medida que iba consiguiendo dinero para proseguir el rodaje.
Al fin, bajo bandera marroquí, lo presentó en Cannes… y se llevó la Palma de Oro del Festival. Como en el universo shakespeariano, el mundo de Welles no es ciertamente un mundo cotidiano o asequible, sino que en ambos casos nos movemos ante grandes pasiones, personajes atormentados, decisiones vitales y acontecimientos perdurables. Todo ello se repite en Otelo, una de las tragedias más esquemáticas de Shakespeare –en el sentido estricto del término--, la historia unidimensional del moro de Venecia consumido por los celos ante Desdémona, víctimas ambos de la perfidia y traición de Yago.
Orson Welles traslada a imágenes impactantes y barrocas esta tragedia, los actores recitan sus espléndidos parlamentos con la convicción de los predestinados y el espectador comprueba cómo un film rodado en los años cincuenta destila en sus complejas imágenes y en su rico mundo visual y sonoro la potencia convincente de los creadores verdaderamente inmortales…
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