De vez en cuando el cine se embarca en aventuras imposibles, generalmente queriendo rehacer lo perfecto (como intentó Gus van Sant –por lo demás un director tan interesante— con Psycho, el remake de Psicosis, de Hitchcock), o versionarlo libremente (como osó, en vano, J. Lee Thompson en Caboblanco, que quería ser, sin conseguirlo en ningún momento, una variante de la mítica Casablanca, de Michael Curtiz).
Otras veces, como en este caso, huella el mismo tema, pero con un cambio de perspectiva o de tiempo. Oz, un mundo de fantasía presenta una historia que, supuestamente, ocurría antes de la época en la que se sitúa la legendaria El mago de Oz (1939), de Victor Fleming (bueno, hubo otros directores que metieron mano en el tema, pero el oficial es el autor de Lo que el viento se llevó), una de las pocas películas que se puede decir que ha visto todo el mundo o, en su defecto (véase las nuevas generaciones, que no han contado con el impagable efecto docente de las televisiones, cuando tenían la buena costumbre de programar clásicos), todo el mundo conoce aunque no sea más que por referencias.
En principio no es mala idea volver al universo Oz, como a cualquier otro, con una nueva historia, para revisitar un escenario, un mundo conocido. El problema comienza cuando el guión no está a la altura de lo que se esperaba. En este caso toda la primera parte de esta precuela resulta de un aburrido que llega al bostezo, esa sensación que se plasma en el espectador generalmente en miradas continuas al reloj para ver si las manecillas tienen a bien correr más de lo que deben. Porque la historia de este pequeño timador de poca monta, de este mago de feria de tercera, mujeriego irredento, caradura por naturaleza, mezquino y un punto miserable, con permanente sonrisa profidén, no termina de interesar: hemos visto ese arquetipo en tantas ocasiones que cansa verlo otra vez, sin matices nuevos que le otorguen alguna prestancia, alguna sensación de ser algo distinto. Su llegada a Oz tampoco es ningún prodigio. Solo en el último tercio del filme la cosa se anima, cuando el falso mago habrá de recurrir a ingenios tales como el propio cine para, mediante añagazas del estafador que es, vencer a las brujas (no descubrimos nada: ¿se imaginan un cuento de este tipo en el que las malas vencieran al final?). Es entonces cuando nos encontramos poderosas imágenes, que no desvelaremos porque una cosa es que sepamos que los buenos vencen, y otra cómo vencen.
Oz, el imaginario mundo creado por el novelista L. Frank Baum, ha sido un territorio hollado ad nauseam. Quizá demasiado. No sólo en cine, aparte de la espléndida versión de Fleming, con un remake “nigger” como El mago (1978), que hizo Sidney Lumet (tan blanquito él, por cierto: en aquella época la nómina de directores negros, o afroamericanos, aún era limitada), o desvaídas secuelas como Oz, un mundo fantástico (1985), de Walter Murch, sino también en series televisivas, TV movies, vídeos… una larga lista de temas sobre el mismo universo de magos, brujas, malvadas o buenas, zapatos con poderes, arcos iris y personajes secundarios curiosos, o estrafalarios, o ambas cosas. En este filme esos personajes son fundamentalmente dos, la muñeca de porcelana y el mono alado con uniforme de botones (como acertadamente lo define el protagonista), peculiares pero a los que se les saca poco partido.
El resultado final en esta Oz, un mundo de fantasía (por cierto, qué poco se han currado el título español, casi repitiendo el del filme de Walter Murch comentado antes; es verdad que la traducción del original, que podría ser algo así como “Oz, el Grande y Poderoso”, no es como para tirar cohetes, pero se echa en falta un poco más de inspiración) es un tanto irregular, aburrida primero y entretenida después, aunque es cierto que no aporta nada valioso a la Historia del Cine. Como en los USA ha funcionado bien, ya se anuncia para fecha indeterminada una secuela de esta precuela, lo que no deja de ser un cierto contrasentido. Veremos.
El director, Sam Raimi, vuelve a demostrar que en temas fantásticos no terroríficos se desenvuelve como un buen artesano, pero nunca con la personalidad que demuestra en los filmes estrictamente de terror, que le dieron fama y donde se encuentra en su salsa, pero a los que parece que no quiere volver tras pasar por blockbusters como la saga de Spider-Man.
Entre los actores, James Franco siempre ha sido bastante limitado, aunque aquí no tiene que hacer grandes alardes; de las actrices me quedo con una Rachel Weisz que compone una Bruja Mala de alguna forma emparentada con su colega de Blancanieves, y casi tan pérfida como aquélla, aunque le falte el espejito, espejito mágico.
Oz, un mundo de fantasía -
by Enrique Colmena,
Mar 16, 2013
2 /
5 stars
Antes del "Over the Rainbow"
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