Spider-Man

Mucho se ha hablado y escrito de cómo esta nueva y costeada versión del cómic de Marvel sobre el Hombre Araña de alguna forma incide en la reciente situación creada en USA por los sucesos del 11 de Septiembre. Es cierto que se ha eliminado del montaje una escena en la que las Torres Gemelas tenían una importancia icónica fundamental, pero también es cierto que la moraleja final ("un gran poder conlleva una gran responsabilidad") no está lejos de la nueva situación: viene a decir que el poderío económico, social, cultural y militar de Estados Unidos lleva aparejado un importante deber con respecto al resto del mundo, desde el respeto, pero también desde la implicación, sin aislamientos.

Lecturas políticas al margen, está claro que Spider-Man es un entretenido juguete fantástico que incide también claramente en otros géneros como el de acción y el de aventuras, una película agradable de ver que tiene elementos curiosos, como esa historia de patito feo reconvertido en un superhombre inesperado por la mera picadura de una araña radioactiva, lo más parecido a decir que cualquier Juan Nadie puede ser alguien importante a poco que se lo proponga, a poco que esté decidido a ello. Hay escenas de acción bien resueltas, y el villano, una especie de nuevo Jeckyll & Hyde, está convincentemente interpretado por un Willem Dafoe al que le van mucho más los papeles de malo que los que, de vez en cuando, hace de bueno.

"Chapeau" para el joven Tobey Maguire, que en principio podía pensarse era un error de "casting" (es legendaria su timidez y esa actitud de "poquita cosa" que le ha ido tan bien en films como Las normas de la casa de la sidra o Tormenta de hielo), pero que en pantalla gana enteros pasando convincentemente de ser el carajote de la clase al primero de todos, un salvador de peligros que, dicho sea de paso, tanto consuela al pueblo norteamericano en estos tiempos atrabiliarios. Claro que vencer a Osama Ben Laden se ha revelado bastante más difícil que hacerlo con el Duende Verde...