A principios del siglo XXI el guionista angelino (vaya, de Los Ángeles, California) David Twohy hace su tercer largometraje como director, esta Pitch black, que sorprende muy agradablemente. Se trata de un film de ciencia ficción entreverado de terror y acción. La trama se desarrolla en un futuro indeterminado (aunque se adivina que lejano, muy lejano); en ese contexto, en una nave espacial viaja hibernado un grupo de personas, tripulantes y pasajeros, que se desplazan hacia otro planeta de la galaxia. Por un accidente inesperado se produce la muerte del capitán de la nave y el despertar del resto del personal viajero. Atrapados por la fuerza de la gravedad de un planeta desconocido, tienen que aterrizar forzadamente en él. El astro es un inhóspito lugar permanentemente iluminado por un sistema de tres soles. Entre el muy diverso pasaje destaca un preso, Riddick, y su guardián, Johns; el mando recae en la única oficial superviviente, Carolyn. Cuando se percatan de que está a punto de producirse un eclipse de los tres soles, y que la oscuridad dará carta blanca a una extraña y numerosísima especie de monstruos que solo puede atacar en condiciones de ausencia de luz, los supervivientes tendrán que replantearse cómo defenderse y en quién confiar...
Con un brillante guion del propio director, sobre una historia original de Jim y Ken Wheat, coautores también del libreto, Pitch black se constituye enseguida en un potente film donde la adrenalina en el espectador va creciendo irremisiblemente conforme la suerte de los personajes se va viendo vinculada al fenómeno del eclipse, a la falta de oscuridad, al surgimiento sin cesar de los monstruos, al enfrentamiento nada soterrado del presidiario (que, como en los buenos films clásicos, no es enteramente malo, ni mucho menos) y el policía (que, también en esa misma tradición clásica, es poco de fiar), además de la oficial al mando, que tendrá que intentar mediar entre estos dos baluartes de testosterona en beneficio de la improvisada comunidad que forman con los pasajeros.
Notable en creativos recursos cinematográficos como la visión subjetiva de los monstruos, dada con unos tonos grisáceos y con contornos como de horrísono dibujo; con una potente inventiva para jugar al ratón y al gato con los bichos y la forma en la que se meriendan (a veces hasta se salvan...) a los personajes humanos, Pitch black seduce constantemente por su inventiva visual, por sus buenos diálogos, por un notable ritmo narrativo que no decae nunca. Tiene incluso una mirada humanista hacia sus personajes, que no son blancos o negros, sino grises, roles con trastienda, con pasado que se adivina turbulento.
El film, con un apreciable éxito en taquilla y, sobre todo, en crítica, conoció dos continuaciones, ambas dirigidas también por Twohy. La primera, Las crónicas de Riddick (2004), adoleció del típico problema de contar con un presupuesto cuatro veces superior al original, pero también la cuarta parte de su inventiva; la segunda, titulada solo Riddick (2013), retomó el espíritu del título primigenio y se puede decir con plena seguridad que recuperó el interés y la capacidad para aterrorizar al espectador con recursos nobles como la tensión, la creatividad visual, el ritmo narrativo.
Vin Diesel, cuando hizo este film, aún no era la estrella del cine de acción que hoy día es. La primera parte de la larguísima saga de Fast & Furious aún no se había rodado, y era todavía un actor poco conocido, aunque hubiera intervenido en un papel secundario en la spielbergiana Salvar al soldado Ryan (1998); aunque evidentemente es un actor de limitados recursos interpretativos, esa carencia conviene muy bien a su personaje, un tipo de pocos gestos y mucha acción, confiriéndole ese hieratismo una apariencia de contención actoral. Del resto del reparto me quedo con una Rhada Mitchell que contrapesa la testosterona que exudan los dos protagonistas masculinos, en un personaje que tiene que mandar pero lo hace desde posiciones no maximalistas, como tan habitual es en los jefes machos.
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