David Twohy es un guionista que ha contado entre sus créditos con títulos interesantes como El fugitivo, curiosos pero estrellados en taquilla, como Waterworld, y directamente sin interés, como La teniente O’Neil, con lo que no tenemos, en ese sentido, un patrón claro en cuanto a su talento. Sin embargo, en su más menguada carrera como director, tenía hasta ahora al menos un film de interés, Pitch Black, una historia de ciencia ficción, ambientada en un mundo ignoto, donde una nave espacial tenía que aterrizar en un planeta supuestamente desierto, pero en el que realmente moran criaturas depredadoras que se alimentan de sangre, aunque sólo atacan en la oscuridad; el problema se agrava cuando los supervivientes se percatan de que está a punto de ocurrir un eclipse, y con ello toda luz natural desaparece. Como protagonista emergía un poderoso personaje, Riddick, un hosco recluso de fieros músculos al que se transporta en la nave espacial, y que finalmente resultará fundamental para defenderse de los bichos.
Aquel film, hecho con un presupuesto muy moderado para Hollywood, consiguió una más que interesante taquilla, gracias sobre todo a la rara capacidad del director para crear una atmósfera de terror sobrecogedor jugando con la inminente, casi inmanente oscuridad, y los empavorecidos personajes que intentaban escapar de una muerte horrible.
Ese éxito permitió a Twohy contar con un presupuesto mucho más holgado para su siguiente proyecto, que más que cuadruplicaba el de su anterior empeño; sin embargo, como suele ocurrir en estos casos con más frecuencia de la deseable, el gigantismo se comió a la creatividad, y aquel segundo segmento de la ahora trilogía, que llevaba el título de Las crónicas de Riddick, en alusión al convicto que en la primera parte se erigía en protagonista y personaje esencial, naufragaba en un mar de fatuidad, trascendentalismo barato y tributos, cuando no meros plagios, a series como Star Wars o clásicos literarios del género fantacientífico como Dune.
Por eso reconforta que Twohy, una vez purgado aquel fracaso, artístico y comercial, vuelva a los orígenes y retome la serie en este tercer capítulo, con un presupuesto mucho más ajustado y con una, hasta ahora, más que aceptable repercusión comercial. Aquí nos encontramos de nuevo con el convicto que se ha convertido en centro y eje de la saga, engañado como un chino por el tunante del planeta cuya paz y libertad había contribuido decisivamente a recuperar en la segunda parte de la serie; Riddick cree en el pícaro de turno, que miente más que Pinocho, y que en vez de enviarlo a su planeta de origen lo remite a un astro que parece muerto, donde es abandonado malherido, en penosas condiciones de supervivencia. A partir de ahí, el protagonista se percata de que su única oportunidad para salir de aquel infierno es activar una baliza de rastreo de fugitivos, atrayendo de esta forma al planeta a los ávidos cazarrecompensas que deambulan por el universo.
Riddick recupera el mismo tono del primer capítulo, Pitch Black, y plantea una trama en la que un grupo de personas, en este caso todos de ralea más bien infecta (el protagonista, convicto y confeso, aunque con cierto código de honor; el resto, mercenarios de baja estofa, aunque incluso entre estos hay clases), habrá de afrontar una lucha sin cuartel contra la que parece infinita raza de depredadores de aspecto entreverado entre el monstruo de Alien y una suerte de alacrán “king size”. En ese enfrentamiento a dos bandas, entre el protagonista y los mercenarios, y entre todos ellos y las fieras que se los quieren comer sin darles siquiera una pasadita por la plancha, está el meollo del filme, potentemente narrado por Twohy, retomando con éxito la atmósfera de tensión y terror apenas velado: donde antes era la oscuridad la que producía el escalofrío, ahora es la persistencia de la lluvia la que traerá el horror polimorfo, la lucha angustiosa por la mera supervivencia.
Otros temas, como el coraje, la forma de afrontar las crisis, la abyección, son tocados aunque sea de forma tangencial en esta película que, de todas formas, muestra con honestidad sus cartas, la de ser un filme híbrido entre géneros tales como la ciencia ficción, el terror y la acción, constituyendo un ejemplo modélico de cómo hacer cine entretenido y vigoroso sin tomar el pelo al espectador ni tratarlo como un gilipollas.
Cierto que Vin Diesel tiene menos capacidad de movimiento facial que la duquesa de Alba, pero eso conviene a este personaje, un hombre pétreo en todos los sentidos, y no sólo por la dureza de sus músculos y de sus cojones de acero. Ya se sabe que incluso los relojes parados dan bien la hora dos veces al día…
Entre los secundarios aparece nuestro Jordi Mollà, cada vez más introducido en el cine USA, si bien es cierto que no será con papeles como éste (que no le cuadra para nada) con los que conseguirá un nombre en tan difícil industria.
(10-09-2013)
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