Esta película está disponible en el catálogo de Netflix, Plataforma de Vídeo Bajo Demanda (VoD).
Como es lógico, no todos los productos de Studio Ghibli, la legendaria productora de animes japoneses, tienen el mismo nivel. También en la compañía liderada por Isao Takahata y Hayao Miyazaki a veces yerran. Es el caso: Puedo escuchar el mar es un film más bien mediocre que, si bien mantiene formalmente la calidad de las producciones Ghibli, en su contenido no es precisamente notable. Quizá el problema esté (aunque en este tiempo nuestro la teoría del autor de Bazin no esté muy de moda...) en que el film se le encargó a Tomomi Mochizuki, un veterano cineasta japonés (Hokaido, 1958) que lleva haciendo cine y televisión desde 1983, con numerosos productos audiovisuales siempre dentro del anime. Es un director seguro y fiable, si bien sus obras no han alcanzado relevancia fuera de su país. Así las cosas, parece que encargarle este telefilm (porque se hizo originalmente para televisión) fue un error por parte de Ghibli, siendo uno de los productos más endebles de la Casa de Totoro, realizada entre dos grandes pelis del estudio como Porco rosso (1992) y Pompoko (1994).
La acción se desarrolla en los tiempos modernos, en Japón. Taku, estudiante universitario en Tokio, vuelve a su pueblo, Kochi. En ese regreso recuerda a Rikako, una chica nueva que llegó de la capital que un par de años antes, cuando ambos estaban en el instituto de Kochi, se convirtió en un problema para él por su inadaptación social y su rara capacidad para meterle en dificultades de todo tipo, desde pedirle dinero mediante un engaño hasta hacer que le acompañe a su ciudad natal, Tokio, para intentar quedarse con su padre divorciado, incluso llegando a hacerle pasar por su novio para dar celos a un ex. La relación entre ambos, Taku y Rikako, de muy distinto carácter y condición, y que durante bastante tiempo fue difícil, empezará sin embargo a variar poco a poco...
El problema de Puedo escuchar el mar estriba quizá en su inconcreción, su indefinición. No sabemos demasiado bien qué es lo que pretende contarnos Mochizuki en este film, sobre la novela de la escritora Saeko Himura. Es, evidentemente, una historia de amor entre el protagonista, que actúa también como narrador en off, y la chica nueva, pero la trama está llena de las incoherencias y tonterías de la chica, que se desenvuelve con un patente egoísmo que el protagonista, que en ese momento no sentía nada por ella, según reconoce, no es capaz de rechazar. La historia se desarrolla confusamente, a base de las putaditas que la chica depara al protagonista (por cierto, uno de los pocos de género masculino de Ghibli, que suele decantarse por protas femeninas). Ensaya un cierto triángulo con el amigo íntimo de Taku y Rikako, pero no va mucho más allá de la vaga enunciación.
Habrá apuntes de cierto interés, como el contraste del pueblo con la capital, que ciertamente marca de alguna forma la existencia de las personas. Habla también de los problemas de los hijos de los padres divorciados y cómo estos, en el contexto de las nuevas vidas que inician, dejan un tanto de lado a los vástagos que tuvieron en su anterior relación. Otro de los temas apuntados, pero apenas desarrollado, será el de la marginación en la escuela.
Solventemente manufacturado con un dibujo antropomórfico, de clara vocación realista, de aproximación a la realidad, con los paisajes urbanos retratados con exactitud, Puedo escuchar el mar, sin embargo, en su conjunto, termina siendo un producto no especialmente distinguido, de los más endebles de una compañía, Studio Ghibli, que, ciertamente, en general ha conseguido unos estándares de calidad muy apreciables. Lamentablemente, no fue este el caso...
(08-06-2020)
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