Sidney Lumet fue uno de los más conspicuos, si no el que más, de los componentes de la llamada “generación de la televisión”, toda una oleada de directores que se foguearon en la puesta en escena en la entonces recién llegada (a los USA) televisión, en numerosas series y telefilms que les posibilitaron tener acceso a todos los resortes de la realización, a conocer todos los signos del lenguaje audiovisual. Esos miembros de la generación de la televisión, cuando pasaron al cine, lo hicieron con bases sólidas en su formación, con capacidad para rodar con rapidez y seguridad; algunos fueron mejores y otros no tanto, pero entre los primeros siempre se considera, y con razón, a Lumet, que dio la campanada con su formidable 12 hombres sin piedad (1957), notable drama judicial que lo puso definitivamente en el escaparate de Hollywood.
En los años sesenta sus películas siguieron la senda del drama, con adaptaciones teatrales como Larga jornada hacia la noche (1962), sobre la obra de Eugene O’Neill y, entre otras, este Punto límite, un film que se puede inscribir entre los que durante los años cincuenta y sesenta reflexionaron sobre la posibilidad de que la carrera nuclear desembocara en un apocalipsis mundial, como La hora final (1959), de Stanley Kramer, o ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964), de Stanley Kubrick, siempre dotados de un aliento liberal y humanista.
Años sesenta. Por un mal funcionamiento de los equipos informáticos, se lanza involuntariamente la orden a una escuadrilla de aviones de realizar un ataque con bombas nucleares sobre Moscú. Cuando se intenta contactar con los aviones para revocar la orden, una serie de interferencias impiden conseguirlo, por lo que la situación se vuelve peligrosísima, y el presidente de los Estados Unidos en persona habrá de intentar afrontar el problema y buscar una solución que se intuye crudelísima.
Con un impecable blanco y negro que otorgaba al film la dureza que requería, con acerados diálogos entre halcones y palomas (curiosamente aquí el halcón será un civil –detestable personaje el encarnado magníficamente por Walter Matthau— y la paloma un militar de altísimo rango), con un ritmo narrativo impecable, Lumet conduce con mano de hierro este drama en clave de thriller, el fatal recorrido de la Humanidad hacia su extinción si no se toman dolorosísimas medidas necesarias para evitarlo.
Gran reparto; además de un Matthau que hace odioso a su personaje (que es lo que se le pedía), Henry Fonda está, como siempre, formidable, confiriendo aquí a su rol de presidente norteamericano la humanidad, el carácter, la firmeza, la nobleza y la capacidad de sacrificio que se le supone a quien ocupa tan alta magistratura... lo que confirma que, efectivamente, estamos ante una ficción absoluta... Entre los secundarios, pero con papeles significativos, destacan Fritz Weaver, con larguísima trayectoria en televisión en series como Mannix o Misión imposible, pero también con interesantes aportaciones cinematográficas, como sus papeles en esta película o en Marathon Man, de John Schlesinger, y Domingo negro, de John Frankenheimer; y Larry Hagman, que alcanzó una enorme popularidad en los años setenta con su papel de J.R. en la serie televisiva Dallas, aquí en un personaje muy distinto, el del joven y humilde traductor del presidente USA en una coyuntura terrible.
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