Pelicula:

Estreno en Netflix.


El actor sevillano Paco León, como director, tiene una carrera aún corta pero interesante. Debutó tras las cámaras con el díptico de docuficción sobre su peculiarísima madre y no menos particular familia, Carmina o revienta y Carmina y adiós, para continuar con una estimable aportación al cine del sexo parafílico con su Kiki, el amor se hace; con Arde Madrid se inició como creador de miniseries, y ahora nos llega con este film que se reputa una versión libérrima y de la centuria vigésimo primera en la que nos encontramos del clásico El mago de Oz.

La novela de L. Frank Baum The wonderful wizard of Oz, publicada en 1900, ha sido versionada a la pantalla grande y pequeña en multitud de ocasiones y en muy diversas formas, aunque la canónica, evidentemente, es El mago de Oz (1939), dirigida por una pléyade de cineastas yanquis de la época: aunque sea Victor Fleming el que figure como tal en los créditos, metieron mano también otros directores como Richard Thorpe, Mervin LeRoy, Norman Taurog y King Vidor. Judy Garland compondría una Dorothy ciertamente inolvidable, y el film es, con toda razón, una obra de culto, un incuestionable clásico. Pero se han hecho, como decimos, otras muchas versiones, como una “negra” con Diana Ross como Dorothy y (entre otros) Michael Jackson, cuando aún tenía la piel negra, como el espantapájaros, que llevó el más apocopado título de El mago (1978); eso sí, era una versión “negra” pero el director fue un blanco, Sidney Lumet... Otras muchas versiones de muy diverso signo y tomándose todo tipo de libertades serían, por ejemplo, la británica Oz, un mundo fantástico (1985), Oz, un mundo de fantasía (2013), del generalmente terrorífico (aquí menos...) Sam Raimi, e incluso se han hecho incursiones que tocan el tema de forma tangencial, apareciendo apocopado en el título: es el caso de Zardoz (1974), de John Boorman.

La idea de afrontar un tema clásico dándole una nueva perspectiva es, de entrada, más que lícito: si el arte fuera intocable, estaríamos todavía pintando bisontes en las cuevas de Altamira... Otra cosa es que se dé con la tecla en el tratamiento, en las variaciones que se afrontan, en el tono que se le imprime a esa nueva, y “aggiornada”, versión. Y en ese sentido adelantamos ya que nos parece que Paco León, al que tenemos en buena consideración, tanto como actor como director, aquí ha marrado el tiro.

La historia nos presenta a Dora (evidente trasunto de la Dorothy de la historia original; el hecho de que la actriz que la interpreta también se llame Dora añade una peculiar redundancia al tema...), una adolescente que vive con su padre, Diego Galán (sí, como el famoso crítico, ya fallecido, que llegó a ser director del Festival de San Sebastián), al que reclama constantemente que quiere conocer a su madre, que al parecer los abandonó cuando ella era pequeña. Tras una discusión con su progenitor, se escapa de casa con su perrito para llegar a una mansión donde conoce a Coco, un mal bicho (probable trasunto de las brujas malvadas del Este y del Oeste de la novela original), y a Maribel, su asistenta, que resulta ser la abuela de Dora. A la chica la acusan, sin fundamento, de haber matado al marido de Coco, así que tiene que huir. Por el camino se encontrará con varios personajes también peculiares, como José Luis, un maduro ejecutivo que está pensando seriamente en suicidarse tras divorciarse su mujer de él; Muñeco, un adolescente con un cantazo dado, con tendencia a la aceleración en todo, quizá aquejado del síndrome de la hiperactividad; y Akin, un chico negro con pluma que se arranca a bailar por menos de un pitillo. Con este hatajo de personajes (se supone que herederos del león miedoso, el hombre de hojalata y el espantapájaros, los personajes del original de L. Frank Baum), Dora sigue buscando a su madre, de la que se dice que ha estado o está en un puticlub de carretera...

Parece que a León lo que le ha interesado es hacer una versión libérrima en clave musical, simbólica, rabiosamente actual y teñida de fantasía, pero, como adelantábamos, pensamos que no ha estado acertado en el empeño. Porque, aunque la cinta tiene buena factura formal (afortunadamente esa es una asignatura que ya, casi siempre, viene aprobada de origen, con los excelentes equipos técnicos actuales del cine español), lo cierto es que, o al menos así nos lo parece, estamos ante un musical casi sin música, brillando más (o solo…) cuando se pone en escena alguno de los escasos números musicales, lo que viene a decir que, si hubiera seguido por ese camino, quizá el resultado hubiera sido otro.

Estamos ante una versión desvaída y poco afortunada del clásico, que intenta ser muy moderna pero con poca fortuna. Los personajes son evanescentes, sin definir, despachados con unos brochazos. Especialmente acartonados son los papeles para Carmen Maura y Carmen Machi, actrices más que sobradamente solventes, pero que aquí da la impresión de que no saben muy bien cuál es su personaje (nosotros tampoco, la verdad…).

Pretende León jugar con una disociación de realidades, la normal y la fantástica, en la que todo está teñido de color, de música y de ritmo, con unas tonalidades cromáticas en las que los colores puros se imponen sobre los mestizos.

Como era de prever, el director juega también con elementos de las versiones anteriores, en especial con la canónica, con la de Victor Fleming “et alii”, como los escarpines rojos de Dorothy, aquí cuajados de lentejuelas, o el camino de baldosas amarillas, que aparece en varias ocasiones con diversas apariencias, la última de las cuales nos lleva a una moraleja más bien feble y no precisamente muy original (aunque quizá sí muy cierta…): como en casa, en ningún lado… Pero habrá ocasión hasta para convocar el espectro de Michael Jackson, el espantapájaros de El mago, la versión “black” que hemos citado, aquí a lomos de una ballena a modo de asteroide, en un evidente chute lisérgico de la protagonista (o del director, no queda claro…).

La protagonista, Dora Postigo, hija de Bimba Bosé, es una prometedora cantante que como actriz se desempeña con frescura: habrá que seguirla. Del resto nos quedamos con un Luis Bermejo que lo hace todo bien, aunque, como ocurre aquí, en puridad no tenga personaje. Por cierto que el actor que hace de Muñeco, el también rapero Áyax Pedrosa, nos parece una versión en joven del propio Paco León, de tan parecido que lo vemos, cosa que seguro que al astuto actor y director sevillano no se le ha escapado.

En definitiva, una rareza, sí, pero una rareza equivocada, que no sabe exactamente qué es lo que quiere decir, ni cómo lo quiere decir, ni a dónde pretende llegar. Un tropiezo en la carrera de León como director, que esperemos sea eso, solo un tropiezo: porque seguimos pensando que es un tío inteligente, listo (adjetivos que no son sinónimos, como sabemos), y con una intuición especial para saber conectar con el público, aunque esta vez ha debido tener atrofiada esa intuición…



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117'

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Rainbow - by , Oct 10, 2022
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Oz 3.0