La última película de Ridley Scott confirma lo que ya hemos dicho otras veces: el cineasta británico tiene un par de títulos memorables (Alien y, sobre todo, Blade runner), pero también una buena tanda de mediocridades como Black Rain, La sombra del testigo, La teniente O’Neil, Legend, Tormenta blanca o, más recientemente, American gangster. Red de mentiras no pertenece al primer y elitista grupo, aunque tampoco puede decirse que esté en el segundo, en el batallón de los films torpes.
Se trata de un intrigante film de espionaje en el que probablemente es el teatro de operaciones (como dicen los analistas de inteligencia) actualmente más interesante en cuanto a espionaje, el Oriente Medio. En ese convulso contexto histórico y social actual, el jefe de las operaciones de la CIA en la zona habrá de pactar con el jefe de los espías jordanos, pero a la vez se verá obligado a mentirle, todo ello al estar entre la espada de su jefe en Estados Unidos y la pared del jordano; la salida de ese laberinto le debe conducir a la captura de un alto cargo de una organización terrorista islámica, una rama de Al Qaeda; el sujeto en cuestión es una especie de Al-Zarqaui, el siniestro lugarteniente de Ben Laden, que afortunadamente goza ya de las setenta y dos vírgenes en el paraíso… o su actual número dos, Al-Zwahiri, otro que tal. Para terminar de liar la guita, el espía yanqui se enamora de una enfermera siria afincada en Ammán…
Lo cierto es que la historia se sigue con interés, y las peripecias, traiciones, lealtades y sevicias varias en las que se ve envuelto nuestro hombre mantienen la expectación en el espectador. Es verdad que no existe reflexión alguna sobre la situación de la región, sino en todo caso algunos detalles sobre el desprecio hacia la vida humana que rige las decisiones de los centros de inteligencia, llámense CIA, Mossad, MI6 o (por qué no) CNI; vale decir ese mismo desprecio hacia el ser humano que gobierna en los salones del poder, aquellos en los que, en palabras de Felipe González, se sirve al Estado, de igual forma que en los desagües…
Entonces, estamos ante una entretenida película de espías, pero sin mucha más carne. Leonardo DiCaprio parece se está especializando en papeles de hombre duro: aquí le hacen de todo, menos dejarlo preñado. Un gordezuelo Russell Crowe, en cambio, compone aquí un personaje maquiavélico, capaz de ordenar por teléfono a su esbirro en Oriente Medio que acabe con la vida de alguien, mientras ayuda a su hijo pequeño a orinar en la taza del water o juega inocentemente con su hija, un flemático hijo de puta que se corresponde con el hombre sin escrúpulos que inevitablemente, según parece, ha de regir la organización de espionaje más potente del mundo (aunque se les colara la catástrofe del 11-S sin que se enteraran…).
(24-11-2008)
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