Para que se vea las vueltas que da la vida: Pierce Brosnan, cuando hizo este film, aún no se había incorporado al personaje de James Bond en Goldeneye, y era un actor más bien segundón que aparecía en papeles característicos en comedias como Sra. Doubtfire, o hacía protagonistas más bien cutres en intrigas como El cortador de césped. Ésa es precisamente la tónica de esta nueva versión del clásico de Daniel Defoe, bajo la batuta de George Miller, un cineasta sobrevalorado a raiz de su El hombre de Río Nevado, que ha confirmado después su atonía en films como éste.
Porque esta versión del mítico Robinson adolece de falta de garra, poniendo el acento en la historia de amistad entre el escocés y el salvaje Viernes, pero sin real convicción, vista con la perspectiva del siglo XX cuando, evidentemente, la de principios del siglo XVIII en la que se ambienta nada tiene que ver con la actual visión más humanista y tolerante de la coexistencia y mestizaje de razas.
Para más "inri", encima de todo el pobre Viernes ha seguido siendo un don Nadie (por cierto que el actor que lo interpreta está sobrado de michelines: ¡ay, ese director de reparto!) y Robinson ha pasado a ser nada menos que 007, con licencia para matar y, sobre todo, para forrarse...
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