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La animación cinematográfica para adultos es, cuantitativamente, muy inferior a la dirigida específicamente para niños. Sin embargo, se suelen hacer cosas muy interesantes en ese terreno; en este siglo films como Vals con Bashir (2008), La tortuga roja (2016) y Loving Vincent (2017), son buena muestra de ello; más antiguamente, en el siglo XX, cabría recordar títulos como Pink Floyd. The wall (1982), Cuando el viento sopla (1986) y El planeta salvaje (1973), entre otros. Esta estupenda Ruben Brandt, coleccionista, es una demostración palpable del magnífico nivel actual de la animación para adultos. Y lo curioso del caso es que está hecho por un cineasta, Milorad Krstic, que hace con esta su segunda incursión cinematográfica, tras un corto, My baby left me (1995), hecho hace casi un cuarto de siglo.

Krstic es un artista visual de origen esloveno pero afincado desde hace años en Hungría, su segunda patria; allí goza de gran prestigio, lo que le ha permitido afrontar este reto gigantesco, un film de animación que se ha tardado en rodar más de seis años, con un presupuesto de 4,25 millones de dólares y un derroche de talento, tanto en la historia que se nos cuenta (coescrita por Krstic con su mujer, Radmila Roczkov) como en el espléndido diseño del dibujo y en la exuberante creatividad visual.

Ruben Brandt es psicoterapeuta; tiene sueños recurrentes con determinadas pinturas famosas de grandes artistas pictóricos: Botticelli, Velázquez, Hopper, Monet, Picasso, Warhol... Como forma de exorcizar esos sueños, el doctor decide robar los cuadros, con la complicidad de un grupo de pacientes con peculiares capacidades, entre ellos Mimi, una cleptómana de inusitadas facultades acrobáticas... Así, el estrafalario grupo atracará el Louvre, el MoMA, el Hermitage o la galería de los Uffizi, entre otros grandes templos del arte mundial.

Krstic se nos muestra como un cineasta lleno de ideas: el trazo del dibujo, pintado a mano, a la antigua usanza (de ahí los seis años y pico que se ha tardado en hacer), tiene un tono abiertamente semiabstracto, recordando, por ejemplo, los rostros de Les demoiselles d’Avignon, de Picasso, huyendo de la esforzada antropomorfización tan habitual en el “cartoon”. La trama está trufada de una erudición artística apabullante, sin que nunca resulte petulante: desde la exquisitez de las trece obras pictóricas que se van robando una a una, a las continuas referencias cinéfilas (con algunas como El sueño eterno, de Hawks, o Convoy, de Peckinpah, que ocupan secuencias enteras de la película), Ruben Brandt, coleccionista es una magistral obra cinematográfica que combina admirablemente la vertiginosa acción de cualquier film de la serie James Bond con la serena belleza de algunas de las pinturas más notables que haya creado el ser humano.

Con un ritmo perfecto, que no decae nunca, con un guion intrincado pero inteligible para cualquier espectador medianamente activo, Ruben Brandt, coleccionista rinde homenaje en su título a dos de los artistas preferidos de Krstic, Rubens y Rembrandt, aunque el húngaro-esloveno tiene confesada su admiración por otros muchos: Durero, Picasso, Miguel Ángel o Henry Moore. No son malos maestros, no, para poder llegar a ofrecernos esta gozada...


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Ruben Brandt, coleccionista - by , May 12, 2019
4 / 5 stars
Entre Botticelli y James Bond