El cine sigue buscando caminos: menos mal, porque el día que se encierre confortablemente en lo establecido, en lo que todos aceptan como el canon, mala cosa: será, entonces sí, el momento de la defunción del cinematógrafo. En animación se ha hecho casi de todo en el cine comercial, y no digamos el que no es tan comercial. Pero hasta ahora, que se sepa, no se había hecho un film como este sorprendente Loving Vincent, en el que el procedimiento empleado ha sido rodar previamente la historia con intérpretes y después pasarla, plano a plano, a cuadros pintados al óleo por un batallón de pintores: 115 en total fueron los artistas empleados, que hicieron 65.000 imágenes con sus pinceles, inspirándose en el mundo artístico de Vincent Van Gogh, tan inconfundible. De esas 65.000 imágenes finalmente solo se utilizaron unas 1.000, en cualquier caso una cifra abracadabrante si se tiene en cuenta el lento proceso de la pintura al óleo y la tarea hercúlea de, con esos mimbres, representar una historia coherente de algo más de los noventa minutos que se reputa la duración estándar de una película.
Pero es que además lo que se nos cuenta no es baladí: la trama se inicia en 1891, un año después de la muerte en el pueblecito francés de Auvers-sur-Oise, al norte del país galo, del famoso pintor, en un suceso nunca aclarado totalmente sobre si fue suicidio o bien asesinato. La acción en la película se inicia con el encargo por parte del jefe de Correos Roulin a su hijo Armand, para que este entregue a Theo la última carta escrita por su hermano Vincent (la correspondencia entre ambos, a lo largo de sus vidas, fue cuantiosa); Armand se entera de que Theo ha muerto, y que el médico personal de Vincent, el Dr. Gachet, es de alguna forma su albacea testamentario; acude entonces a Auvers, donde murió el pintor, para entregar la epístola al galeno. Pero este se encuentra fuera del pueblo, por lo que el joven esperará unos días hasta su regreso. Entretanto, irá haciendo pesquisas sobre las circunstancias de la muerte de Vincent, entre las personas que lo trataron: la chica de la posada donde vivía el pintor, la hija adoptiva del médico, el barquero del pueblo, otro doctor que refuta la hipótesis del suicidio…
Loving Vincent es, entonces, un esforzadísimo empeño técnico y artístico, al filmar enteramente la historia reflejada en lienzos al óleo, pero también una especie de thriller de época, en la que un detective aficionado, que no sabe que lo es (detective, no aficionado…), irá indagando sobre los hechos que fatalmente llevaron a la muerte del pintor, tras recibir un disparo en el vientre y fallecer dos días después. Esas pesquisas están hechas con sutileza, manteniendo la intriga como si de un policíaco se tratara, con buen ritmo narrativo y, por supuesto, una sugestiva, maravillosa puesta en escena, con los colores y la técnica pictórica vangoghiana. Los directores tienen experiencia dispar en la dirección cinematográfica: la polaca Dorota Kobiela se antoja la perita en la realización, como corresponde a quien tiene ya varios créditos como tal, todos ellos en el terreno de la animación; por el contrario, el inglés Hugh Welchman ha ejercido casi toda su carrera cinematográfica en la producción, generalmente de cortometrajes de animación de corte independiente; de hecho, uno de sus cortos como productor, Peter & the Wolf (2006), ganó el Oscar correspondiente a esa disciplina.
Entre ambos consiguen una obra consistente, artísticamente sorprendente, temáticamente impactante, aunque es cierto que la belleza de la imagen, hecha en su totalidad a la vangoghiana manera (con excursos como presentar en blanco y negro las secuencias en flashbacks sobre los sucesos que rodearon la muerte de Vincent, para mantener el conocido colorido y la famosa pincelada del pintor holandés en las partes que se suceden en el presente de la película), a ratos puede opacar lo que se nos cuenta; pero el conjunto es compacto y hermoso, y fondo y forma resultan armónicos, coherentes, intrigantes.
Los intérpretes están pero no están: su trabajo acaba en la filmación previa sobre la que han trabajado los artistas para pintar su historia. Entonces no sería justo enjuiciar un trabajo que, aunque sin duda ha sido valioso, no “se ve” en pantalla, al haber sido filtrado abrumadoramente por los pintores con sus pinceles. En todo caso, me quedo con el rostro siempre tan sugestivo de una Saoirse Ronan que se ha convertido en una de las actrices más interesantes de su generación.
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