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Los años cuarenta y cincuenta son, sin duda, la época dorada del cine negro norteamericano. Tras la película que se considera el pistoletazo de salida del género, El halcón maltés (1941), de John Huston, se hicieron algunas de las mejores películas “noir” de la Historia del Cine. A ello no fue ajeno, ni mucho menos, uno de los grandes de Hollywood, Howard Hawks, productor y director que aportó, en la década de los cuarenta, un par de títulos espléndidos que contribuyeron a la grandeza del cine negro USA, Tener y no tener (1944) y este El sueño eterno (1946), en ambos casos con un escritor de primerísima línea como William Faulkner entre los guionistas, en la época en la que el célebre novelista trabajó para Hollywood. Además, en ambos casos Hawks contó con una excelente materia prima: si en Tener y no tener lo hizo sobre una novela de Ernest Hemingway, en el caso de El sueño eterno fue sobre un texto original de Raymond Chandler, maestro de la literatura negra.

Philip Marlowe, el famoso detective, es contratado por el general retirado Sternwood para que se encargue de resolver el asunto de ciertas deudas que, al parecer, ha contraído su hija menor, Carmen, que es una chica tirando a cabeza loca; su hermana mayor, Vivian, se siente inmediatamente atraída por el detective, que le corresponde. El general en realidad lo que quiere de Marlowe es que investigue por qué uno de sus empleados preferidos, Sean Reagan, al que quiere como un hijo, ha desaparecido sin dejar rastro. Las cosas se complican cuando el detective encuentra a Carmen drogada, en la escena de un crimen y con una cámara de fotos oculta a la que le han quitado el carrete…

Se suele decir, no sin razón, que la trama de El sueño eterno es bastante confusa, y en puridad es así; de todas formas, finalmente lo importante no es tanto la claridad de la intriga como su puesta en escena, el sensual juego entre Bogart y Bacall (con una antológica escena sobre carreras de caballos llena de dobles sentidos), el tono negro de la historia, el progresivo adensamiento de lo que se nos cuenta, la atmósfera turbia, a ratos casi onírica.

Filmada como solo Hawks sabía hacer, un director que elevó a magistral su cine supuestamente impersonal, El sueño eterno es una pequeña maravilla del género, que renquea levemente en el tema argumental, pero que en su conjunto brilla como la formidable cinta “noir” que en el fondo es. A ello contribuye sin duda el dúo de moda de la época, Bogart y Bacall, entonces ya marido y mujer, pareja de notable química y que aquí jugaba a placer con insinuaciones y sutiles diálogos llenos de picardía y talentosa sensualidad. De la música se encargó el maestro Max Steiner, y de la producción el mítico Jack L. Warner.


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114'

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El sueño eterno - by , Aug 13, 2018
4 / 5 stars
Intrincada trama, turbia atmósfera