Tata mía

El cine de José Luis Borau está plagado de grandes silencios, en los que parece que el aragonés se detiene a meditar su nueva película. De hecho, tras hacer Tata mía en 1986 no volvió a ponerse detrás (delante sí, en Malaventura, de Manuel Gutiérrez Aragón) de una cámara hasta la serie televisiva Celia.

Borau es, sin duda, uno de los grandes referentes del cine español contemporáneo. Y ello sólo con un puñado de largometrajes, entre los que se cuentan títulos magníficos como Furtivos, Hay que matar a B y La Sabina.

España, a mediados de los ochenta: una monja que ha colgado los hábitos después de dieciséis años vuelve a casa, donde la espera la mujer que la crió; su hermano, un caricaturizado conservador; otro hermano de leche, levemente subnormal y obsesionado por el sexo; y un investigador anglosajón sobre la vida de su padre, general franquista que tuvo redaños de oponerse al Jefe del Estado. Todo ello contado en clave de comedia, pero comedia grave, sustancial, aunque irregularmente narrada por los múltiples enfoques que permitía la trama.