Si hay algo que echar en cara al cine español moderno, sería la falta de proximidad con su momento histórico, con los problemas, las desdichas de los españoles de hoy día. Cuando dentro de cincuenta, cien años, se intente saber qué cosas preocupaban, inquietaban, producían desazón o ansiedad a los españoles de la segunda década del siglo XXI, les será difícil conocerlo por el cine que se hace actualmente. La gravísima crisis mundial cuyo comienzo hemos acordado datar en la quiebra del banco norteamericano Lehman Brothers, en 2008, y que en España tuvo/tiene una especial virulencia, apenas si ha sido tratada por nuestro cine. Quiere decirse que la cinematografía española ha vivido generalmente de espaldas a problemas de pura supervivencia por los que han pasado (y aún siguen pasando cuando se escriben estas líneas) cientos de miles de personas en nuestro país: hablamos de no tener para comer, de vivir en la precariedad de ser desahuciado de tu casa, de no tener luz o agua, de rebuscar en la basura con la esperanza de encontrar algo comestible entre los desechos de los demás.
Jerez, año 2012: una joven madre soltera malvive en su piso, cuyo alquiler no paga desde hace meses por falta de dinero; sobrevive con su hijo gracias al auxilio de una buena vecina y al escaso estipendio que gana repartiendo publicidad; aunque busca constantemente trabajo, no le sale nada, y el cerco (económico, social) se va estrechando a su alrededor…
Techo y comida tiene, entonces, el valor de lo inusual, poner en imágenes, como tema central, la pura supervivencia de una madre y su hijo de ocho años. Ése es su mayor valor, casi un testimonio de una realidad a la que el cine español, en general, ha dado la espalda.
Juan Miguel del Castillo hace su primer largometraje como director, con el único bagaje anterior de un corto. Lo cierto es que muestra buenas hechuras tras la cámara; no es que sea un exquisito, pero rueda con soltura e incluso se permite algún recurso de director con personalidad, como la escena en la que la protagonista visita al abogado, rodada en un solo plano y enteramente con cámara subjetiva.
Todo el peso del film recae sobre Natalia de Molina, quizá demasiado joven para el papel, pero ello lo suple con una entrega absoluta, metamorfoseándose en el personaje de la madre jerezana que, como buena española (ah, esos hidalgos de la novela picaresca, arruinados pero que intentaban aparentar no estarlo), casi sufrirá más porque sus conocidos se enteren de su bancarrota que por no cenar cada noche.
Con buen criterio, Diversa Audiovisual, la productora catalana responsable del film, opta por grabar los diálogos con el marcado acento ceceante típico de amplias zonas de la provincia de Cádiz, incluida la propia Jerez. Por cierto, hablando de productora catalana, no deja de ser chocante que un tema tan andaluz como éste, tan nuestro, haya tenido que ser imaginado, gestionado, rodado, en definitiva producido, por una empresa situada a mil kilómetros de Andalucía: cosas veredes…
(26-12-2015)
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