Terminator 2: El Juicio Final

Escribo esta crítica tras haber visto ya Terminator 3. La rebelión de las máquinas. La escribo, pues, con la visión completa de la Trilogía de Terminator, y puedo entonces afirmar que este segundo capítulo es la culminación de la serie, su cúspide, con la seguridad que da el hecho de que, salvo improbabilidades metafísicas, ésta no tendrá continuación, a la vista de que Schwarzzie está dedicado plenamente a su carrera política (ya saben: de Terminator a Governator...) y que tampoco tiene ya edad para seguir con el personaje.

Este segundo segmento lleva al máximo las virtudes apuntadas por el primero (y para algunos mejor episodio de la saga) y está a años luz de la impersonalidad del tercer capítulo, carente de carisma, de historia y de humanidad.

Terminator 2: El Juicio Final combina admirablemente algunos de los datos que ya figuraban en la primera parte: la ominosa amenaza de un futuro estremecedor, el ser humano como David que vence contra toda esperanza a Goliath... Curiosamente, hace que el androide que en la primera parte era exterminador sea ahora un protector del que será líder (un Furlong que nunca más ha brillado igual) de la Resistencia Humana. Ese cambio es también interesante, pues la mirada hierática de Schwarzzie conviene muy bien a este amasijo de chips y cables al que le ha sido confiada la vida humana del niño que sería mítico héroe de adulto, pero también ese rostro de esfinge será adecuado para los apenas perceptibles rasgos de humanidad que, a la chita callando, irá desarrollando el robot.

Como espléndido es, por supuesto, el androide rival, el T1000 que propone Robert Patrick, sin alma ni rasgo humano alguno en su jeta impenetrable, pero endiabladamente peligroso en su polimorfismo. Hay escenas que quitan el resuello, como la persecución de la moto conducida por el adolescente que salvará al mundo, perseguido implacablemente por un camión trayler conducido por el supervillano, una escena tensada justo hasta el extremo mismo en el que, de superarlo, ya no nos lo creeríamos.

Otras, como la patética secuencia final, preñada de humanismo, confirman que no todo es un fastuoso espectáculo de acción, sino que el aliento del Hombre está detrás de esta obra que roza la perfección.