Pues la nueva película de Marvel (actualmente una filial del conglomerado empresarial Disney, como es sabido), la nueva “puntata”, como dicen los italianos, en el llamado MCU o Universo Cinematográfico de Marvel, nos parece que, sin ser nada del otro jueves, al menos tiene la virtud de no tomarse demasiado en serio a sí misma, lo que, dada la tendencia en los últimos años a los temas enjundiosos y graves (especialmente en sus rivales, los de DC Comics) en el cine de superhéroes, es como para agradecérselo. Es cierto que Marvel en los últimos años ya había apuntado en algún momento en esa línea, en especial con el dios nórdico Thor, al que se le había dotado de una inesperada vis cómica, mayormente a cuenta de sus musculitos y también de sus inseguridades, como haría el cachondo de Taika Waititi en su última aportación como director al héroe del martillo, Thor: Love and Thunder (2002), que presentaba al dios del trueno en clave paródica.
Sin llegar a ese extremo, esta The Marvels juega también la carta de la autoironía, especialmente por lo que respecta a la familia pakistaní de la coprotagonista cuyo personaje se llama Kamala Khan, que idolatra a la Capitana Marvel y sueña con formar parte de los superhéroes; esa familia superprotectora, con esa madre regañando a la hija adolescente con superpoderes que apenas controla, deja algunos momentos de sonrisa cómplice, con sus tics de familia conservadora pero metida en un fregado que la supera.
La historia, que se desarrolla más o menos en nuestro tiempo, nos presentará a tres personajes centrales: la Capitana Marvel, que tiene un problema de conciencia porque tiempo atrás destruyó la Inteligencia Artificial que gobernaba un planeta en expansión, creyendo que evitaría con ello que sus moradores detuvieran sus ansias conquistadoras, pero ello lo que hizo fue dejarlos prácticamente sin energía ni recursos, así que ahora se dedican a atacar otros mundos para hacerse con ellos; su sobrina Monica Rambeau es ahora miembro de las fuerzas militares terricolas que comanda el famoso Nick Furia; ella también tiene un superpoder de difícil explicación…; y la adolescente “paki” Kamala, que ya hemos comentado, que convierte la energía en materia (lo que quiera que sea eso…). Entre todas tendrán que hacer frente al pueblo liderado por Dar-Benn, jerarca suprema de los Kree, el pueblo al que la Capitana Marvel dejó sin recursos. Los Kree tienen como peculiaridad, aparte de su belicosidad, la capacidad de crear puertas entre universos diversos (con las que captan la energía de otros mundos), prodigio que a nuestras tres heroínas, inesperadamente, afectará de tal manera que, cada vez que usan sus superpoderes, se intercambian físicamente entre ellas, en una suerte de translocación involuntaria, con las (a veces) cómicas consecuencias que ello depara…
Como decimos, lo mejor de The Marvels es que no se toma demasiado en serio a sí misma, como en la visita que realizan las protagonistas a un planeta en el que todos sus moradores, aparte de ir vestidos enteramente como si fueran a asistir al carnaval de Venecia, solo saben hablar cantando –sí, casi como hacen los italianos y los argentinos…-, lo que propicia más de una sonrisa. Hay también su correspondiente, aunque por supuesto moderado, conflicto familiar, inevitable hoy día en cualquier producción de este corte, conflicto que, obviamente, se arreglará finalmente y los agraviados entre sí se querrán más que Camilo a su bigote de puntas… Hay también una mirada multiétnica, con protagonista blanca y rubia, la Capitana Marvel, pero también otra afroamericana, la capitana Rambeau, y otra asiática, pakistaní concretamente, la aspirante a superheroína Kamala (por cierto, se llama igual que la vicepresidenta de los Estados Unidos, Kamala Harris, esa vicepresidenta que parece tienen guardada en algún armario de la Casa Blanca, porque no la vemos nunca…). Hay también, por supuesto, una mirada en femenino, con las tres protagonistas mujeres, de diversas edades, e incluso la antagonista villana es fémina; los hombres tienen aquí papeles episódicos, y, en algunos casos, como Nick Furia, con cierto tono cómico. Lo más gracioso del film, de todas formas, quizá sean los lindos gatitos (gracias, Piolín…), con una rara capacidad para zamparse a la gente con una boca como de pulpo… aunque, eso sí, después los vomitan de una pieza, vivitos y coleando…
Por lo demás, las escenas de acción, que aparecen cada dos por tres (un film de este tipo sin esa constante recurrencia a la acción sería impensable), están razonablemente bien rodadas, aunque se ha citado, y no diremos lo contrario, que los efectos digitales a veces “cantan” bastante, lo cual no deja de ser curioso en una película cuyo presupuesto ha sido de 220 millones de dólares (fuente: IMDb).
El trabajo de la directora afroamericana Nia DaCosta es correcto; procede del cine de terror, siendo su tarjeta de presentación en la industria el reciente “reboot” de Candyman (2021), que tuvo una aceptable acogida en taquilla. Aquí no hay lugar para el terror, evidentemente, sino más bien para cierto humor cómplice.
Correcto trabajo actoral en general, matizado, como suele ocurrir en estos casos, por el hecho de que buena parte de las interpretaciones están hechas sin que las actrices (que son las que más abundan, en cantidad y calidad) puedan ver a sus supuestos interlocutores, con tanta F/X, tanta CGI, tantos efectos visuales y digitales. Y es que, como ya sabemos, hoy día buena parte de las películas, al menos estas de corte tan comercial, cobran su verdadera carta de naturaleza en el disco duro de un ordenador…
(16-11-2023)
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