Pelicula:

Ves esta tercera entrega de la saga más divertida y talentosa de los juguetes en cine, y te reconforta comprobar cómo, por una vez, las secuelas no sólo no son peores que sus originales, sino que incluso las superan. Ya sucedió con la segunda parte de esta serie, y ahora, con la tercera, vuelve a ocurrir. Nada que ver, entonces, con otros seriales similares, sagas de animación prolongadas al calor del éxito de un primer título, como en el caso de Ice Age, con una primera parte notable, pero cuyas posteriores entregas fueron cayendo en interés e innovación. Qué decir entonces de Shrek, con dos primeros capítulos magníficos, un tercero detestable y un cuarto que ni fú, ni fa…


En contra de estos precedentes, la saga de Toy Story escribe un tercer volumen de oro, en la que los juguetes se enfrentan al peor momento de sus efímeras, imaginarias existencias: el niño al que pertenecen, y al que han acompañado durante toda la infancia, ya es un adolescente talludito, y le llega el momento de abandonar el nido, aunque sea para ir a la universidad. Los juguetes se han convertido en chatarra, como dice el niño ya tan crecidito; es el momento en el que pueden terminar en el vertedero o en el desván, como acarician no tan secretamente algunos, pensando en un segundo aliento cuando, ¡ay!, el niño al que sirvieron, al que tanto quisieron y que tanto les quiso, se convierta en el hombre que algún día será y traiga a este mundo a nuevos vástagos que gocen, de nuevo, con las posibilidades de fantasía e imaginación que ellos ofrecen sin pedir nada a cambio. Claro que pueden ocurrir otras muchas cosas, y algunas no precisamente buenas…


Hay en Toy Story 3, a diferencia de sus predecesoras en la saga, una nostalgia, una triste saudade que sólo captarán los adultos que disfrutaron durante su niñez de ese cajón de juguetes que nos avergonzó cuando llegamos a adolescentes y nos creímos los amos del mundo, sin saber que cuando lo fuimos, de verdad, fue cuando pasábamos las horas muertas inventando historias, imaginando mundos imposibles, utilizando nuestros toys como nos plugo, cuando en el tablero infinito de nuestra calenturienta mente nada era inviable. Es, entonces, el segmento más adulto de la saga, lo que no quiere decir que los críos no la gocen igualmente. Pero serán los más mayores, esos padres, esos abuelos, los que sientan auténtica empatía con el adolescente Andy, el dueño de los juguetes, cuando llegue el momento agónico de acabar la infancia y afrontar el principio de la incertidumbre de la edad adulta, ese momento metafórico bellísimamente plasmado por el director Lee Unkrich cuando Woody, el vaquero que acompañó al niño durante toda su niñez, le dice adiós con la mano, movida por la niña que será su nueva dueña: cabe en ese plano, mínimo y tan sencillo, todo un tratado filosófico: el juguete inanimado, pero que sabemos tiene alma (cuando no lo ven los adultos), agita su mano movida por una cría, aunque sabemos que, en el fondo, es él quien la mueve, mientras mantiene el rictus congelado de su rostro de juguete. No hay una parábola más hermosa, al tiempo que más emotiva, sobre la pérdida de la niñez.


Pero los méritos de esta prodigiosa película no se quedan en el aspecto adulto; hay otros muchos motivos para disfrutar de ella. Por supuesto, el don de la aventura, espléndidamente desarrollada con los mimbres conocidos más otros nuevos, como Lotso, un inesperado cruce ideológico entre Yoda y Darth Vader, aunque con apariencia de ewok; ese payaso de permanente gesto adusto, un trasunto del clown inmortal (tal vez un Charlie Rivel); el pisaverde Ken, que aporta uno de los mejores personajes: presuntuoso, pagado de sí mismo, pero también enamorado de Barbie, cuyo amor le redimirá de sus miserias.


En estos tiempos en los que parece que no se hace buen cine, parece mentira que el mejor se haga sin actores de carne y hueso, sólo con el talento de sus autores y un disco duro que, eso sí, resulta ser tan feraz como el humus del que decía Tolkien que extraía sus universos de fantasía. Lástima que John Lasseter, padre de la saga y boss de Pixar, dé por terminada la serie más talentosa que se haya hecho en animación digital. Claro que, pensándolo bien, mejor será dejarlo aquí; quién sabe si eventuales nuevas aportaciones no caerían en los defectos que ya han aquejado a homólogos como Shrek o Ice Age. Porque no hay plano que pueda superar a esa mano de Woody diciendo adiós, ¡ay!, a estos días azules, a este sol de la infancia, el abierto, melancólico, póstumo verso machadiano.


 


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103'

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Toy Story 3 - by , Jul 03, 2019
5 / 5 stars
Queridísima chatarra