Cineasta no demasiado conocido todavía (su anterior Flirteando con el desastre pasó más bien desapercibida en su estreno en España), David O. Russell demuestra con esta Tres reyes que está especialmente dotado para la comedia inteligente, además en escenarios nada habituales, como en este caso nada menos que la Guerra del Golfo, en una de las escasas incursiones que el cine (el cine serio, se entiende, no los tropecientos telefilmes infumables que se han hecho en la estela de Chuck Norris y casposos compañeros mártires) ha realizado en aquella conflagración que se puede considerar como el primer conflicto bélico virtual (por la retransmisión que hizo en directo la CNN, una guerra con los tonos verdosos de las cámaras dotadas de rayos infrarrojos), aunque desde luego hubo muertos (y muchos: prácticamente todos iraquíes; soldados, pero también cientos, miles de civiles) y grandes destrozos (en los cuarteles y palacios de Saddam, pero también en los hogares de los más humildes de aquel país).
Sobre aquella guerra de propaganda Russell monta una historia de búsqueda del tesoro, en este caso en forma del oro kuwaití robado por el sátrapa iraquí, que tres pícaros con uniforme USA deciden sustraer, por aquello de que el que roba a un ladrón... Pero su misión se les complicará cuando un numeroso grupo de civiles corra serio peligro de ser pasaportados al otro barrio por los soldados de Saddam. Entonces tendrán que elegir; y el cine (español, por cierto) ya se encargó de decirlo: los ladrones somos gente honrada...
Desmontando algunas de las muchas trolas que nos endilgaron en aquella merienda de negros (perdón, de moros) que fue la Guerra del Golfo, con acidez y causticidad, pero también con verdad y honradez, el filme se convierte pronto en una obra sincera y plena de humanidad, muy lejos de los tópicos belicistas del cine de Reagan y otros de su calaña. Queda entonces el sufrimiento de la gente, y la conciencia del ser humano, vista el uniforme del ejército más poderoso de la tierra o el de un grupo de soldaditos de plomo con turbante, arrojados al peor de los destinos: morir por algo en lo que no creen. Notable trabajo de ese actor que llena la pantalla, George Clooney, tan guapo como carismático; más atrás le siguen Mark Walhberg, que parece todavía el modelo en calzoncillos de Calvin Klein; y Ice Cube, un intérprete no precisamente sobrado de registros, que puede que participe en el filme por aquello de la cuota racial.
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