En un momento en el que se habla de crisis en el cine, la cinematografía americana nos viene a demostrar, una vez más, que los temas no están agotados para el Séptimo Arte. Y lo que es más curioso, nos lo viene a decir con una película que es casi un documental, siendo este género, como es, uno de los más antiguos y primitivos del cine.
No hay más que adentrar al espectador en un mundo diferente, sumergirle en él y entusiasmarle con algo distinto a lo que está acostumbrado a contemplar en la pantalla. De esta manera se despierta en el espectador esa curiosidad innata que todos llevamos dentro, ese querer conocer y descubrir algo que se ignoraba hasta entonces. Animado por el afán de conocer, el espectador se siente ganado y llega a familiarizarse con el ambiente en el que se le sumerge y, una vez allí, se deja conducir de la mano del realizador y guionistas, si estos tienen la habilidad suficiente.
Un hombre llamado caballo es una desmitificación del indio. De ese indio que estamos acostumbrados a ver en las películas simplemente como el “malo”, el enemigo del hombre blanco, al que ataca con sus armas al tratar éste de colonizarlo, cuando en la mayoría de las ocasiones lo único que hace es desposeerle de sus tierras y adueñarse de ellas, matándolo o relegándolo a una reserva, donde muere de hambre y de nostalgia por la falta de libertad.
Tan sólo era necesario darle la vuelta al tema y prestarle más atención al hombre de piel roja, enemigo de mil batallas, y conocerlo a fondo: estudiar al indio y, concretamente, como en este caso se hace, a la raza sioux. Por lo que se nos muestra en Un hombre llamado caballo (y parece que las fuentes donde han bebido sus autores son dignas de crédito), el pueblo sioux tenía sus costumbres, sus ritos, sus tradiciones, el culto a los muertos y su organización en tribus y familias, donde se le rendía adoración a un dios y se respetaba a un jefe, en el que se centraba todo el valor de una raza.
Elliot Silverstein ha querido rendir un homenaje al indio sioux, como ya en otro momento lo hiciera el veterano realizador John Ford, con la raza cheyenne, en su film El gran combate (Cheyenne Autumn, 1964).
La historia que se nos narra en Un hombre llamado caballo no era fácil de plasmar en imágenes, dada la dificultad idiomática de comprensión por parte del espectador; pero gracias a contar con un buen equipo de especialistas, conocedor de la historia de este pueblo, e incluso el trabajo de algunos indios, supervivientes de esta raza, ha podido lograrse un buen documento y un notable espectáculo cinematográfico. En este sentido, hay que tener en cuenta que la responsable de la historia original es Dorothy M. Johnson, una de las escritoras más versadas y documentadas en este tema –al decir de los conocedores de este género literario--, autora de otros argumentos llevados con anterioridad a la pantalla, tales como los de El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford, y El árbol del ahorcado, de Delmes Daves, que se convirtieron en otros tantos films famosos a su vez, quizá por haber sido plasmados por grandes directores de prestigio en la larga lista de realizadores americanos.
Entre los especialistas que han colaborado a un mayor logro de esta obra, desde el punto de vista cinematográfico, se encuentra Yakima Canutt, famoso por su espectacular actuación como extra especialista en el famoso film La diligencia, de John Ford, siendo su labor en esta cinta la de director de la segunda unidad.
A pesar de la veracidad de algunas escenas y de la crudeza con la que son expuestas ante los ojos del espectador, la versión cinematográfica lima ciertas aristas excesivamente cortantes en la novela; pero, sin duda, han sido expuestas en la pantalla con todo el realismo que el cine permite y están muy logradas en todos sus aspectos.
Tiene el film una doble vertiente de interés: la del valor documental de exposición de la forma de vida y costumbres de todo tipo de un pueblo, y otra segunda más espectacular pero no por ello menos válida, aunque sí menos importante, ya que en este terreno su realizador, Elliot Silverstein, no se siente tan seguro. De la agudeza e ingenio del director no vamos a dudar, ya que demostró su inteligencia en films anteriores, tales como La ingenua explosiva (Cat Ballou) y El suceso (The happening); pero quizás no haya llegado todavía a ser un realizador maduro, cosa que no dudamos logre con los años; aún le falta un poco de experiencia. Cualidades suyas, como un gran conocimiento de la dirección de actores, como ya demostró dirigiendo a Lee Marvin en La ingenua explosiva, por cuyo trabajo consiguió el actor el Oscar, las sabe usar aquí sacándole partido al lograr un trabajo sencillamente magistral de Richard Harris, interpretación que, no cabe duda, se halla entre las mejores que le hemos visto y de la que se puede sentir orgulloso; no en balde sobre él recae gran parte del peso del film.
Un hombre llamado caballo puede ser o no un gran film –eso el tiempo lo dirá--, pero es cierto que ha levantado encendidas polémicas y eso, hoy día, es muy difícil de lograr.
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