No sé si estaré blasfemando, pero la visión de esta notable Un profeta me trae ecos de aquel espléndido drama carcelario de Jacques Becker, La evasión, su última y más perfecta película. Ya sé que el tema no es el mismo (aquí el ascenso en prisión de un pobre diablo hasta la cúspide de la delincuencia, en el malogrado Becker la conspiración para huir de la cárcel), pero el tono, la fuerza, la potencia narrativa, es semejante.
Ya teníamos noticia de la calidad del director, Jacques Audiard (hijo del mítico guionista y director francés, Michel Audiard), por películas como Un héroe muy discreto y, más recientemente, De latir, mi corazón se ha parado, título este último que le confirmaba como un interesante renovador del “polar”, el policíaco francés, aportando nuevas ideas e historias para refrescar un género que tuvo días de gloria (los años sesenta y parte de los setenta), pero que después ha ido en franco retroceso.
Un profeta cuenta, como decimos, la historia de una ascensión (no sé se resistible…), la de un chico musulmán en la cárcel, de la que sólo podrá salir vivo, y mucho mejor que entró, si juega sus cartas con inteligencia. La pintura del interior de la prisión es deprimente: gobernada “de facto” por los “capos” allí enchironados, con los guardias corruptos y un muy feo futuro para los internos que no sean del agrado de los cabecillas o no estén bajo su protección, lo que puede significar sevicias varias.
Nuestro protagonista habrá de afrontar retos de todo tipo, desde matar por encargo a urdir complejas conspiraciones para desmontar tramas mafiosas que le permitan sobrevivir, cuando no medrar.
A pesar de su larga duración, más de dos horas y media, Audiard mantiene la tensión narrativa sin descanso, gracias a un poderoso ritmo y a un guión intrigante, que va adensándose conforme avanza el metraje, con irisaciones de cine de acción, pero también de drama, e incluso se permite algún escarceo con el fantástico.
Gran película, que nos reconcilia con el cine policíaco francés, y notable interpretación de Tahar Rahim, el joven actor francés de obvio origen magrebí, en el que puede haber una estrella si no se tuerce su carrera. Mención especial para el gran Niels Arestrup, que compone como sólo él sabe el personaje con más “carne” del filme, el villano corso Luciani.
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