Estamos en los días en los que se conmemora el quinto aniversario de los trágicos sucesos ocurridos el 11 de Septiembre de 2001, cuando varios aviones secuestrados por fundamentalistas islámicos destruyeron las dos Torres Gemelas, en Nueva York, y parte del Pentágono, en Washington. A esos efectos, el derrumbamiento del Workd Trade Center puede compararse con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, que provocó la chispa que daría lugar a la Primera Guerra Mundial. Por supuesto, el drama neoyorquino fue infinitamente más grave, no sólo por las miles de vidas humanas perdidas, sino porque, transmitido instantáneamente “urbi et orbi”, produjo un gigantesco trauma a nivel mundial, no digamos ya dentro de la propia sociedad norteamericana.
Como suele ocurrir en estos casos de fortísima conmoción emocional, ha sido necesario cierto tiempo para que el cine USA se atreva a poner en imágenes aquella catástrofe nacional, cuyas consecuencias posteriores (llámese la desastrosa invasión de Irak y la polarización del mundo en un Occidente cristiano y un Oriente islámico, enfrentados entre sí, aunque no quieran reconocerlo, en una nueva guerra larvada cuyo resultado es impredecible) hemos tenido ocasión de ver durante estos años. “United 93” (también “World Trade Center”, de Oliver Stone, sin estrenar en España cuando se escriben estas líneas) es la primera aproximación en cine a aquella nefasta jornada, y narra una plausible reconstrucción de lo que podría haber ocurrido en el cuarto avión secuestrado por los integristas musulmanes, el United Airlines 93, del que sólo se sabe que se estrelló en Pensilvania, cerca de alcanzar su objetivo, el Capitolio o la Casa Blanca. Como no hubo supervivientes, Paul Greengrass, guionista y director, ha realizado una reconstrucción basándose en entrevistas con los seres queridos de los fallecidos, tripulantes y pasajeros, y en sus últimas llamadas a sus familias, amores y amigos.
Realizada con nervio y tono “cinema verité”, con una nerviosa cámara al hombro que en este caso está plenamente justificada, y utilizando actores poco conocidos que no produjeran distanciamiento en el espectador, Greengrass hace un estimulante trabajo, hora y media que reproduce aquellas largas horas de la mañana del 11-S, cuando el mundo perdió la inocencia y Nueva York pasó de ser la ciudad alegre y confiada a un urbe huraña que, al menos en los primeros tiempos, desconfiaba de todo y de todos. Es cierto que quizá en la película de Greengrass se abusa de las escenas ambientadas en el control de vuelo del espacio aéreo norteamericano, y no digamos de las secuencias rodadas en las estancias militares que intentaban comprender y atajar aquellos inusitados acontecimientos, con una jerga con frecuencia sólo para iniciados. Pero también es cierto que, cuando llega el momento de la verdad, y los tripulantes y pasajeros se dan cuenta de que van al matadero, el filme cobra impulso (mejor no digo “alza el vuelo”, como se suelde metaforizar en estos casos…) y se convierte en una trepidante carrera contra reloj, tanto más impactante cuanto que sabemos que lo ocurrido en aquel avión fue auténtico y que el final no es otro que la muerte de todos los que lo ocupaban. Ese tono documental conviene especialmente a este último tramo, con los pasajeros muertos de miedo pero dispuestos a luchar por sus vidas. Por cierto que ése es un acierto de Greengrass como guionista: cuando ocurrió la tragedia, se especuló con que la tripulación y el pasaje, al darse cuenta de que iban a ser estrellados contra algún edificio emblemático, como había sucedido con los otros aviones, decidieran inmolarse para que no sucediera; Greengrass opta por otra posibilidad, quizá menos heroica pero más probable: según la misma, los pasajeros se amotinaron porque querían recuperar el mando del avión, al contar entre ellos con un piloto de avioneta. Ciertamente resulta menos grandilocuente, pero es una visión muy plausible: antes que pensar en estrellarse sin matar a otros, pensaron que podían salvar sus vidas si conseguían tomar los mandos antes que los estrellaran.
Bueno es que el cine norteamericano empiece a exorcisar los fantasmas del 11-S; ya lo hizo, y con un resultado de toda laya, con la Guerra del Vietnam. Ojalá todo lo que se haga sobre aquella infausta jornada tenga, al menos, el mismo nivel de calidad, honestidad y rigor que esta dramática, tensa, punzante película.
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