Con coproducción de la británica Channel Four, habitual coproductor de Parallax en las películas de Ken Loach, Gerardo Herrero toma contacto con el proyecto de una biografía de Jean Vigo, el controvertido y genial cineasta francés muerto en los años treinta en su país, que dejó una realmente escasa cosecha (murió muy joven, de septicemia), pero de una calidad incuestionable, hasta el punto de convertirse en uno de los grandes del cine de todos los tiempos con apenas dos mediometrajes (A propósito de Niza y Cero en conducta) y un largo (L’Atalante).
El proyecto venía de antiguo, de cuando el director Julien Temple conoció que estaba en marcha llevar a la pantalla la azarosa vida de este cineasta genial. Temple tiene públicamente reconocida su devoción por Cero en conducta, hasta el punto de que fue la película, si hay que creerle, que le hizo dedicarse a este complicado oficio de dirigir. Temple tenía en su haber títulos apreciables como Absolute beginners, interesante aproximación al ambiente joven de los años setenta, y otros no tan atractivos, como Las chicas de la Tierra son fáciles.
El caso es que asumió el proyecto de Vigo. Historia de una pasión como algo propio, y eso se nota en esta historia de amor desquiciado, un auténtico amor entre ruinas, el que se produce entre Jean Vigo y la polaca Lydu Lozinska, a la que conocerá el cineasta en el sanatorio para tuberculosos donde ambos están internados. La chica se ha conformado con un destino que sabe fatal y no tiene más esperanza que la de seguir sobreviviendo como pueda. Él, sin embargo, de carácter rebelde, como dejó evidenciado en su escasa filmografía, enamorado de ella sin remisión, la incita a huir y dejar el purgatorio del internado, aún a sabiendas de que ello probablemente acelerará su muerte. Los médicos se oponen a esta relación que consideran nociva para la chica, pero finalmente los enamorados consiguen escapar. Vivirán poco tiempo juntos, pero ese período de sus vidas será el más gozoso que hubieran imaginado nunca.
Canto a la explosión de los sentidos contra cualquier tipo de represión o de conformismo, Vigo. Historia de una pasión es una obra enfebrecida que contagia fácilmente el entusiasmo de cuantos la hicieron. Pregona, no sin razón, que es mejor vivir poco pero intensamente que mucho pero anodinamente; proclama, desde la sinceridad más absoluta, la preeminencia de vivir airadamente, peligrosamente, arriesgadamente, mortalmente, antes que sobrevivir en el limbo, un día tras otro, un año tras otro, sin otro horizonte que esperar la muerte.
El valeroso y pujante trabajo de dirección de Temple, que parece contagiado del espíritu rebelde e inconformista del biografiado, consigue su plena expresión en el excelente trabajo de sus dos protagonistas, un James Frain asombrosamente parecido al auténtico Vigo, que infunde a su personaje la alegría de vivir (él, que estaba tocado del ala ya desde mucho antes), y Romane Bohringer, una actriz ideal para el papel de mujer que esconde un volcán de pasión en su interior.
No tuvo demasiada suerte en su exhibición la película de Temple, aunque las críticas no fueron negativas. Sin embargo, está claro que el desconocimiento actual en el público de cine (fundamentalmente adolescentes y jóvenes de hasta treinta años) de la figura inconmensurable de Jean Vigo y de su airada vida de genio tuberculoso y enamorado no ayudó a hacer llevar a los espectadores a las salas de exhibición. Hubiera merecido mejor suerte este filme sincero y arrebatado, en la que la participación española no fue, ciertamente, amplia: aparte de la productora ejecutiva Mariela Besuievsky, la música estaba firmada por el vasco Bingen Mendizábal.
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