CINE EN SALAS
El que podríamos llamar “Universo Oz” (que merecería un artículo más en profundidad) ya tiene nueva muesca: esta Wicked, que en realidad es la primera parte del díptico que se completará (si llegamos...) en noviembre de 2025 con el estreno en cines de la segunda parte, que esa suponemos sí llevará en el título lo de “Parte 2” (cosa que no lleva en España la parte 1, como ya es habitual en estos films presentados en dos mitades, como It o Dune).
El árbol genealógico de la película Wicked es largo como un brazo: en primera instancia procede del musical estrenado en Broadway en 2003 titulado precisamente Wicked, con música de Stephen Schwartz y libro teatral de Winnie Holzman, musical planteado en cinco actos que obtuvo tres premios Tony y siete premios Drama Desk, entre otros galardones, además de llegar a ser una de las producciones musicales de Broadway más taquilleras, superando los mil millones de dólares. Ese musical partía de la novela Wicked: the life and times of the Wicked Witch of the West, publicada por Gregory Maguire en 1995, quien a su vez partía de la primigenia novela de L. Frank Baum El maravilloso mago de Oz, publicada en 1900, que tendría su más popular (y extraordinaria) plasmación cinematográfica en la película de Victor Fleming El mago de Oz (1939), con la espléndida Judy Garland, un clásico donde los haya.
Pues con ese pedigrí, lo cierto es que, al menos esta primera parte (habrá que esperar la segunda, pero no tenemos muchas expectativas positivas...), nos ha parecido que Wicked, ni de lejos, tiene el nivel de su precedente de finales de los años treinta. A ver, el cine (y la televisión, en su formato series, tan de moda) de este siglo XXI, entre otras muchas características (como la explicitud de todo: si a alguien le ponen una inyección, tenemos que ver un primerísimo plano de la aguja entrando en la carne...), hay una línea temática que propone lo que podríamos llamar la “desmalificación” (perdón por el palabro, me lo acabo de inventar, pero creo que viene al pelo), despojar de sus atributos de malvado a los villanos, con dos vertientes: una, la de explicarnos los motivos por los que personajes archiconocidos, malos “re-malos”, han llegado a convertirse en unos villanos (por ejemplo, el Darth Vader de Star Wars, del que asistimos a su caída en el Lado Oscuro al final de –por orden cronológico de la ficción- primera trilogía, cuando al principio de ese tríptico era más bueno que el pan); y dos, la de presentarnos a personajes que pasan de buenos a malos sin solución de continuidad, aunque siempre por algún motivo más o menos prosaico (por ejemplo, el Walter White de la serie Breaking bad –título que podría traducirse, significativamente, como “volverse malo”...-, probo profesor de Química que, tras recibir la noticia de que padece una enfermedad terminal, se dedica a producir metanfetaminas –una potente droga sintética- para asegurar el futuro de su familia... y destruir el de otras miles de ellas...).
Pues de esa misma “desmalificación” participa esta Wicked, que postula la reivindicación de la Bruja Mala del Oeste (uno de los personajes más odiosos de la literatura infantil, y aún más tras la representación ultrabrujeril que aparecía en el film de Fleming), iniciando el relato donde lo dejaba la película de 1939 en la Tierra de Oz, con la muerte de esa horrenda hechicera y la comunicación a los habitantes de ese lugar fantástico de ese hecho por parte de la Bruja Buena. A partir de ahí, y tras ser preguntada este personaje sobre el rumor de que ella y la Mala habían sido amigas, iremos conociendo la historia de ambas, con el nacimiento de ésta, con el nombre de Elphaba, como fruto de la relación adúltera de su madre con un vendedor ambulante, su infancia desgraciada, despreciada por su padre por su color verde y por (supuestamente) ser responsable de la muerte de la madre y de la parálisis de su hermana pequeña, Nessarose. Cuando ambas van a la universidad Shiz a cursar estudios (aunque solo va la pequeña, Elphaba la acompaña), conocerán a Galinda, la monísima y presumida alumna más popular, con toda una corte de aduladores; allí Elphaba será objeto de rechazo por el color de su piel, lo que se acrecienta cuando, en una explosión de ira, demuestra sus poderes mágicos al resto de los alumnos...
Pero la verdad es que nos parece que la operación de llevar el musical de Broadway a la pantalla se ha saldado con un fracaso, al menos desde el punto de vista artístico (en taquilla está yendo muy bien, con 114 millones de dólares de recaudación en Estados Unidos-Canadá en el primer fin de semana), porque la película aburre solemnemente: larguísima, premiosa, con una historia que busca darle la vuelta a lo que conocemos (esto es actualmente el pan nuestro de cada día...), políticamente correcta hasta el vómito, con unos números musicales pesados y escasamente brillantes... En fin, un pequeño desastre que confirma, por si no lo sabíamos, que tocar los clásicos, además de una herejía cinéfila, no es nunca una buena idea. Aquí se trata de darle la vuelta a El mago de Oz, de Fleming, y hacer que la Bruja Malvada del Oeste pudiera cantar, parafraseando a Jeannette, aquello de “yooo... soy mala porque el mundo me hizo asííííí...”. Pues qué bien...
Y todo esto en una primera parte que dura casi el doble que El mago de Oz, que no llegaba ni a los 100 minutos. Y todavía queda otra entrega de (suponemos) otras dos horas y media largas... ¿Dónde quedó la capacidad de síntesis de nuestros clásicos? ¿Por qué en nuestro tiempo toda película que se precie de ser grande tiene que durar más de dos horas? (en este caso, en su conjunto, más de cinco...).
Y, desde luego, desde esa perspectiva suicidamente “woke” que ha dado como nefasto resultado desastres como la derrota sin paliativos de Kamala Harris ante un patán como Trump, aquí no nos falta un perejil del mimo a las minorías en menoscabo de las mayorías, que, como ha dicho Bernie Sanders, han abandonado al Partido Demócrata porque el Partido Demócrata ha abandonado a la gran masa de norteamericanos de clase media y baja, a las que se supone se debe.
Los personajes son de brocha gorda: la prota, Elphaba, más buena que el pan (a ver cómo se las avían en la segunda parte para hacerla una mala “re-mala”...); su antagonista Galinda (después Glinda), en plan Barbie superstar, no se sabe si más tonta que superficial o más idiota que vanamente manipuladora (y por supuesto rubia y blanquísima...); el príncipe Fyero (que se puede pronunciar como “fiero” aunque más bien parece que es “fullero”...), también blanquísimo y monísimo, es un estereotipo masculino al que no le falta un defecto: tiene repóquer de ases en ese aspecto... El mago de Oz resulta ser un chalán, un mandamás que engaña constantemente a su pueblo (esto sí que es muy realista...), que utiliza a los demás en su propio beneficio... en fin, un político de nuestro tiempo...
Hay dos cosas que indican que una película es aburrida: una, la mirada constante al reloj, a ver si avanza con más velocidad para que llegue el final; dos, el bostezo, ese acto reflejo que aparece cuando le da la gana y que nos indica que estaríamos mejor durmiendo la mona mientras los de la pantalla se dedican a hastiarnos. Pues los dos se dan, y en qué medida (hablamos por propia experiencia...), contemplando esta manifiestamente prescindible Wicked.
Y no será porque los intérpretes no se entreguen, que se entregan... Cynthia Erivo lo hace con su personaje de Elphaba, y la cantante Ariana Grande (que luce, eso sí, su espléndida voz) también, aunque su personaje, el de Galinda/Glinda, sea (porque lo es) manifiestamente estrangulable...
Lástima del director, el asioamericano Jon M. Chu, al que le teníamos ley por su estupenda En un barrio de Nueva York (2021), un musical (este sí) realmente valioso y humanista.
Pues, ya que estamos, para este proceso de “desmalificación” que es una de las características de este siglo XXI vamos a proponer algunas posibles películas o series que irían muy bien en esa línea. Por ejemplo, Yo, Adolfito Hitler, el niño que sufrió “bullying”; o también Stalin, como pasar de líder revolucionario a matarife de masas en un pispás. También quedaría muy bien: Autobiografía de Charles Manson: me hice malo porque mi hermano me quitó la peonza...
(25-11-2024)
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