Ron Howard se inició como actor infantil en series televisivas de los años cincuenta y sesenta, aunque también tuvo algún título relevante en cine, como El noviazgo del padre de Eddie (1963), a las órdenes de Vincente Minelli; ya de adulto ha tenido algunos otros títulos interesantes, como American Graffiti (1973), para George Lucas, o el canto del cisne del western clásico, El último pistolero (1976), para el gran Don Siegel, nada menos que con John Wayne y James Stewart de “partenaires”. Aunque no ha abandonado del todo su carrera como actor, se ha dedicado más intensamente a la de director, en la que ha cosechado numerosos éxitos comerciales (Splash, Cocoon, Apolo 13, El código Da Vinci, entre otros) e incluso alguno mucho más interesante, que podríamos denominar de corte artístico (El desafío. Frost contra Nixon).
El “boom” de El Señor de los Anillos no comenzó, como pudiera pensarse, en el siglo XXI con la adaptación al cine que hizo Peter Jackson, sino en los años setenta con la popularización de la trilogía de novelas de J.R.R. Tolkien. En aquella época se hizo una primera adaptación al cine, en formato de animación, titulada también El señor de los anillos (1978), realizada por el estupendo Ralph Bakshi, que sin embargo no tuvo éxito comercial. Sin embargo, en aquella efervescencia de los años setenta y ochenta sobre Tolkien y su célebre Trilogía de los Anillos, George Lucas sí conseguiría como productor un gran éxito taquillero con este filme, Willow, de sospechoso parecido con la trama tolkieniena, con sus Medianos y su héroe que los guiará en el enfrentamiento entre el Bien y el Mal. Pero no acaban ahí las influencias: hasta bíblicas las hay, en un galimatías de guiños cinéfilos y literarios de toda laya. Queda un aparente relato de aventuras que se deja ver con benevolencia, aunque se resiente de tan variados mimbres y de una imbricación más bien cogida con alfileres.
Protagoniza un Val Kilmer que entonces estaba en la cresta de la ola, antes de caer en desgracia para sestear en mediocres productos audiovisuales, lo que viene haciendo prácticamente desde principios del siglo XXI. Aunque, en puridad, el protagonista es Warwick Davis, uno de los pocos actores enanos (no hablamos del más popular de todos ellos, el estupendo Peter Dinklage de Juego de Tronos) que ha alcanzado fama y prestigio. La protagonista es Joanne Whalley, que años más tarde conseguiría su momento de gloria al interpretar el mítico papel de miss O’Hara en Scarlett, la más bien temeraria continuación de Lo que el viento se llevó. Eso sí, la música, del maestro James Horner, era de lo mejor de la película.
(30-01-2020)
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