1975 fue el año de la muerte de Franco, y ya en plena ebullición el peculiar fenómeno conocido en la época como el “destape” (nombre con el que fue llamada la espectacular explosión erótica en España al ir languideciendo la Censura hasta su extinción en 1977), será también el año de ¡Ya soy mujer!, la nueva película de Manuel Summers, ahora con una adolescente como protagonista, Celia, en ese tiempo complicado en el que el cuerpo de las chicas se va transformando en lo que ese insigne filósofo llamado Julio Iglesias llamaría “de niña a mujer”.
De nuevo aquí, como ya lo fuera con las anteriores Adiós, cigüeña, adiós y El niño es nuestro, el protagonismo será absoluto de los niños, en este caso más bien de las niñas (una de las muy escasas ocasiones en la filmografía de Summers en las que el protagonismo recae en una persona del sexo femenino), en una película que gira fundamentalmente en torno a la llegada de la menstruación y de los cambios hormonales y físicos que ello conllevará en el cuerpo de la incipiente mujer, en una historia también preñada de costumbrismo infantil y adolescente, contada con una narración clásica en la que no habrá lugar para los típicos excursos summersianos de dibujos ni viñetas, ni por supuesto de sus correspondientes “bocadillos”; tampoco habrá muchos toques de humor, más allá de algunas pinceladas propiciadas por los críos...
No será abordar el tema de la menstruación –hasta entonces absolutamente inédito en el cine español— el único tabú que rompería Summers en ¡Ya soy mujer! La película incluye una de esas típicas (aunque entonces tan infrecuentes) historias de fascinación adolescente hacia el profesor (o la profesora) cañón, pero también otras cuestiones relacionadas con el sexo que, en su momento, fueron ciertamente osadas, como una velada pero muy evidente masturbación femenina, además de otras de muy diverso signo, desde las sesiones de “petting” o “manitas” de los chicos y las chicas, vistas por Summers muy desprejuiciadamente, hasta una bastante escabrosa escena de acoso sexual por parte del padre de la mejor amiga de Celia, que el cineasta sevillano presenta con claras muestras de rechazo hacia una conducta ciertamente tan vil.
Hay también, como en prácticamente todo el cine de Summers con niños y adolescentes, un fuerte zurriagazo del director andaluz a la educación represiva de la Iglesia, inculcando disparates en tiernos infantes, disparates que, a la larga, solo traerán problemas de todo tipo en la formación y maduración de esos críos.
¡Ya soy mujer! vuelve a dar en la diana en taquilla, y repite prácticamente la misma cifra que el anterior film de Summers, El niño es nuestro, 1,8 millones de espectadores, lo que hará que el cineasta sevillano continúe con la saga infantil y juvenil que le estaba dando tan buen rendimiento (comercial, pero también artísticamente), con el que sería, por aquel entonces, su último film al respecto, Mi primer pecado, aunque casi un decenio después retomaría el tema, con variantes, en Me hace falta un bigote.
En el apartado interpretativo el protagonismo recayó absolutamente sobre Cristina Ramón, una adolescente que debutaba en cine en esta película, haciéndolo bastante bien; y es que Summers solía sacar petróleo de sus jóvenes actores y actrices, muchos de ellos sin experiencia previa ni técnica interpretativa alguna, pero que daban mucho juego ante la cámara. Entre los secundarios, como era habitual en su cine, gente de su familia, como Beatriz Galbó, que fue su pareja sentimental durante dos decenios, y su sobrino Curro Martín Summers, que se constituirá en el protagonista absoluto de su siguiente film, el mencionado Mi primer pecado. Aparece también uno de los galanes del cine, la televisión y el teatro españoles de la época, Ramiro Oliveros; eso sí, con un tupé imposible (lo que es ver las cosas con un prisma de casi 50 años después...).
(13-02-2024)
104'