Julian Fellowes empezó en el cine a mediados de los años setenta como actor, en papeles generalmente de reparto, actividad en la que se ha mantenido hasta ya entrado este siglo. En los años ochenta descubrió la que seguramente es su vocación, la de escritor, y desde entonces viene proveyendo al cine y la televisión de material argumental ciertamente relevante: los guiones de Gosford Park (2001), La feria de las vanidades (2004) y La reina Victoria (2009), entre otras, llevan su firma. Pero la que sin duda es su obra maestra como guion es la serie Dowton Abbey (2010-2015), una muy interesante aproximación a los últimos tiempos de la nobleza británica como casta privilegiada y al ascenso al poder de las nuevas clases de comerciantes y proletarios, serie que incluso ha propiciado una película igualmente estimable, también titulada Dowton Abbey (2019), y cuando se escriben estas líneas se anuncia que ya está en posproducción una secuela, Dowton Abbey: A new era.
Lo cierto es que Dowton Abbey, como también Gosford Park, tienen una evidente deuda con una vieja serie británica de la London Weekend Television, Arriba y abajo (1971-1975), que gozó de extraordinaria fama allá donde se emitió, España incluida, una serie que establecía ya desde el título esa doble mirada, esa doble perspectiva sobre lo que se relataba, amos y criados de una Inglaterra de las tres primeras décadas del siglo XX, por cierto parecida época a la retratada en Dowton Abbey.
Fellowes, convertido ya en una celebridad, publicó en 2016 la novela Belgravia, que, como cabía esperar, ha sido llevada a la pequeña pantalla en esta miniserie de 6 capítulos, con guiones escritos por el propio Julian Fellowes y con dirección de John Alexander, que figura como creador de la serie.
La historia arranca en 1815, en la víspera de la decisiva batalla de Waterloo que pondría fin, definitivamente, a la carrera militar e imperial de Napoleón. En ese contexto, un baile que se celebra en Bruselas en honor del duque de Wellington (a la postre vencedor del exemperador francés) tendrá, entre otros invitados, a un comerciante llamado Trenchard, cuya hija Sophia es pretendida por Edmund, el heredero de los ricos y nobles Bellasis. Esa noche, cuando son llamados a filas, Edmund y Sophia contraen matrimonio y pasan juntos la noche nupcial. Ya en la batalla, Edmund fallece, pero antes de eso Sophia ve como el supuesto cura que los casó es realmente un soldado compañero de Bellasis, con lo que se siente burlada. Meses más tarde da a luz al hijo del difunto Edmund...
Con todos los elementos de un buen melodrama de época, con su hijo bastardo, su familia noble reticente y su familia plebeya absolutamente entregada, Belgravia es otra aportación de Fellowes a esa rica taracea que, desde Arriba y abajo, pero también con films como Lo que queda del día (1993), de Ivory, han venido describiendo las siempre complejas relaciones entre la clase noble y la que no lo es, en periodos históricos tales como el siglo XIX y comienzos del XX. Con aditamentos sabrosos y tan apropiados para el género como un embarazo con (supuesto) engaño, la llamada de la sangre, que todo lo puede, el arribismo, la innata capacidad para estafar del ser humano, la envidia, los celos... Fellowes como guionista, y Alexander como director y creador, componen una apreciable, matizada obra, en la que advertimos también una cierta huella dickensiana, con su huérfano que desconoce su origen y otros temas muy del autor de Oliver Twist.
Bien narrada, con las dosis adecuadas de emoción, sin sobrepasar los límites de lo razonable para no incurrir en la intensidad altisonante del culebrón, Belgravia (nombre del barrio chic por excelencia de Londres, donde se desarrollan buena parte de los hechos relatados en la serie) resulta ser un agradable producto que no desdeña algunas aristas sobre la feble condición humana, pero también sobre la distinta consideración que tendrá una persona dependiendo de cuál sea su origen.
Por poner alguna pega a esta por lo demás tan estimable Belgravia, habría que hacer alusión, irónicamente, al parecer escaso presupuesto destinado a maquillaje, teniendo en cuenta que entre los dos tiempos históricos retratados, 1815 y 1841, la mayor parte de los que ya aparecían en ese primer año tienen prácticamente el mismo aspecto en el segundo, 26 años después (a lo mejor todos eran parientes de Dorian Gray...).
En la interpretación nos gusta mucho el duelo entre dos mujeres, Tamsin Greig y Harriet Walter, las dos abuelas del nieto bastardo, las dos jugando a un delicado juego de estrategia cada una en beneficio de su propia familia… hasta que ambas se dan cuenta de que, en el fondo, ambas son la misma familia, merced a ese inesperado nexo de unión, nobles y plebeyos unidos por una misma sangre.