Cuando un "autor" (las comillas no son inocentes...) hace una película de género hay que echarse a temblar; porque, fiel a su fama de "creadorrrrr" (ya sé que parezco Chiquito de la Calzada...), habrá de hacer un filme que no se parezca en nada a sus congéneres, con lo que la hemos jodido. Porque tampoco será propiamente una obra de autor, sino otra cosa, ni carne ni pescado, ni chichá ni limoná...
Robert Altman, que tiene por costumbre darnos una de cal y otra de arena, nos larga esta vez una buena paletada de tierra pardusca supuestamente "british", con una intriga que parece imaginada por una Agatha Christie en horas bajas y previamente concienciada por Carlos Marx. Porque este asesinato en la típica mansión señorial inglesa (por supuesto a mediados del siglo XX, por supuesto con sus nobles felones y sus criados que le llevan la vida y milagros a sus señores), está contado como si fuera una versión bolchevique de Arriba y abajo, aquel célebre serial de la BBC que ha quedado como paradigma del audiovisual sobre aristócratas y sirvientes en la Inglaterra postvictoriana.
Pero donde tenía que haber una buena intriga con su crimen, sus posibles asesinos y su Poirot o Maigret que resolviera el caso superando en ingenio al siempre inteligente homicida de turno, nos encontramos con una serie de aburridas divagaciones sobre lo malos que son los señoritos, lo traidores que son los que aparentan ser una cosa y son otra, lo infelices que son los criados sirviendo a sus amos, etc.
En fin, dos horas y media en las que podemos ensayar una amplia gama de bostezos, porque hasta el detective encargado de investigar el (más bien) estúpido crimen debe ser un tío segundo (anglicano) por parte de madre del inspector Clousseau, de torpe que es; así las cosas, como intriga es una bosta de vaca, pulidamente presentada pero boñiga al fin; y como relato de lucha de clases, sinceramente, prefiero El acorazado Potemkin. Uno que es un antiguo...
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