Esta serie, inicialmente concebida para ser emitida a través de la cadena autonómica gallega, la Televisión de Galicia (TVG), sin embargo ha conocido un insospechado (y ciertamente merecido) éxito internacional tras ser adquirida por Netflix para su exhibición en la plataforma de la famosa empresa norteamericana de vídeo bajo demanda.
Aunque por ahora, que sepamos, no se habla (a la manera del thriller escandinavo o “nordic noir”) de un “galician noir”, no sería de extrañar que a partir de esta serie se comenzara a cultivar lo que podríamos llamar el thriller a la gallega, teniendo en cuenta que las propias circunstancias climáticas, culturales, sociales y geográficas de la hermosa región del Noroeste español se prestan, ciertamente, a tramas en las que el paisaje (y, claro está, el paisanaje...) aportan atractivos escenarios naturales y humanos en los que desarrollar inquietantes intrigas.
La serie El sabor de las margaritas consta de 2 temporadas de 6 capítulos cada una de ellas, de unos 70 minutos de duración por episodio, siendo ambas temporadas autoconclusivas, aunque en la segunda, lógicamente, habrá elementos de la primera que tendrán decisiva influencia en su desarrollo. La acción se inicia con la inexplicada desaparición de una menor huérfana, Marta, en una pequeña localidad de la Galicia profunda llamada Muriás. La agente Rosa Vargas, de la Guardia Civil, es enviada al pueblo para dirigir la investigación en calidad de policía judicial. Pronto la agente de la Benemérita se da cuenta de que en la localidad hay muchas cosas que algunos vecinos se esfuerzan en esconder. A la par, los espectadores nos iremos percatando poco a poco de que la guardia civil tiene también dobleces no explicados... y es que ella también tiene secretos que no quiere, no puede, no debe revelar para poder culminar su propósito en aquella investigación...
Las dos temporadas tienen claras diferencias: mientras en la primera tanda de capítulos prima el ambiente rural, el hosco tono de los lugareños, el paisaje campestre, el clima inhóspito de la tierra galaica, en la segunda estaremos claramente en una historia mucho más sofisticada y urbana, cuajada de fetichismos, de locales privados donde toda lujuria (legal y, sobre todo, ilegal...) es posible, un poco en línea con el canon que marcó en su momento la kubrickiana e inolvidable Eyes wide shut (1999). También las historias se diferencian claramente: mientras la primera se trataba de un “who-do-nit”, un “quien-lo-hizo”, aunque con un fuerte componente psicológico, aportado por la propia investigadora policial, la segunda explora más los ambientes viciados de la prostitución de menores y el sexo clandestino: pederastia, sadomasoquismo, trata de blancas, “snuff”, con implicaciones también en los rincones más oscuros de la “dark web”, la procelosa “internet profunda”. En cualquier caso, el brutal giro de guion dado en el último capítulo de la primera temporada permitirá una perspectiva distinta hacia lo que hasta entonces sabíamos, y desde luego proyectará una diferente mirada en los capítulos de la segunda tanda.
Dirigidos con buena mano los 6 primeros episodios por el propio creador de la serie, Miguel Conde, lo cierto es que el cambio en la realización en la segunda temporada, de la que se encargó Álex Sampayo, no se notó en cuanto a la calidad de la puesta en escena, más allá de que cada uno de estos profesionales le imprimiera su sello, más psicológico, telúrico e introspectivo en el caso de Conde, más vistoso, urbanita y espectacular, en el de Sampayo. No obstante, en el conjunto apreciamos más la primera temporada, por su singularidad y especificidad (el thriller rural, el giro final, tan inesperado), que la segunda, en la que la influencia del mentado título kubrickiano (con lo que pierde en originalidad) y una serie de sucesivos volantazos en el guion, terminan haciéndola algo inferior. También en la primera temporada brilla por su infrecuencia el uso capital de un clásico como la Divina Comedia, con paralelismos más o menos metafóricos de la trama de la serie con la obra del Dante, utilizando incluso versos del inmortal poema italiano en los títulos de cada uno de los capítulos de esa tanda de episodios.
El reparto resulta ajustado en sus papeles, con mención especial, por supuesto, para María Mera, que interpreta a la atormentada protagonista, haciendo desde la sobriedad toda una creación del personaje de la agente de la Guardia Civil mandatada para investigar el que parecía un caso de puro trámite pero que, realmente, escondía un secreto relacionado con el pueblo y con las desapariciones allí acontecidas, desapariciones que serán la clave de toda la trama. Entre los secundarios habrá que destacar a dos rostros conocidos en el resto de España, la ganadora del Goya por La isla mínima, Nerea Barros, y el actor que encarnó tan atinadamente al general Franco en Mientras dure la guerra, Santi Prego.