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En la filmografía de Alejandro Amenábar como director hay dos etapas diferenciadas: la primera empieza con su debut, Tesis (1996), pasando por Abre los ojos (1997) y Los otros (2001), para culminar con Mar adentro (2004), que se puede considerar con toda seguridad su obra maestra; en esa fase predomina el talento, el crecimiento como artista y su maduración como cineasta seguro y creativo. Pero hay también una segunda etapa, que se inicia con Ágora (2009), disparatado intento de hacer una superproducción a la americana pero con un tema tan minoritario como la historia de la filósofa Hypatia y la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, y que fue un fiasco comercial y artístico, y Regresión (2015), muy endeble thriller psicológico que quiso jugar en la misma liga que films inolvidables como Psicosis o El estrangulador de Boston, y, como era de prever, se dio la gran costalada, tanto en crítica como en taquilla.

Mientras dure la guerra parece el intento de Amenábar por volver al cine en español, con un público objetivo de clases medias más o menos ilustradas, y con una historia que, ciertamente, es bastante conocida, pero que él intenta re-crear jugando, como era de prever, con implícitos paralelismos con nuestro tiempo.

Salamanca, 1936. El ejército se acaba de sublevar contra la República el 18 de julio. La acción se desarrolla argumentalmente con dos líneas que en algunas ocasiones confluyen: por un lado, el célebre rector de la universidad, Miguel de Unamuno, miembro de la generación del 98 y uno de los grandes intelectuales españoles del siglo XX, que ha sido diputado en el Congreso dentro de una coalición republicano-socialista, se muestra desencantado por el sesgo bolchevique que, a su juicio, está tomando el gobierno del Frente Popular e, inicialmente, apoya el golpe militar de Franco y otros generales, creyendo que estos solo venían a poner orden en la República para devolverla después a los políticos una vez corregida la que él considera deriva suicida del gobierno. Pronto se dará cuenta de que aquellos que supuestamente venían a instaurar el orden se comportan igual o peor que los que en el otro bando queman iglesias y matan curas y monjas. La otra línea argumental nos muestra las maniobras que el entorno del general Francisco Franco realizará para hacerse con el poder total entre los facciosos, a pesar de la oposición del general Cabanellas, presidente de la Junta de Defensa Nacional, que hasta entonces había dirigido, oficialmente, el bando de los nacionales.

Mientras dure la guerra va de menos a más. En principio parece una de esas reconstrucciones acartonadas y académicas por las que el cine español tiene predilección, aquí además corregido y aumentado por ese tono altisonante, un poco de nuevo rico, que usa bellos espacios monumentales (en este caso la hermosa Plaza Mayor de Salamanca) para mostrarnos grandes movimientos de masa, con aparatosa parafernalia militarista, como ocurre en la escena inicial. Afortunadamente, conforme va transcurriendo el metraje, la historia se va tornando más intimista, y asistimos con estupor al drama de este viejo intelectual, que lo fue todo en la España de las primeras décadas del siglo XX, incluso diputado en el Congreso republicano, además de rector y eminencia por todos celebrada, que, a la manera de Saulo, también se caerá metafóricamente del caballo en el camino de Damasco cuando se da cuenta de que los que él veía como caballeros regeneradores no eran sino un puñado de alevosos criminales de la peor ralea.

Esa contradicción en Unamuno, que no fue sino una más de las muchas que tuvo en su vida, un filósofo, escritor y humanista que se metió en todos los charcos y en casi todos terminó escaldado, culminará en la escena central del film, a cuyo alrededor se construye toda la historia, el famoso inicio de curso en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, plagado de militarotes y fieros falangistas, presidido por la esposa de Franco (entonces ya Generalísimo, Caudillo de España, etcétera), en el que Unamuno no pensaba intervenir, pero donde finalmente lo hizo con un discurso incendiario contra los facciosos (rematado con el famoso “venceréis, pero no convenceréis”), que a punto estuvo de costarle la vida allí mismo. Esa escena fue también recreada, con José Luis Gómez en el papel del escritor, en La isla del viento (2015), producción mucho más modesta dirigida por Manuel Menchón.

Esa contradicción del intelectual, esa angustia vital por no poder evitar los desmanes de los que, en uno de esos ramalazos cándidos de los genios, había apoyado creyendo que traerían la paz, el orden y la vuelta a la democracia, es lo mejor de esta película que, elevándose evidentemente sobre el anterior empeño amenabariano, la mentada Regresión, es obvio también que todavía no se puede contar entre sus mejores obras: si se continúa la tendencia, parece que podremos hablar de una tercera etapa en la que el cineasta chileno-español vuelva por sus fueros. Ojalá...

Producción costeada aunque menos que los últimos empeños internacionales de Amenábar, Mientras dure la guerra es una versión plausible de un tiempo de la Historia de España, los meses de julio y siguientes de 1936, en los que se forjó lo que fue el país durante las cuatro décadas siguientes, con la entrega del poder absoluto al general Franco y cómo ello condicionó, y de qué manera, la vida española durante una dilatadísima etapa, en lo que se suele llamar la larga noche del franquismo.

Gusta el esforzado trabajo de Karra Elejalde como su paisano vasco Unamuno; no las teníamos todas con nosotros, porque Karra nos pareció siempre un actor demasiado escorado hacia la comicidad y el cantinfleo, pero lo cierto es que hace el que seguramente será el papel de su vida, confiriendo veracidad a las contradicciones, arrebatos y temeridades, también a los miedos, incluso físicos, de aquel intelectual que en 1936 fue odiado y amado consecutiva y alternativamente por los dos bandos. Eduard Fernández compone un muy interesante general Millán-Astray, el “glorioso mutilado”, como era conocido por sus admiradores; Fernández se aparta del tópico y construye un personaje que, en su tosquedad, tenía un mucho de sutil, aunque lo que haya sobrevivido de él, como siempre, es la faceta tosca y brutal del militarote casi de opereta. Por su parte, el actor gallego Santi Prego interpreta a un Franco que también se aparta matizadamente del cliché habitual: aquí no resulta ridículo, como el cine español de la democracia ha solido representarlo, sino un hombre lleno de dudas con respecto a su asalto al poder, que evidentemente deseaba, según el film, pero que temía dar un paso en falso que diera al traste con su ambición. Del resto nos quedamos con la verosimilitud de Tito Valverde como el general Cabanellas, que tuvo que firmar, a su pesar, la entrega del poder a Franco, intuyendo que este, lejos de mantenerlo “mientras dure la guerra”, se lo quedaría vitaliciamente; y también con Luis Zahera, aquí alejado de los habituales personajes de villano que el cine y la televisión le endosan continuamente, confirmando que es actor de muchos y variados registros.


(01-10-2019)


 


Mientras dure la guerra - by , Apr 22, 2020
2 / 5 stars
Las contradicciones del intelectual