ESTRENO EN NETFLIX
Las series que se pueden encuadrar en el thriller político han hecho furor en este siglo XXI, y no digamos desde la explosión de las plataformas de “streaming”. Cuando éstas ni estaban ni se las esperaban, ni siquiera se sabía qué cosa podría ser, ya hubo una serie que sentó las bases del thriller político, en este caso de acción: hablamos, claro está, de 24, la serie de la Fox que se prolongó a lo largo de varios años y temporadas, creada por Robert Cochran y Joel Surnow, y que encumbró a Kiefer Sutherland. Después ha habido otros en esa misma línea de acción, como Sucesor designado, precisamente con el propio Kiefer, pero también otras que han puesto el acento más en las intrigas políticas que en la acción, como El ala oeste de la Casa Blanca, Señora Secretaria de Estado o, en Europa, Borgen, que han dado lugar a todo un rosario de tramas de corte fundamentalmente políticas.
La diplomática juega en esta liga, la de la alta, altísima política que se juega en los cenáculos del poder, del Poder. La serie está compuesta inicialmente de 8 capítulos (aunque queda abierta y habrá de seguir para poder enterarnos de cómo continúa la historia), al comienzo de los cuales conoceremos un incidente ocurrido en el Golfo Pérsico, en el que un portaaviones de la Royal Navy, la Armada británica, es objeto de un atentado en el que una bomba estalla a bordo, ocasionando varios muertos y heridos e importantes daños materiales. En ese contexto conocemos a Kate Wyler, diplomática de carrera, experta en temas de Irán, que iba a ser nombrada embajadora en Kabul, pero la crisis del portaaviones inglés aconseja a la Casa Blanca enviarla como embajadora a Londres. Su marido, Hal Wyler, es también de la carrera diplomática y de hecho ha ocupado importantes cancillerías en representación de Estados Unidos, aunque ahora, tras haber llamado “criminal de guerra” al actual secretario de estado, está en el ostracismo. Pero, lógicamente, acompaña a su mujer a Londres y no se recata en opinar e intervenir en todo lo que le parece, a veces resultando sumamente inapropiado, por no decir impertinente. La pareja, además, no pasa por su mejor momento, y de hecho están reflexionando sobre su separación. En ese contexto, nos enteramos de que la Casa Blanca, aparte de para que colabore a resolver la crisis del portaaviones atacado, ha enviado a Kate a su embajada en Londres para estudiarla como posible recambio de la vicepresidenta, de la que se sabe que, a medio plazo, se va a destapar un caso que la hará dimitir… Pero la propia Kate no sabe que está siendo estudiada con ese fin, aunque su influyente (e impertinente) marido no tardará en enterarse…
Al frente de la serie, como creadora, aparece Debora Cahn, guionista y productora de algunas series tan populares como la citada El ala oeste de la Casa Blanca, dentro del mismo género, pero también de otras como Homeland o Anatomía de Grey; Cahn es ya un peso pesado de la industria audiovisual norteamericana, en concreto en las series, en las que es evidente que sus proyectos son respetados y auspiciados por la industria, como en este caso.
Nos parece que La diplomática entronca, sobre todo, con una de las series citadas, la danesa Borgen, donde es moneda común la intriga de altos vuelos, las zancadillas palaciegas, todo un sibilino juego de tronos que se juega en tableros geoestratégicos a lo largo de todo el mundo, en los que la inteligencia, pero también la astucia, la sagacidad y un punto de osadía serán las mejores armas para intentar controlar en la medida de lo posible ese continuo carrousel de crisis que supone el ejercicio de las altas magistraturas de cualquier país de medio pelo, cuánto más en el caso de una potencia mundial como Estados Unidos.
Como nota atractiva que confiere a la serie una de sus cartas de naturaleza, el hecho de que el esposo de la flamante nueva embajadora en Londres sea también un diplomático de peso, muy influyente, y con cierta tendencia a volar solo, a la manera de un verso suelto, resulta ciertamente interesante y da pie a buena parte de las peripecias a las que habrá de enfrentarse la protagonista, en un delicado equilibrio en el que no siempre las intervenciones del marido ayudan precisamente a la compleja tarea de la esposa. Pero esa relación también tendrá su propia intrahistoria, al existir una crisis conyugal a la que la nueva responsabilidad de la embajadora, pero sobre todo esa futura e hipotética tarea a la que estaría llamada, la vicepresidencia de Estados Unidos, tras la figura de un presidente anciano (ya saben lo que dicen del vicepresidente: está “a un latido” de ser el inquilino del Despacho Oval…), confiere matices que algunas veces están expresados con escenas emocionalmente explosivas, cuando colisionan lo personal y lo profesional.
Todo ello dentro de un marco mayor en el que la embajadora tendrá que lidiar para que un premier británico de gatillo fácil, que no quiere pasar a la Historia como el primer ministro que perdió Escocia, utilice la crisis del portaaviones atacado para afianzarse en el poder y, dándose un baño de popularidad, dar una patada hacia adelante en el tema del separatismo escocés. Los distintos movimientos que la cancillería USA en Londres tiene que realizar, casi siempre con discreción, cuando no colindando con la ilegalidad, serán movimientos en los que tanto la embajadora como su marido el verso suelto habrán de ingeniárselas para que los enemigos comprendan que una crisis bélica no beneficia a nadie; por supuesto, tampoco a esos enemigos, aunque todos tienen que salvar la cara y parecer que no se rehúye el enfrentamiento armado porque parecerían pusilánimes.
Hay líneas secundarias colaterales, como la relación sentimental del jefe de gabinete de la embajadora y la jefa de la CIA en Londres, que da bastante juego dados los cargos de ambos, o la informalidad de la embajadora, reacia al postureo de los diplomáticos en vestuario y relaciones, además de una apuntada atracción sexual entre la protagonista y el ministro de Asuntos Exteriores (el famoso Foreign Office) del Reino Unido, una posible pareja en la que, es cierto, vemos que hay “feeling”.
No se puede negar que, a veces, la serie resulta un tanto farragosa, con demasiada información y muchos sobrentendidos de alta política y diplomacia de estado, con diálogos de mucho nivel. Pero, dado que en estos aspectos el audiovisual actual es más bien cortito con sifón, no nos vamos a quejar demasiado porque aquí se nos dé bourbon en vez de gaseosa…
Gusta el retrato de la protagonista, una mujer de ideas propias y firmes, osada en sus soluciones a veces heterodoxas, pero siempre tendentes a reconducir situaciones extremas, utilizando con frecuencia eso que se ha dado en llamar el “pensamiento lateral”, el que se aparta de las visiones estándares, trilladas, para enfocar el problema desde una nueva perspectiva, que puede dar, a su vez, novedosas e incluso brillantes soluciones.
La serie, es cierto, no oculta que el motor fundamental en este tipo de intrigas es la ambición política, pero también enaltece el papel de los políticos no profesionales, de los que tienen su propia profesión y, eventualmente, dedican unos años de su vida al servicio público.
Elegante, bien contada, en una historia de alto nivel, con diálogos acerados e inteligentes, nos parece sin embargo que la resolución de esta primera temporada de La diplomática deja demasiados cabos sueltos, terminando en un “cliffhanger” brutal que prácticamente deja abierta toda la serie para la segunda temporada, que probablemente no será tampoco la última.
Muy bien la protagonista, Keri Russell, totalmente implicada, en un personaje que ella hace suyo y al que le confiere el carisma y la determinación necesaria a un bombón de papel como éste; de su implicación da idea el hecho de que, además de protagonizar la serie, actúe también coproductora ejecutiva. A su lado, Rufus Sewell, que encarna al marido, realiza toda una creación, un personaje indudablemente atractivo, que sabe de su perspicacia para la alta política y la ejerce aunque ya no le toque hacerlo, con lo que frecuentemente chocará con su mujer, llamada ahora a ser la estrella de la función. Sewell, un actor notable, presenta aquí un personaje sinuoso, irónico, de un humor esquinado, una de las bazas de la serie aparte del indiscutible protagonismo de Russell.