Entre los últimos años de los ochenta y primeros de los noventa, surgió en España un fenómeno musical, pero también de alguna forma social e incluso cultural, a raíz de la popularización del grupo Locomía (también se puede escribir Loco Mía), una banda musical formada por cuatro chicos, procedentes de Ibiza (aunque habían nacido en sitios distantes de la llamada Isla Bonita), que durante esos años pusieron patas arriba conceptos no tanto musicales como sociales, con una estética andrógina que llamó poderosamente la atención.
Aquella estrella fugaz, que apenas duró 3 años (1989-1992), sin embargo se convirtió en un insospechado fenómeno y su recuerdo permanece tres décadas después de su desaparición. Este documental, Locomía, miniserie de 3 capítulos, viene a contarnos qué pasó con aquellos cuatro querubines y los que les sucedieron, e incluso con los que rivalizaron entre ellos bajo la misma advocación, en una historia que, ciertamente, podría ser el argumento de una serie de ficción muy atractiva, porque elementos hay más que sobrados para ello.
La miniserie está montada fundamentalmente a partir de las entrevistas con todos los que de una forma u otra intervinieron en el fenómeno Locomía, ya como sus iniciadores, ya como los que desde fuera gestionaron (y en buena medida se cargaron) sus carreras. La serie hace también algunas jugosas extrapolaciones, como la que sugiere que el grupo Locomía fue, de alguna forma, un fenómeno que solo pudo existir en ese momento, cuando España, tras ingresar en la OTAN en 1982, y en la entonces Comunidad Económica Europea (ahora Unión Europea) en 1986, necesitaba un baño de modernidad que ya, en parte, le había proporcionado otro epifenómeno cultural y artístico como fue la Movida Madrileña. Locomía sería una continuación lógica de ese fenómeno libertario y pansexual, desde una perspectiva inicialmente estética, con esos trajes imposibles y esos complementos no menos estrambóticos, como los zapatos puntiagudos y los abanicos gigantes. Así, el grupo ibicenco sería como la prueba del nueve de que la sociedad española empezaba a sacudirse la cascarria franquista.
El grupo, y así todos lo reconocen, parte de la imaginación de un entonces inquieto veinteañero, Xavier Font, con alma de artista pero también posesivo hasta la náusea. Una vez descubierto el paraíso ibicenco para su causa (fundamentalmente el sexo libre, la noche eterna, la fiesta permanente), Xavier, homosexual militante, persona de fuerte carácter dominante, recluta a varios chicos también gais aunque de corte netamente sumiso con los que, en primera instancia, montará una especie de grupo, todavía no musical, que será contratado por la famosa discoteca Ku, epicentro de la noche ibicenca, para dar color y sabor, con sus atuendos estrambóticos, entre el payaso de circo y la diva operística, a sus permanentes fiestas en su recinto de la isla. Allí, a partir de un boceto de uno de los integrantes de aquel grupo todavía no musical, el holandés Gard, surge el nombre de Loco Mía, después más frecuentemente llamado Locomía, como forma más bien macarrónica, por el endeble conocimiento del español por parte del miembro neerlandés, de querer expresar algo así como “Locura nuestra”.
Una noche en la que el productor español José Luis Gil (poderoso jefe entonces de la discográfica Hispavox, una de las más importantes editoras de discos de la éoca en España, que llevaba a artistas como Perales y Bosé) asistió a la Ku, conoció de primera mano el espectáculo, aún no musical, de estos cuatro jóvenes de maneras ambiguas, hombreras gigantescas y extraordinario manejo de los abanicos tamaño XXL, e intuyó que allí podía haber una bomba. Convenció a Xavier Font, líder indiscutible del grupo y macho alfa de la manada (dicho sea lo de la manada por él mismo, que en ese aspecto no se corta un pelo) para que el grupo se trasladara a Madrid para lanzarlos como una banda musical; aunque los comienzos fueron complicados, porque los cuatro cantaban como un grillo, y porque Xavier constantemente quería imponer sus criterios, finalmente se consiguió que el grupo debutara, con notable éxito ante la frescura y la novedad de la nueva banda. Los temas, un poco en la línea del llamado “electro-pop”, no requería tampoco grandes voces, sino más bien la apariencia, la carrocería aerodinámica de los efebos con una calculada dosis de ambigüedad sexual.
A partir de ahí, el éxito: no solo triunfan en España, sino que cuando acuden a Hispanoamérica se dan cuenta, por ejemplo en Argentina, que son unos auténticos ídolos de masas. Todo parecía sonreír al grupo, aunque Xavier seguía siendo para Gil una china en el zapato, por lo que lo convence para que salga del grupo y le ayude a gestionarlo desde fuera, marchando este a Miami. Resentido por haber perdido el control de la “manada” sin haberse dado cuenta de la jugada de Gil, Xavier rumia su venganza, que tendrá lugar cuando Locomía inicia su gira por Estados Unidos, cuando convence a los miembros de la banda para que rompan relaciones con José Luis Gil. Desde ese momento, Locomía estará rota: Gil torpedea las actuaciones del grupo y a su vez crea otro con igual nombre con otros jóvenes, quienes a su vez son boicoteados por Xavier Font.
El resultado final fue la extinción de los dos grupos, el clásico y el moderno, ambos víctimas de una lucha estéril entre dos concepciones distintas de lo que debía ser Locomía.
La miniserie plantea con rigor esta historia, desmenuzándola a partir de las entrevistas tanto con Gil como con Xavier Font, pero también con los otros componentes (en sus distintas fases) del grupo, desde los iniciales Luis Font (hermano de Xavier), Manuel Arjona y el holandés Gard, pero también los posteriores miembros, y expertos en diversas disciplinas relacionadas, desde el especialista en música moderna Fernandisco hasta historiadores y sociólogos.
El resultado es plausible, una mirada entre cómplice y entomológica sobre un fenómeno ciertamente único en el mundo, el surgimiento de un grupo nacido de la nada, y especialmente de la nada musical, que sin embargo llegó, y de qué manera, a los públicos de la época, en especial a los femeninos, arropados en una imagen ambiguamente andrógina de la que, por contrato, no podían salirse; el propio Gil explica ante las cámaras que fue una cuestión de mercado: si los miembros de Locomía hacían pública su condición homosexual, ello podría reducir sus ventas, y ya se sabe que el mercado no sabe de otra cosa que no sea de hacer cuanto más dinero mejor.
Solvente producto audiovisual, Locomía presenta en el fondo lo que no fue sino un choque de trenes entre dos “prima donna”: el creador del grupo y de su peculiar estética, Xavier Font, que reconoce sin ambages que no pudo soportar perder el control de su “manada”, y José Luis Gil, que con Locomía quiso dar otro aldabonazo en su carrera, aunque finalmente fuera tan efímero. Ambos eran agua y aceite: la anarquía y el caos de Xavier contra la sistematización y la reglamentación de Gil. El enfrentamiento, más tarde o más temprano, había de ocurrir, y ocurrió con las peores consecuencias: entre todos se cargaron un grupo que había inventado una forma peculiar de hacer música y, sobre todo, de conseguir que actitudes heterodoxamente sexuales como las suyas, dentro de la ambigüedad calculada exigida por Gil, fueran no solo aceptadas socialmente, sino incluso señaladas como referentes estéticos e incluso éticos.
Una buena documentación de la época, fotográfica y videográfica, completa una miniserie ciertamente atractiva, que historiografía de forma amena una parte de la vida de la España de finales de siglo, a través de uno de los grupos más significativos de la época, y que, tanto tiempo después, sigue vivo en la memoria colectiva de los españoles. Por poner una pega, quizá se echa en falta (como ha dicho el propio Gil) más actuaciones de Locomía, de las que solo se dan algunos fragmentos, y muy breves, de las muchas veces que participaron en los entonces muy abundantes programas musicales de las televisiones de la época.
Buen trabajo en el guion y la dirección del jerezano Jorge Laplace, especialista en documentales tan interesantes como Carolina Marín. Puedo porque pienso que puedo, aquí con un ímprobo trabajo de documentación previa y consiguiendo que todas las partes intervengan a pecho descubierto en las entrevistas realizadas, en algún caso, como el de Xavier Font, prácticamente abriéndose en canal, aunque él, bastante pagado de sí mismo, quizá no haya sido consciente de ello.