Rafael Utrera Macías


In memoriam
A Luis Rosales, poeta y ensayista
A Manuel Villegas López, historiador cinematográfico


El poeta y escritor Luis Rosales (Granada, 1910 – Madrid, 1992), tiene publicado, entre su vasta obra, el ensayo “Cervantes y la libertad”. Destaca en el mismo el preciso conocimiento de la obra cervantina, “Don Quijote de la Mancha”, y su capacidad para explicarla a la luz de variadas interpretaciones culturales. Los dos volúmenes integrantes del estudio, repasan infinidad de situaciones ocurridas al hidalgo manchego sobre las que el ensayista elucubra acertadamente estableciendo las pertinentes conexiones con las aventuras quijotescas, las vivencias y el sentido de las mismas, el contraste entre “mundo real” y “mundo caballeresco”, así como las posibles comparaciones con otros personajes universales, de la novela o del teatro, o con las obras en las que ellos son protagonistas. En razón a la revista donde estas páginas se publican, acotaremos los amplios y generosos presupuestos del autor Rosales a específicos capítulos donde se trata el tema de nuestro interés: las relaciones entre literatura y cine.



Cervantes / Quijotismo / Quijanismo



Dice Rosales que la universal novela bien hubiera podido llamarse “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Historia de una conversión”. Y es que la “conversión” funciona por medio de dos niveles que, al tiempo, suponen un desdoblamiento personal, y, consecuentemente, implican un despliegue psicológico del personaje; de una parte, su nivel de aspiración vital podría llamarse “quijotismo” (de Quijote); de otra, su nivel personal de auto-realización pudiera denominarse “quijanismo” (de Quijano). Ambos funcionan simultánea y variablemente. Uno y otro se corresponden con la primera y segunda parte de la novela, respectivamente, pero ambas confluyen para dar como resultado “el fracaso”.


Y este fracaso es el que conforma el espíritu de quien tiene que llegar a ser, a convertirse en, Don Quijote, porque el hidalgo se arriesga a fracasar y, fracasado, lo acepta sin desánimo. Si, como sabemos, nada humano nos es ajeno a las personas y el fracaso es consustancial a la naturaleza del hombre, dado que éste es un continuo productor de necesidades, el héroe cervantino no puede ser una excepción, mucho más cuando la visión quijotesca del mundo tergiversa realidades y apariencias.



Chaplin / Charlot / Charlotismo



Parece evidente que el fracaso tiene escaso valor en ámbitos sociales, sin embargo, en ámbitos artísticos es muy considerado. Y Rosales, para ejemplificar adecuadamente la cuestión, elige al príncipe Myshkin, personaje de “El idiota”, de Dostoyevski, y a Charlot, protagonista de las películas de Charles Chaplin, para hacernos ver, entre otras cuestiones, que en ellos habita también el espíritu quijotesco.


La indumentaria es lo primero que llama la atención en Don Quijote y Charlot; el primero, con las armas de los bisabuelos, limpias de orín y moho, con morrión simple y sin celada de encaje; el segundo, raídas botas como calzado y bombín como sombrero, chaqueta tan corta como estrecha, pantalones largos y caídos, y flexible junquillo a modo de bastón. En ambos casos, tal atuendo resulta extraño, desconcertante y tiene tanto de quimérico como de ridículo.


De otra parte, el hidalgo manchego desordena “la realidad” y quiere cambiar la apariencia de las cosas; de modo semejante, el vagabundo del hongo y el junquillo tiene actitudes vitales tan infantiles como poéticas, tan imprevisibles como alucinadas. Porque, en efecto, la obsesión caballeresca hace que Don Quijote interprete alucinadamente “la realidad”; esa misma que Charlot enjuicia y vive de manera idealista o ensoñadora. Luis Rosales recurre a la inicial filmografía charlotiana para justificar sus opiniones con elocuentes ejemplos de la misma: Carreras de autos para niños (Kid auto races at Venice. 1914), Charlot noctámbulo (One A.M. 1916 ), Charlot en la calle de la Paz (Easy Street. 1917), junto a otras, rodadas tanto para la compañía Keystone como para la Mutual, donde las grandes estrellas, Mabel Normand o Edna Purviance, fueron sus admirados partenaires. A su vez, el largometraje Tiempos modernos (Modern times. 1936) sirve para establecer el paralelismo entre el Charlot apresado entre las ruedas de una moderna maquinaria y Don Quijote lanzado por los aires en la famosa aventura de los molinos de viento.
Cuando el ensayista Rosales explica motivos cinematográficos de la filmografía chapliniana se sirve del historiador Robert Payne y de su libro “El gran Charlot”, editado en España en 1955, a quien cita en diversas ocasiones.



Manuel Villegas López: del cervantismo al chaplinismo



Un acreditado historiador cinematográfico español, Manuel Villegas López (San Sebastián, 1906 – Madrid, 1980), perteneciente a la generación de Rosales, es uno de los investigadores que más relaciones ha establecido entre Cervantes y Chaplin. Su libro “Charles Chaplin. El genio del cine” (publicado en Argentina durante el exilio del autor y seguido de numerosas ediciones posteriores en España) establece diferentes coincidencias entre la novela cervantina y la filmografía de Chaplin o, para ser más precisos, entre las figuras de Don Quijote y de Charlot.


Varias son las citas quijotescas que abren algunos capítulos de su libro; sirven para establecer paralelismos entre “el caballero de la triste figura”, con sus malhadadas aventuras y sus fantasiosas elucubraciones, y las de “el vagabundo”, enfrentado a un mundo hostil y adverso donde el policía es su peor enemigo. El autor, cuando describe alguna peripecia de este citado vagabundo, sentencia: “…y es entonces cuando apareció Charlot, como pudo aparecer Don Quijote, para deshacer el entuerto”. Del mismo modo, las citas mencionadas se utilizan para establecer la correspondencia entre las rutas transitadas por el ingenioso hidalgo y los quiebros producidos en la filmografía chaplinesca, ya sea con presencia de Charlot, El chico (The Kid. 1921), o con su ausencia, Una mujer de París (A woman of Paris. 1923).


Villegas amplía esta cosmovisión conjunta entre Cervantes (de paso, no olvida a Shakespeare) y Chaplin; el autor español utiliza las ventas, los forzados, las caravanas de mercaderes, los rebaños trashumantes de la mesta, incluso los molinos de viento (la gran novedad de su tiempo) como el cineasta “toma las cosas, los hombres, las situaciones, las costumbres, los ideales de su época para construir un mundo propio con ellos, pero no con otra cosa”. Incluso, la fantasía vivida por Don Quijote sobre el caballo Clavileño está justificada allí como, en nuestra época, la inventada máquina de comer de Chaplin. Y en relación a los citados molinos de viento, el cronista cinematográfico mantiene que su fama perdura en función de la aventura quijotesca (el caballero descabalgado por el envite del aspa, se mantiene eterno) por más que ya sólo sean un símbolo en el paisaje manchego. De la misma manera, el sentido de universalidad, de eternidad, de la obra de Chaplin se inicia desde su sistema cómico, ampliamente representado en toda su filmografía.


Junto al nombre de Cervantes, también pueden aparecer como influencias artísticas de Chaplin los nombres de Moliére y de Dickens; pero más allá de éstas, el ensayista reconoce otras que están lejos del tiempo cronológico del artista y que hunden sus raíces en el ancho universo y en el largo camino de su historia. Es una especie de “pensamiento elemental” existente en todos los pueblos y que da entrada al “universo de los mitos”. Ahí encaja “el hombre eterno”, ese que Cervantes instala en “el alma” de Don Quijote, al igual que Chaplin lo hace sobre “el alma” de Charlot. Por ello, puede decirse que ambos artistas, el escritor y el cineasta, crearon al “hombre” en el arte de sus respectivos tiempos.


Homenaje literario a Charlot


Tanto la dimensión social de Charlot como su faceta artística fue muy bien aprovechada por los escritores de la llamada Generación de 1927. Al margen de las preferencias por Buster Keaton o por Charles Chaplin, la figura cinematográfica del tipo del bombín y del junquillo arrancó textos en prosa y verso convertidos ya en excelente antología literaria donde el cine es tema digno de las musas.


En aquellas décadas de los años veinte y treinta del siglo XX, los incipientes cineclubs de Madrid (prolongados de inmediato a otras ciudades tanto españolas como sudamericanas) dedicaron proyecciones especiales a la filmografía de Chaplin con aquellas “bobinas” de dos rollos cuyos títulos siempre comenzaban por “Charlot” seguido de la descripción correspondiente, “en la playa”, “en el baile”, “camarero”, “huésped ideal”, etc. o alternando con el nombre de la partenaire, Mabel, “aventuras extraordinarias”, “al volante”, “vendedora ambulante”, etc.


Nos permitirá el lector que recurramos a un texto propio, “Homenaje literario a Charlot” (Editora Regional de Extremadura, 1991), para completar nuestro artículo. Describimos en él una función con su actividad habitual, de modo semejante a como las hacía el “Cine-club Español” (o de “La Gaceta Literaria”), dirigido por Ernesto Giménez Caballero. Nuestra sesión es “ficticia” (número 22. 24 de octubre de 1932. Palacio de la Prensa. Madrid) aunque los autores intervinientes y sus materiales literarios sean “reales”: César Arconada (“Tres cómicos del cine”), Benjamín Jarnés (“Charlot en Zalamea”), Jorge Luis Borges (“Films”), Rafael Alberti (“Cita triste de Charlot”), Antonio Marichalar (“Charlot solista”) y Fernando Vela (“Charlot”). Recreamos la proyección de El circo, Luces de la ciudad y La quimera del oro comentando por nuestra parte la argumentación de tales films al tiempo que emulamos su impactante poética visual con personal narración literaria. Seleccionamos un fragmento de la última película citada. Dice así:


Tres hombres en una cabaña. "Uno de nosotros tendrá que afrontar la tormenta si queremos conseguir comida. Venid aquí vosotros dos", dice Big Jim.
El tres de corazones no es la carta más baja aunque a Charlot, "El buscador solitario", se lo parezca; Charlot, "el pequeño hombre", se rebela contra su mala suerte. Hay peores malas suertes. El dos de corazones más la fortaleza de Jim obligan a Black Larsen a salir en busca de comida...
Ahora Big y Charlot quedan frente a frente para librar una batalla interior, la del hambre, aún más dura que la de Black en el exterior, con la nieve, contra las fieras. El sacrificio se impone... Charlot lo soluciona...
Lo sacrificado, una bota.
La bota cuece y cuece hasta encontrar su justo punto; Charlot parece saber todo sobre la cocción de un zapato. Dos minutos más y la pieza estará dispuesta para servirse. La situación límite de ambos hombres parece llegar a su fin.
Chaplin muestra el pie de Charlot ahora enfundado en unos trapos, en un sucedáneo de zapato.
El objeto cocinado es la bota derecha de Charlot.
"El pequeño hombre", en los prolegómenos de la comida, actúa como experto cocinero, exigente camarero, exquisito gourmet.
¿Ilusiones? Ilusión y hambre.
El plato está inmaculado porque "El buscador solitario" limpia con esmero la minúscula pelusa que parece perturbar la pureza de lo impoluto, que pudiera perturbar el sabor inconfundible y preciso de la pieza cocinada.
Charlot se muestra quijotescamente activo; Jim se comporta con sanchuna pasividad.
La triste realidad sólo se supera con imaginación, parece decirle "el pequeño hombre" a Big.
La comida está servida.
Jim exige la pieza mayor. Charlot, temeroso y cortés, acepta la menor e inferior.
En el contenido de los platos puede operarse una metamorfosis, una transustanciación. Depende del comensal.
Big observa con repulsión evidente la realidad de su plato-bota pero el hambre le domina y se obliga a consumirla.
Big come un zapato que no es un filete.
Charlot degusta el filete que ya no es una bota… chupa los huesecillos que ya no son clavos... los spaghettis que ya no son cordones...
Charlot se permite, en medio de su comilona, un hipo de satisfacción, un juego de dedos con el huesecillo de la suerte.
La metáfora popular reza: "este filete está como la suela de un zapato".
Chaplin compone un espectáculo de imágenes para que Charlot altere tal enunciado y pueda rotular su degustación diciendo: "esta suela está como un filete".
Su espíritu libre, combinando fe e ilusión, ha conseguido el milagro. Su hambre está satisfecha.
Charlot, desde ahora, sólo tiene una bota, la izquierda”.

Justificación de las dedicatorias


A Luis Rosales. En recuerdo de la presentación del libro “García Lorca y el cinema. Lienzo de plata para un Viaje a la Luna”, efectuada en el Hotel Tartessos, de Huelva, en diciembre de 1982. Intervinieron en el acto, José Luis Ruiz (Director del Festival de Cine Iberoamericano), Luis Rosales (Poeta y ensayista), Carlos Gortari (Ex Director General de Cinematografía), Francisco Casado (Presidente de Asecan) y Rafael Utrera Macías (autor del libro).


A Manuel Villegas López (y a su esposa, Remedios Zalamea). En recuerdo de las conversaciones mantenidas con él en la Cafetería Avenida, de Valladolid, durante la celebración de la VIII Semana Internacional de Cine, en 1963, en las que participaron los críticos cinematográficos de Sevilla Alfonso Eduardo Pérez Orozco, Carlos Gortari, Juan-Fabián Delgado y Rafael Utrera, junto a otros jóvenes cineclubistas.


Al lector interesado


“Homenaje literario a Charlot” (Editora Regional de Extremadura, 1991) puede leerse completo en la dirección electrónica www.rafaelutreramacias.es apartado Libros / Como autor.


Pie de foto: Charlot degusta con delectación su porción de bota cocinada en La quimera del oro.