Enrique Colmena
Como era de esperar, el bicentenario del comienzo de la Guerra de la Independencia Española, que sucedió tal día como hoy, 2 de Mayo, pero doscientos años atrás, en 1808, está pasando sin pena ni gloria en España. Nada raro, teniendo en cuenta el carácter cainita y, con frecuencia, carajote, de nuestros connacionales. En 1995 se conmemoró el centenario del nacimiento de Federico García Lorca, y hubo celebraciones de todos los colores: películas, series, documentales, libros, conferencias… la Biblia en pasta; con todo merecimiento, dicho sea de paso, no me tomen por antilorquista, lo que no soy en modo alguno. En 2005 se celebró el cuarto centenario de la publicación del Quijote (de la primera parte: en 1615 se publicó la segunda, así que en 2015 tendremos nuevos saraos…) y, con buen criterio, se glosó “ad nauseam” la figura del Caballero de la Triste Figura, de Sancho Panza, de Cervantes, de Dulcinea/Aldonza Lorenzo y hasta de Rocinante y Rucio (por la Sociedad Protectora de Animales, supongo…).
Pero, ¡ay!, llega el día del bicentenario del momento en el que, con toda razón, se puede decir que nace el sentimiento auténticamente español como nación, y el tema se resuelve con un “Informe Semanal” y con un par de documentales de baja estofa en las televisiones.
Porque, aunque la Historia habla de la creación del Estado Español en 1492, tras la previa unión de Castilla y Aragón merced al matrimonio de los reyes Isabel I y Fernando II y la conquista de Granada, último reino musulmán en la península, lo cierto es que aquella fue una unión “por arriba”, alumbrada por los gobernantes, y pocas veces el pueblo asumió plenamente aquella coyunda; habría que recordar quizá hechos puntuales, como los Tercios de Flandes, en los que se luchaba por España, pero también por las Españas (el plural no es inocente, por supuesto), o el propio Descubrimiento de América, pero en general España existía como Estado, más tal vez no como Nación. Hubo de ser hace hoy exactamente dos siglos, cuando el bárbaro de turno (aunque para la ocasión era infinitamente más culto que los españoles), el Imperio Napoleónico, quiso imponer su ley por la fuerza, para que surgiera, quizá no tan espontáneamente, un sentimiento genuinamente español, en el que las distintas regiones se sintieron unidas por una única emoción patria. Es ese momento, en el que es el pueblo el que se alza en armas contra el invasor, cuando España toma carta de naturaleza como Nación, aparte de como Estado, que lo era ya desde hacía más de tres siglos.
El 2 de Mayo y, por extensión, la Guerra de la Independencia Española es rica en hechos épicos: el propio levantamiento en la Puerta del Sol, que llevaría al lienzo Goya; los fusilamientos del 3 de Mayo en Moncloa, también magistralmente reflejados por el pintor aragonés; el manifiesto de Móstoles para alzar en armas al pueblo; la singular guerra de guerrillas que diezmó al Francés; las victorias en batallas como la de Bailén, al mando del general Castaños, o la de Arapiles, con el general Wellington comandando el ejército aliado, o la del Bruc, en la muy catalana comarca de Anoia; los asedios de Cádiz y de Zaragoza… un amplio muestrario de hechos donde los españoles fueron capaces, por primera vez en su historia, de demostrar que lo eran, y, lo que es más importante, que deseaban seguir siéndolo, ya fueran castellanos, aragoneses, andaluces o catalanes.
También como era de esperar, la Guerra de la Independencia no ha tenido gran repercusión en el cine, ni tampoco en la televisión, a lo largo del siglo largo de existencia del primero y del medio siglo de la segunda. Casi siempre aparece como paisaje para biografiar a Francisco de Goya, desde la reciente “Los fantasmas de Goya”, de Milos Forman, a “Goya en Burdeos”, de Carlos Saura, pasando por títulos menos conocidos, como “Goya, historia de una soledad”, de Nino Quevedo. Incluso el cine norteamericano llevó a la pantalla al pintor aragonés en “La maja desnuda”, con la dirección de Henry Koster, con Tony Franciosa como el autor del famoso cuadro.
Quizá el empeño más importante en cuanto a mostrar en pantalla los sucesos del 2 de Mayo y acontecimientos posteriores sea la serie de televisión “Los desastres de la guerra”, realizada en los años ochenta por Mario Camus; empaque y medios, sin embargo, no llegaron a interesar especialmente al espectador. Otros envites parecidos fueron “Diego de Acevedo”, otro serial televisivo, en este caso durante los años sesenta, en pleno franquismo, con Ricardo Blasco en la dirección y cierto acartonamiento propio de la época, lo que no evita que los niños de entonces la recordemos con cariño.
Lamentablemente, el franquismo utilizó aquella gesta histórica en su provecho, como hacen siempre las autarquías, y, a raíz del éxito popular de “Agustina de Aragón” en 1950, de la mano de Juan de Orduña, que recreaba el sitio de Zaragoza, se fomentó otros títulos de semejante jaez, como “Lola la Piconera”, de Luis Lucia, esta vez con el asedio de Cádiz al fondo, aunque en un tono afortunadamente más festivo. Es cierto que ya Eusebio F. Ardavín había tocado el tema de la Guerra de la Independencia años atrás en “El abanderado”, y Enrique Cahen Salaberry hizo lo propio en “Venta de Vargas”, con amores entre racial española y militar gabacho. Incluso el incipiente cine catalán de la época llevaría a la pantalla un célebre episodio de la conflagración en “El tambor del Bruch”, de Ignacio F. Iquino; curiosamente, varias décadas después, Jorge Grau reincidiría en el mismo acontecimiento histórico en “La leyenda del tambor”.
Pero el franquismo dio la peor de las imágenes del evento bélico, y barrió para casa descaradamente, haciendo que la rebelión fuera la de la tradición contra la modernidad que suponía en aquellos tiempos la pujante Francia napoleónica. El engolamiento y el patrioterismo de cartón-piedra de “Agustina de Aragón”, la suficiencia ignorante de “Lola la Piconera” (“con las bombas que tiran los fanfarrones/ se hace las gaditanas tirabuzones…”) fueron los ingredientes que, tal vez, han hecho que ahora que estamos en el bicentenario, cualquier glosa de aquella peripecia ciertamente heroica, suene a retrógrada, a ultramontana, casi a fascista.
Pero, qué le vamos a pedir a un país como el nuestro, que es capaz de no festejar sus mejores momentos históricos, como el que supone el 2 de Mayo de 1808, y sin embargo sí celebra sus peores hitos, como hace tres años, cuando estuvimos presentes en la conmemoración del bicentenario de nuestra estrepitosa derrota en Trafalgar… Eso por no recordar que debemos ser el único país del mundo que tiene en sus calles un buen número de estatuas dedicadas a aquellos que fueron sus enemigos, desde Bolívar al General San Martín.
En resumen, España nació con noción de nación (perdón por el trabalenguas: no me he podido resistir…) aquel 2 de Mayo de hace ahora dos siglos: que el cine y la televisión le hayan dado tan poca cancha, y que en la fecha exacta del bicentenario se haya hecho tan poca importancia al tema no hace sino recordarnos lo que somos los españoles: quijotes, pícaros, sanchopanzas, caines, donjuanes, bandoleros, cármenes… todos los tópicos, el tópico.