Enrique Colmena

No se puede decir que el año cinematográfico haya sido bueno. En cine español, concretamente, ha sido nefasto, al menos desde el punto de visto artístico. Sólo hemoso podido disfrutar de una película realmente magnífica, por supuesto "Mar adentro", que además ha barrido a las otras en taquilla, lo cual confirma que, cuando se hacen las cosas bien, el público responde. Pero aparte del magistral filme de Amenábar, poco más: un puñado de títulos ha tenido cierto interés, sin llegar nunca a ser películas realmente estimables. Hablamos de filmes como "El Lobo", de Miguel Courtois, que tuvo la osadía de tocar un tema, el de ETA, casi invisible en el cine español; "Atún y chocolate", del novel realizador Pablo Carbonell, modesta pero apreciable aportación al cine de esos olvidados estratos de la población española que más que vivir, sobreviven; "Cachorro", de Miguel Albaladejo, interesante aproximación al mundo de los "osos" (gays peludos y nada femeninos, para entendernos); "El séptimo día", en la que Carlos Saura visita, con menos acierto del que podía imaginarse en un maestro, la tragedia de Puerto Hurraco; "Héctor", el nuevo drama familiar de Gracia Querejeta, tan intenso como acartonado, como es habitual en ella; "Perseguidos", nueva entrega documental de Eterio Ortega Santillana, como director y Elías Querejeta, como productor, sobre el drama de los concejales "españolistas" acosados en el País Vasco; y "Horas de luz", melodrama romántico de alto voltaje, que recupera para la dirección a Manuel Matji, al que se le ve falto de horas de vuelo en el oficio. En cuanto a taquilla, aparte de "Mar adentro", las películas que han tenido más aceptación entre el público han sido, en general, lamentables desde el punto de vista artístico: véase que ramillete de "ases", por decir algo: "Isi/Disi. Amor a lo bestia", "Crimen ferpecto", "Di que sí" y "El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo". Pero no hay que desanimarse: junto al éxito taquillero de estas majaderías, que podrían inducir a pensar que el público español es tonto de remate, el hecho de que otras chorradas como "Torapia" o "XXL", lanzadas con gran fanfarria publicitaria, hayan sido unos tremendos fiascos comerciales, nos hace pensar que no todo está perdido. Ha habido otros fracasos en taquilla que tal vez hubieran merecido mejor recibimiento, no porque fueran nada del otro jueves, pero al menos eran dignos productos de género, como "Incautos", "Cámara oculta" o "Fuera del cuerpo".
En cuanto al cine hispanoamericano, como ya es habitual desde hace bastantes años, el mejor que se hace en aquellas tierras está coproducido por España, sin que ello suponga colonización alguna: generalmente, los productores españoles ponen los dineros, y los artistas los ponen Argentina, Chile, Uruguay, etcétera. No ha sido mala cosecha la de 2004, aunque quizá no haya alcanzado el nivel de otros años. Pero ha habido un puñado de filmes de indudable interés, como "Roma", del siempre estimulante Adolfo Aristaráin, o "Bombón (El perro)", que nos ha traído de nuevo en plena forma a
Carlos Sorín, tras su estupenda "Historias mínimas". Por supuesto, hemos tenido ración del cine que Juan José Campanella hace con su ya casi equipo artístico habitual, con Ricardo Sorín al frente, tras el éxito de "El hijo de la novia" y, en menor medida, de "El mismo amor, la misma lluvia": el fílme de este año ha sido "Luna de Avellaneda", claramente inferior a los dos títulos citados, donde los buenos sentimientos ya entran en el terreno de la blandenguería, a pesar de que hay algunos brotes de realismo no desdeñables; el cine argentino, como siempre, fue el más abundante: además de los títulos citados, aportó otros también de relieve, como "El abrazo partido", retrato generacional de Daniel Burman, y "Cleopatra", de Eduardo Mignogna, con la gran Norma Aleandro; al margen de ello, de forma inopinada, pues no es frecuente ver cine de esa nacionalidad en España, se pudo apreciar la uruguaya "Whisky", tras su triunfo en el Festival de Huelva.
En definitiva, un año de cine español más bien calamitoso, con sólo un gran acierto total y varios parciales (y algún fiasco artístico, como el Almodóvar bienal de "La mala educación"), y un año de cine hispanoamericano en la estimulante línea que es ya habitual en este cine, tan escaso generalmente de medios presupuestarios como generoso en creatividad.