Enrique Colmena

A propósito del hecho de que estamos en 2019, el año en el que se ambientaba la mítica Blade runner, hemos comentado en la primera parte de este artículo cómo ha visto el cine y la televisión el futuro hasta el año 1999; cerraremos ahora este díptico con el presente texto, en el que llegaremos desde entonces hasta nuestros días.

El año 2000, redondo donde los haya (y en el que nos colaron alguna jugada de trilero, como aquella tomadura de pelo del “efecto 2000” que hizo ricos a unos cuantos), se ambienta La carrera de la muerte del año 2000, rodada un cuarto de siglo antes, en 1975, por Paul Bartel, un actor secundario que también hizo sus pinitos como director, especializándose al comienzo de su carrera como tal en este tipo de productos de acción casposa, muy aparatosas y con efectos especiales de baratillo. El mundo que planteaba Bartel en esta serie B (o Z...), con producción del mítico Roger Corman, era un mundo en el que, tras un “crash” mundial en 1979, la sociedad norteamericana se convierte, de facto, en un dictadura, con un gobierno que rige la nación con mano de hierro. En ese contexto, y fieles a la consigna del “panem et circenses”, los gerifaltes inventan una gigantesca carrera de coches en la que todo está permitido, e incluso matar peatones tiene puntos extra... Afortunadamente, el 2000 llegó y nada de esto ocurrió, confirmando que los guionistas de cine son buenos imaginando situaciones, pero pésimos adivinando el futuro.

2001 es otra fecha mítica, el primer año del siglo XXI, del Tercer Milenio, e incluso antes que eso era la fecha en la que se situaba la legendaria 2001. Una Odisea del Espacio, rodada en 1968 (en puridad se empezó varios años antes, pero se toma como referencia esa fecha al ser la de su estreno), una de las obras maestras, quizá la mayor, del gran Stanley Kubrick, una película que cambió, y de qué forma, la concepción sobre el cine de ciencia ficción, incluso del cine, a secas. Con guion del escritor y científico Arthur C. Clarke, Kubrick planteaba un año 2001 en el que (como en la anteriormente mencionada Espacio 1999) ya hay bases lunares de la Tierra en la Luna, y donde es factible un viaje espacial a Júpiter. También existía un superordenador, el famoso HAL 9000, con inteligencia artificial desarrolladísima, capaz de pensar por sí mismo y tomar decisiones tan bien (o tan mal...) como un ser humano. 2001. Una Odisea del Espacio es una película prodigiosa, pero ciertamente ni Kubrick ni Clarke dieron una en el clavo. En su descargo habrá que decir que 33 años entre la fecha de producción y la de ambientación son muchos años, seguramente demasiados, para adivinar por dónde podían ir los tiros.

En 2010 se ambienta la continuación del film de Kubrick, 2010. Odisea Dos, rodada en 1984 por Peter Hyams, en el que se planteaba que, tras el fracaso de la misión de la nave anterior (con astronautas muertos, uno desaparecido, y el superordenador de a bordo apagado), la Nasa se plantea enviar una nave a Júpiter, donde esperan encontrar la clave de lo sucedido. Pues en 2010, evidentemente, era imposible viajar a Júpiter, así que tampoco aquí se acertó. Para más inri, y no sin razón, se dijo de 2010. Odisea Dos que fue la continuación que nunca se debió rodar, seguramente porque proseguir la historia de 2001. Una Odisea del Espacio es tarea estéril, a fuer de imposible.

Se hablaba desde hacía tiempo de que 2012 era el año en el que los mayas habían predicho que sería el fin del mundo. Sobre esa leyenda, Roland Emmerich, que ya había hecho varios “blockbusters” de destrucción masiva (Independence Day, Godzilla, El día de mañana) levantó el proyecto de 2012, rodado en 2009, una fantasía que, claro está, imaginaba que efectivamente los mayas tuvieran razón, y que cuando el mundo toque a su fin, los gobiernos montarían una serie de arcas, como la de Noé, para salvar lo más granado de la civilización, con las esperables zancadillas y guarradas habituales en el género humano. Llegó 2012, pasó, y aquí seguimos...

Ese mismo año, 2012, es en el que, muchos años atrás, en 1975, Robert Clouse, director de serie B no precisamente distinguido, ambientaba Nueva York, año 2012, que imaginaba que la Gran Manzana, en una situación postapocalíptica, está a merced de bandas organizadas que se disputan la zona y las escasas provisiones. Con un apañado reparto, superior al habitual en este tipo de productos de escasa categoría (Yul Brynner, Max Von Sydow), la película no dejaba de ser una fantasía que, afortunadamente, nada tuvo que ver con la realidad del año en el que se situaba.

2013 será el año elegido por John Carpenter para la continuación de su mítica 1997: Rescate en Nueva York: midiendo con exactitud los años pasados desde el 1981 hasta 1997, en total 16, cuenta de nuevo esos mismos 16 años entre 1997, fecha de producción de la secuela, y el año en el que se ambienta, 2013. El título es 2013: Rescate en Los Ángeles, y aquí Carpenter se supera imaginativamente y fantasea con que un terremoto ha escindido la ciudad de Los Ángeles del continente; simultáneamente, un presidente-dictador oprime al país y envía a la ahora isla de L.A. a los que incumplen sus rigurosas normas beatonas; cuando la  hija del presidente es seducida por un rebelde que se opone al dictador, será el momento de llamar otra vez al tuerto Snake Plissken... Pues parece evidente que, llegado 2013, ni se había producido terremoto alguno que convirtiera Los Ángeles en una ínsula (ni siquiera Barataria...), ni los USA se transformó en una dictadura, ni nada de nada...

Regreso al futuro II planteaba un viaje en el tiempo de Marty McFly a 2015. Robert Zemeckis dirigió esta secuela en 1989, y entonces imaginaban que en ese 2015 los coches volarían, como también los monopatines de la época, y que usaríamos cazadoras y zapatillas autoajustables, entre otros gadgets tirando a fantasiosos; por supuesto, la sociedad de ese año se describe como de gran violencia, aunque afortunadamente ni distópica ni postapocalíptica. Pero lo cierto es que ni los avances tecnológicos en esa fecha se han producido (aunque hay prototipos de coches voladores, distan todavía varios años para que sean una realidad de uso cotidiano), ni la sociedad es tan violenta como imaginaba Zemeckis y sus guionistas (uff, qué alivio...).

Algo parecido pasa con lo que el cine imaginó que ocurriría en 2017. Perseguido, dirigida en 1987 por el actor Paul Michael Glaser, famoso en la década anterior como el detective Starsky de la popular serie televisiva Starsky y Hutch, se basaba en una historia original de Stephen King, una distopía en la que la sociedad está gobernada por una élite dictatorial que utiliza un programa televisivo de inmensa popularidad, The running man, para mantener aletargadas a las masas, en una nueva edición del “panem et circenses” romano, un juego mortal al que habrá de prestarse, “velis nolis”, el protagonista, un Arnold Schwarzenegger previo a Terminator, el personaje por el que pasará a la Historia del Cine. Pues, también afortunadamente, en 2017 Estados Unidos no es una dictadura (aunque con Trump en el Despacho Oval, habrá quien piense que algo de eso hay...), y un juego como ese The running man es, al menos por ahora, inimaginable en una televisión de nuestros días.

Y llegamos a 2019; antes de hablar de Blade runner, hay otro título que se ambientó en este año: su título es 2019, tras la caída de Nueva York, y lo rodaron en coproducción Francia e Italia en 1983, intentando seguir la estela de la repetidamente mencionada 1997: Rescate en Nueva York, de Carpenter. Este subproducto lo dirigía Sergio Martino, pero para que pareciera americana firmaba como Martin Dolman, que suena más como de nativo de Mississippi... con un reparto de serie Z, el film planteaba que, tras una guerra nuclear, la escasa población restante se había escindido en 2019 en dos grupos, en una sociedad en la que la infertilidad se ha hecho cebado en las mujeres, por lo que el rescate de la única con capacidad para engendrar hijos se convertirá en el nudo gordiano de la historia... Pues 2019 (al menos hasta ahora, a mediados de año...) parece que se va a pasar sin guerra nuclear, sin población reducida a la mínima expresión, sin infertilidad (aunque en eso vamos “progresando adecuadamente”...) y sin ninguna de las garambainas que Martino y sus secuaces imaginaron para este año.

Pero es que tampoco la película que nos ha permitido escribir estas líneas, Blade runner, ambientada en este 2019 en el que escribimos estas líneas, acertó mayormente ni una: como el cinéfilo sabe, el film de Scott, sobre el relato de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas mecánicas?, planteaba una sociedad multicultural, con una Los Ángeles bajo una permanente lluvia sucia, un mundo en el que los coches voladores son lo más común, y donde el ser humano ha fabricado nuevos seres, los androides conocidos como “replicantes”, con fecha de caducidad, pero cuya inteligencia, fuerza y rebeldía ante su corta vida los convierte en potenciales peligros a los que habrá de enfrentarse un policía especializado, un “blade runner”, con un Harrison Ford en uno de los papeles, Dekkard, por los que pasará a la Historia del Cine (los otros son, por supuesto, el Han Solo de Star Wars y el arqueólogo aventurero de la saga de Indiana Jones). Brillantísima, sugestiva, existencialista, filosófica, una auténtica maravilla, sin embargo Blade runner no tuvo, tampoco, el poder de la presciencia: ni hay coches voladores, ni existen androides de las cualidades físicas e intelectuales de los replicantes, ni en puridad se ha acertado en nada con respecto al año en el que se ambientaba. También como en 2001. Una Odisea del Espacio, habrá que tener en cuenta los 37 años transcurridos entre la fecha de rodaje, 1982, y la fecha en la que se ambientaba la película, 2019.

En definitiva, el cine como profeta tiene menos porvenir que un vendedor de helados en el Polo Norte... Aunque, pensándolo bien, ¿quién le pide al cine que sea profeta, que adivine el futuro? Con que nos entretenga, nos intrigue, nos emocione, a veces nos haga pensar, incluso nos haga mejores, tenemos más que suficiente...

Ilustración: Rutger Hauer, en una escena de Blade Runner (1982), que imaginaba el mundo futuro de 2019.