En capítulo precedente, hemos señalado aspectos relativos a Blasco Ibáñez tratados en la mesa redonda donde intervinieron Berlanga y otros invitados de la Universidad Complutense, quienes destacaron la visión cinematográfica del novelista valenciano, tanto referida a “El Quijote” como a tantos otros relatos que el autor escribió para adaptarlos a su versión en la pantalla.
Sin embargo, el aplauso del público le vendría del otro lado del Atlántico. Desde 1920 la producción de Hollywood se interesó por sus libros para llevarlos al “lienzo de plata”. Rodolfo Valentino y Greta Garbo interpretaron a sus más queridos personajes y sirvieron de plataforma a un "star-system" que tenía pantallas en el mundo entero. De este modo, el novelista es también pionero entre los escritores españoles que, pocos años después, con la llegada del sonoro, acudirían a Hollywood como guionistas, animadores o asesores de las películas habladas. Al margen de ser Blasco un autor mimado por los cineastas, en cuanto a adaptaciones se refiere, no podemos olvidarnos de los encargos recibidos para que escribiera guiones y argumentos; tal es el caso en la producción norteamericana Argentine Love (1924), dirigida por Allan Dwan e interpretada por Gloria Swanson, y La encantadora Circe (1925), realizada por Robert Z. Leonard, con actuación de Mae Murray; el título “El paraíso de las mujeres”, escrito en 1922 para su transposición cinematográfica, no pudo filmarse por las especiales dificultades que planteaba. Desde otro punto de vista, su concepción del "séptimo arte" no escapó a los tópicos más generalmente admitidos en su época, según los cuales, la salvación del cine estaría en la literatura, en proporcionar temas serios, grandilocuentes, que lo rescataran de un público poco exigente; al tiempo, consideró que la novela se encontraba en un callejón sin salida y, al menos, su adaptación cinematográfica podía resultar beneficiosa ya que le proporcionaba universalidad.
Cine español: una breve filmografía
La filmografía de Blasco Ibáñez referida al cine español de largometraje destaca tanto por su pionerismo como por su brevedad. En la época del mudo se filmaron El tonto de la huerta (1911), de Codina (versión de “La Barraca”), Entre naranjos (1914), de Marro, y Sangre y arena (1916), de Blasco Ibáñez / Castelló; ya en el sonoro, La bodega (1929), de Perojo, Mare Nostrum (1948), de Gil, Cañas y barro (1954), de Orduña, y Sangre y arena (1989), de Elorrieta.
En “La bodega”, su autor valenciano ofreció las reivindicaciones sociales del campesinado andaluz cruzadas con fuerte anticlericalismo y otros subtemas paralelos. Benito Perojo realizó dos versiones, muda y sonora, simplificando el original y prefiriendo la aventura individualizada “en vez del fresco social con la saga de una potentada familia bodeguera y el protagonismo colectivo de los trabajadores explotados y luego insurrectos”; aunque la película resultaba ideológicamente avanzada en el contexto industrial de su época y denotaba cierta influencia del cine soviético, no pierde – en opinión de Gubern- el estilo de western combinado con el tono documentalista al retratar el paisaje andaluz.
A pesar del conservadurismo ideológico y el clasicismo formal de algunos adaptadores, la valenciana productora “Cifesa” no pareció interesarse por la obra de su paisano; tampoco el liberalismo contenido en la novelística de Blasco ha llamado la atención de los cineastas de la democracia. La combinación de melodrama cosmopolita y rural orienta al cine español hacia un cierto esquematismo narrativo y actitud moralizante, aunque “con un abandono absoluto de unas importantes referencias sociales, contextuales o simplemente paisajísticas”, como escribió Antonio Lloréns. El “star-system” para películas nacionales ha quedado limitado a Valentín Parera, Fernando Rey y Virgilio Teixeira, frente a la exótica representación femenina integrada por Conchita Piquer (La bodega), María Félix (Mare Nostrum) y a una entonces semidesconocida Sharon Stone (Sangre y arena). En fin, un autor popular y populista, deviene en una filmografía donde la “calidad” alterna con la “españolada” y el folletín con el melodrama de esencias ejemplarizantes.
Del estado del cine español a “El caso Blasco Ibáñez”. La novela de su vida
Este era el título que aparecía en el programa referido a la intervención del director valenciano en la mesa redonda. Sin embargo, su comienzo recurrió al más puro estilo callejero como excelente gancho para atraer la atención del público y situarse en los parámetros comunicativos que él prefería: “la he jodido… me he olvidado en casa el texto de la conferencia” y, más adelante, para mantener su estilo coloquial, añadiría, “me paso por mis partes” a quienes niegan que no se podrá hacer cine de calidad sin subvenciones públicas; y, aún apostillaría, “me juego las pelotas” que, esta etapa sólo finalizará cuando llegue la liberalización del sector y su reconversión como una verdadera industria. Porque, según él, nuestro cine está “robotizado” por las subvenciones del Ministerio, de manera que la aportación de Cultura impide que tengamos entre 5 y 10 superproducciones a fin de mantener fuerte la industria, una industria que a veces se torna en arte o cultura. Hay que apostar –aseguró- por la figura del productor privado frente al Estado como productor público.
Formuladas tales aseveraciones sobre la situación del cine español, que se correspondían temporalmente con el primer gobierno de José María Aznar (1996-2000), García Berlanga comenzó la reivindicación de su paisano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), del que acababa de hacer una serie (rodada en Betamax) para TVE, y al que calificó como el inventor del “best seller” con la novela “Los cuatro jinetes del Apocalipsis”. Al tiempo, señaló el escaso, por no decir nulo, interés que Televisión Española había demostrado para con la serie no sólo durante la preproducción y el rodaje sino a la hora de programarla. Aquel interés inicial de Jordi García Candau, que fue el ejecutivo que le había hecho el encargo, había desaparecido en los responsables posteriores.
El guion fue elaborado conjuntamente por Berlanga y su biógrafo Antonio Gómez Rufo. Las diversas redacciones comenzaron en 1994 y se prologaron hasta principios de 1996. El presupuesto económico quedó fijado en 600 millones de pesetas, cifra bastante escasa para una serie que se planteaba con tres capítulos de hora y media y un abundante reparto. El director tuvo que ir rebajando sus aspiraciones en numerosas cuestiones; así, por ejemplo, para el personaje de Blasco pensó en Andy García pero no pudo ser; luego, se contrató a Javier Bardem… y tampoco, finalmente, sería Ramón Langa quien lo llevara a cabo. En cuanto a escenarios, estaban programados lugares de Estambul, Hollywood, Buenos Aires, etc., pero los recortes presupuestarios lo impidieron.
La Generalitat Valenciana aportó 500 millones de pesetas y Canal 9 el resto, unos 150. En palabras del director de la serie, Televisión Española “no ha puesto un duro; sólo una cámara y el negativo de la película”. Su animadversión contra TVE se mantuvo hasta el mismo momento de emitirla, el 25 de febrero de 1998. “Si en lugar de tres horas durara 15 minutos, la hubieran emitido durante el intermedio de un partido”. Ni siquiera ofreció un pase de prensa o un dossier con información sobre cuestiones internas o externas de la misma.
La producción ejecutiva la llevaron a cabo las entidades “Central de Producciones Audiovisuales S.L”. Madrid, dirigida por José Luis Olaizola, y “Antea Films S.A”. Valencia. Entre otros buenos profesionales estaban el fotógrafo Hans Burmann, el director de producción Julio Sempere, y el de Arte, Rafael Palmero. La nómina de actores la encabezaba Ramón Langa como Blasco y Ana García Obregón en el papel de Elena Ortúzar, “Chita”, la querida del escritor. Entre un centenar de personajes destacaban el pintor Sorolla, los escritores Dumas (hijo), Galdós y Unamuno, el cineasta Rex Ingram, el político Canalejas, las famosas Bella Otero y Mata-Hari, la actriz Greta Garbo, el torero Bombita, etc., etc.
El citado productor Olaizola advirtió que no se trataba de una biografía al uso o en el sentido tradicional, sino que Berlanga había hecho gala de su sarcasmo mediterráneo para narrar la épica del afamado novelista. El propio director siempre definió a su serie como una ficción; lejos de una biografía rigurosa la película es pionera de un nuevo género: la pseudobiografía apasionada. En su estreno valenciano por el canal autonómico (8 de octubre de 1997) recibió, en general, duras críticas, aunque peores fueron las airadas reacciones de los descendientes de tan cosmopolita como eximio autor.
Ilustración: Ana García Obregón y Ramón Langa, caracterizados para su interpretación en la miniserie Blasco Ibáñez (1997), de Luis García Berlanga.
Próximo capítulo: Berlanga (100 años): de cerca, al natural. Coloquio en Sevilla (III)